Rafa Márquez sabe perfectamente lo que hace. Mide sus pasos. Se anticipa a las consecuencias. Evade y afronta según las circunstancias y sus propios intereses. No es un tipo carismático, tiene una personalidad fuerte. Es un hombre de hechos. En silencio dice mucho más que cuando habla. Su voz es débil e insegura. Pero sus palabras son exactas. Las mujeres suspiran por él, algunos hombres también. Siempre divide opiniones. Siempre inspira respeto y admiración. Siempre se le cuestiona su actitud cuando viste de verde.
Él se fue de México hace una década. Y ha pasado un tercio de su vida en un continente donde se piensa diferente. Donde se cultiva la paciencia. Donde los garbanzos de a libra son medida estándar. Se fue a Europa con propiedad y poco a poco se fue haciendo ajeno a nosotros, sus paisanos, que nos quedamos con nuestras formas y nuestros fondos.
Maduró enormidades como futbolista. Aprendió a ganar y supo que el futbol no es dependiente de los milagros. Entendió a la perfección el concepto asociación y tanto en el Mónaco como en el Barcelona hizo lo que tenía que hacer. Se integró como un fino engrane en una máquina de precisión. Se adaptó a la cultura de los lugares a donde llegó y comenzó a pensar como europeo, no por simple pose, sino como un vivo ejemplo de integración.
Regresar a México se convirtió en visitas a los suyos. El viaje anual significaba una aventura por los caminos de la nostalgia del pasado. Nunca dejó de ser mexicano pero evolucionó. Por supuesto que esta situación tuvo un costo social. Dejó de ver el mundo como lo veía y eso lo distinguió. Situación que por nuestra propia idiosincrasia tendemos a desacreditar. Él evolucionó. Le gustó su nuevo hogar, sus nuevas costumbres, su nuevo estilo de vida. Vivió su momento con plenitud. Formó una familia. Tiene a sus hijos. Rompió con su señora por incompatibilidad de caracteres. Y en ocasiones optó por el silencio incómodo para los demás, su mejor arma de defensa fuera del campo.
Sin embargo la vida de este grande ha quedado en la historia de uno de los mejores equipos del mundo. Copas y trofeos, todos, los pudo ganar formando parte de escuadras históricas.
Ahora ha dado un nuevo paso en su vida. Afrontó el dilema filosófico más complicado de los futbolistas: hacerse a un lado en el momento exacto. A los 31 años ha llegado a un buen arreglo con el Barcelona. Peleó con inteligencia por sus intereses y sacrificó esa parte romántica que a los latinos nos encanta, esa de retar al tiempo sin voltearlo a ver.
Rafa debutó con el Barcelona en un raro partido que se jugó a la medianoche, justo donde muere un día y empieza el otro pero sin tener al sol como testigo. Y así ha sido su salida del equipo. Ha esperado a que se oculte el sol, tuvo el tiempo para pensar y ha decidido aceptar su salida horas antes de que vuelva a iluminarse el cielo. Por supuesto que tiene sus objetivos perfectamente trazados y aunque todo indica que acabará jugando en la MLS, es un hecho que este hombre extraño tiene un plan de vida perfecto.
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