Marinus, el General


El fútbol es la guerra, dijo el general. Los dos equipos están armados hasta los dientes y compiten por la gloria. Cada batalla levanta el polvo de las emociones. La idea consiste en acosar sin tregua ni respiro al adversario para recuperar la posesión del balón, y no ceder a ningún precio la iniciativa del ataque al contrincante, contando con dos requisitos básicos: un espíritu de lucha inquebrantable y una perfecta preparación física, sin los cuales el sistema se derrumba irremediablemente.

¿Cómo contarle al mundo que esta fórmula se acentúa con la historia de una derrota? La Holanda de 1974 es el molde del futbol espectacular. Un futbol que iba abriendo como un abanico. Un incesante ataque con y sin balón. Una vieja idea que rondó en la mente de muchos pero que uno sólo la puso en marcha asumiendo los riesgos. Hoy el mundo entero disfruta de ese futbol total que se aplaude hasta en la derrota.

Dicen que ese hombre que revolucionó al futbol era tan serio como una esfinge. Tan duro como el mármol. Tan exigente, marcial y autoritario en los entrenamientos que se le dio el grado de general.
Marinus Jacobus Hendrikus Michels nació el 9 de febrero de 1928 en Amsterdam. De su padre heredó el gusto por el juego. Desde los 12 años vistió la playera del Ajax. Debutó a los 18 y lo hizo anotando cinco goles de los 121 que marcó a lo largo de 269 partidos. Fue seleccionado nacional en cinco ocasiones. A los 30 años se tuvo que retirar del futbol. Una hernia le provocaba dolores crónicos en la espalda. Mientras Rinus Michels jugó, el futbol en el reino de los Países Bajos fue intrascendente.

Pero en 1964 llegó al banquillo del Ajax. Michels no era un empírico. Estudió educación física y ese concepto que puso en marcha era producto de lo que le había aprendido a un viejo técnico inglés (Jack Reynolds) que lo dirigió, a la aplicación de estrategias del basquetbol, al desarrollo de las fuerzas juveniles, a los consejos de Stefan Kovacs y a que el destino le había puesto en su camino a una generación de jugadores que ejecutó con eficacia el sistema del general. Johan Cruyff fue educado bajo esta filosofía y predicó con el ejemplo.

El Ajax fue construyendo ese espíritu de lucha inquebrantable y el general estaba siempre al pendiente de la perfecta preparación física. Llegaron por añadidura los éxitos. Los campeonatos nacionales colocaron al equipo en la disputa por las copas europeas. Luego vino aquella epopeya de 1974. El agradecimiento de una nación entera a pesar de la derrota, y el reconocimiento del mundo fue incuestionable. Después se dio la llegada de los holandeses al Barcelona y la consolidación de un estilo que hoy se sigue aplicando, con dejos de perfección, en la oncena blaugrana.

Pero el general tenía el sueño de volver a Amsterdam con algo más que el reconocimiento. Una nueva generación volvería a revolucionar el futbol total. La Eurocopa de 1988 desató la euforia de todo el país. Rinus Michels alcanzó lo que siempre había anhelado. Sus tropas triunfaron y la fiesta fue inolvidable.

Detrás de esa esfinge siempre existió un alma noble, alegre, sincera. De gran calidad humana. Fuera de la cancha era un hombre relajado y  feliz. Por eso Míster Mármol disfrutaba al compartir sus dotes de tenor. Amó tanto a su esposa que cuando ella murió, su corazón de viejo se partió. Nunca tuvo hijos pero se comportó como un padre para sus muchachos, de quienes siempre recibió cariño sincero. Hasta que llegó ese 3 de marzo de 2005. El general se fue dejando tras de sí un ejemplo de vida. Más allá de ser considerado el mejor director técnico de la historia del siglo XX, Rinus Michels siempre será recordado con esa sonrisa que sólo se alcanza con la plenitud.

Laguneros del desierto


El Santos Laguna se ha convertido en uno de los elementos más importantes del entretenimiento en este próspero desierto. Los habitantes de la comarca han aprendido a sobrevivir a todas las carencias de la región desde que se construyó el ferrocarril a finales del siglo XIX. Dos municipios de Durango y uno de Coahuila se han complementado desde hace más de su siglo. Los laguneros son gente de trabajo, de grandes esfuerzos como se autodefinen. El agua es escasa, el clima es agresivo. Y en tiempos recientes la inseguridad les ha puesto una dura prueba que afrontan con valor.

El entretenimiento es el único sentido alternativo de su existencia diaria. Y en el futbol han encontrado una identidad que los cohesiona. Ganan todos, pierden todos, empatan todos. El equipo va a alcanzar su tercera década de existencia. Y desde 1993, un poderoso grupo cervecero administra una franquicia que ha escrito su historia, al igual que la región, sobreviviendo día con día para prosperar.

Santos Laguna tiene muy bien definida a su afición. Tiene un personalidad particular y se expresa en las tribunas de este estadio, uno de los más modernos del futbol mexicano. Dicen que los laguneros se distinguen por ser sujetos activos, enérgicos, intelectuales, especulativos, profundos, emprendedores, sobrios, fieles, sociales, nobles, generosos, rectos y valerosos.

Estos rasgos se notan en sus concepciones. Es la región de los grandes esfuerzos, que venció al desierto, en donde todos son guerreros y su cancha, aseguran, es la casa del dolor ajeno. Este espíritu combativo y creador de los laguneros se manifiesta en todo lo que hacen; para bien y para mal, esa ha sido desde siempre su fuerza.

El dedo del corazón


Se dice que el dedo cordial es el símbolo mágico del eje de la vida porque la vena que lo irriga está conectada directamente con el corazón. En nuestra cultura, levantarlo con el resto de los dedos cerrados en puño y la yema mirando a la cara del que hace el gesto, se considera un insulto hacia la persona a la que vaya dirigido.

Fue a fines de la edad media cuando nació este insulto. Los ballesteros ingleses cargaban su arma tomando la cuerda de ésta con su dedo medio. Por eso si caían prisioneros se los cortaban. Y aquellos que no estaban mutilados mostraban el cordial al enemigo para proceder al ataque.

Es el nuevo estadio Corona. Son otros tiempos. Es otro el romanticismo. Es la tarde del sábado. La batalla está perdida. El estratega incómodo. Los aficionados muy cerca. Los reclamos tienen respuesta. Romano usa sus dedos para acentuar. Se perdió dos a cero, pero también él ha llevado a los Guerreros a dos finales. Ahí aparece la seña. El insulto que acaba siendo disimulado con un masaje nasal.

El veredicto final de la directiva lagunera dice que la reacción del cuerpo técnico hacia la afición, durante y posterior al encuentro contra Querétaro, atentó contra los valores que Santos Laguna representa y promueve, razón por la cual se tomó la decisión de no continuar con la relación de trabajo.

Se argumenta que el que paga tiene derechos, incluidos los improperios. Pero el enojo es un sentimiento incontrolable, la conducta es la que se puede modificar para que los efectos no acaben siendo nocivos para la salud del enojado. El insultado no pudo contenerse. Y su dedo cordial acabó por señalar su destino. Desde tiempos ancestrales se ha pensado que si ese dedo es cuadrado y corto, el sujeto en cuestión promete equilibrio y reflexión, pero siempre tiende a ser melancólico, aunque aceptará filosóficamente los acontecimientos de la vida.

Romano deberá esperar el llamado de otros lares y este hecho dejará un precedente en la Comarca Lagunera para todos aquellos que representen al equipo guerrero. Habrá que tener cuidado con ese dedo que va conectado directamente al corazón.

El caballero eterno


¿Quién custodia la entrada de Wembley? Esa escultura en bronce con sus seis metros de altura debe simbolizar algo muy profundo. Es inspiracional. Evoca a un futbolista inmaculado. Un grandioso defensor. Un héroe inmortal. El primer inglés en levantar la Copa del Mundo. El hijo predilecto del este de Londres. La mayor leyenda de West Ham United. Un tesoro nacional. Amo de Wembley y señor del fútbol. Un capitán extraordinario. Un caballero eterno. Sir Robert Frederick Chelsea Moore.

Las anteriores son, casi todas, palabras de Jeff Powell (columnista del Daily Mail) dedicadas a su gran amigo. Todos los que lo conocieron coincidían en alguno de estos elogios para este futbolista extraordinario. Pelé y Beckenbauer le rindieron honores en vida. Alf Ramsey, director técnico campeón del mundo con Inglaterra en 1966, le hubiera confiado su propia vida. Y hasta Tony Blair, ex primer ministro del Reino Unido, lo encumbró como un modelo de conducta en la vida pública.


Bobby Moore nació el 12 de abril de 1941 en Barking, al este de Londres. Tan cerca de Upton Park que fue inevitable que fuera un Hammer con todo lo que esto implica. En el West Ham se enroló cuando dejó la infancia y a los 17 años ya estaba sustituyendo a su mentor cuando este padeció por la tuberculosis. Si alguien le enseñó al muchacho como defender fue Big Mal. Malcom Allison fue generoso con el rubio y supo que sería su pupilo el que ocuparía su lugar de ahí en adelante. El 8 de septiembre de 1958 debutó contra el Manchester United. Desde entonces Upton Park y sus huestes se le entregaron por siempre. Quinientos cuarenta y cuatro actuaciones y 24 goles con los hammers en la época dorada de un equipo más acostumbrado a mantenerse que a ganar.

Para 1962 ya estaba en la selección mayor y con sólo 22 años asumió la responsabilidad de ser el capitán de la escuadra de la rosa. Ese gafete lo portó a lo largo de una década. Dicen que Bobby Moore encarnaba el espíritu de equipo. Su leyenda asegura que sin él, los ingleses no hubieran sido capaces de ganar la copa del mundo. Su forma de leer el juego lo convirtió en un defensa central fuera de serie. Entre bromas se decía que el capitán sabía lo que iba a suceder en el partido veinte minutos antes que los demás. Sólo así podía cubrir su propia carencia de velocidad. Verlo jugar es un deleite. Potente en el juego aéreo, preciso al robar el balón. Pulcro y enérgico. Brillante al repartir el balón.

El cáncer rondó la vida del caballero eterno. La primera vez que lo retó fue en 1964. Su fortaleza logró replegar al mal que le intentaba invadir los testículos. En ese año ganó la Copa de la FA con el West Ham y fue designado el futbolista del año. Al año siguiente la Recopa de Europa llegó a las vitrinas de los Hammers. Con todo y los grandes momentos, hubo fuertes tensiones entre el héroe y su equipo. Sin contrato firmado, Moore quedaría fuera de la Copa del Mundo a celebrarse en casa. Alf Ramsey tuvo que intervenir para que la historia siguiera su curso tal y como la conocemos.


En Wembley sería su consagración. En aquel partido desgraciado para los alemanes, inolvidable para los ingleses. Intensidad pura, polémica que cala en el recuerdo pero al final quedó en el marcador un cuatro a dos para los súbditos del imperio.

Con las manos llenas de barro subió el capitán hasta el palco de honor. Bañado por el sudor constante producto del desgaste y de los nervios. Así estrechó la mano de la reina Isabel II y ella lo consagró colocando en sus manos la copa de la victoria. Desde ese día el caballero eterno cargó en sus espaldas el único recuerdo magnánimo del juego que ellos mismos habían inventado.


Estuvo en México en 1970. Junto a su selección entrenó en las maravillosas canchas del Reforma Athletic Club. Fue contra Brasil donde dio un gran partido. La forma en cómo le quitó el balón a Jairzinho sintetiza lo que fue. Por eso otro rey lo volvió a consagrar. Pelé lo abrazó e intercambió sus ropas con el gran capitán que se iba derrotado en esa tarde inolvidable. 

Bobby Moore también jugó con el Fulham, de ahí pasó al futbol de los Estados Unidos y se retiró en Dinamarca, cuando este país empezó a formar su liga profesional de futbol. Intentó dirigir solo dejando constancia de su generosidad. Luego optó por ser comentarista en los partidos de futbol y en eso se mantuvo hasta que pudo.

La vida personal del héroe giró alrededor de la simpleza que siempre procuró en el hogar. Nada fuera de lo común. Un matrimonio de muchos años con Tina, su primer amor, con quien tuvo dos hijos (Dean y Roberta). Y una segunda esposa,  Stephanie, con la que pasó los últimos años de su existencia.


En 1981, el director de cine, John Houston, alineó a Bobby Moore en un equipo de fantasía al lado de Pelé y Osvaldo Ardiles. Con Silvester Stallone como arquero, y Michael Cane como capitán de aquella oncena que se enfrentó a los nazis en un duelo que acabó en un Escape a la Victoria.

El cáncer regresó de nuevo para retar al caballero eterno. Esta segunda vez el duelo fue a muerte. Inglaterra pasaba por uno de los peores momentos de su historia. El pesimismo era absoluto. Nadie tenía esperanzas, no había inspiración. Por eso cuando Bobby Moore murió, el 24 de febrero de 1993, la noticia provocó un sentimiento tan profundo que les brindó a los ingleses la ocasión de mirar una vez más a los triunfos del pasado en momentos en que la moral nacional andaba por el suelo.


¿Quién más podría vigilar la entrada de la catedral del futbol? Sólo un caballero eterno, un señor del futbol. Un héroe inmortal capaz de inspirar a un pueblo que desea, como nadie en el mundo, volver a ser campeón.

La revolución de los ultras


Hosni Mubarak ha soltado el poder ante el reclamo aplastante del pueblo. En 26 días la revolución egipcia logró terminar con su larga dictadura. El movimiento fue detonado por el despotismo y la miseria. Se gestó en las redes sociales de Internet y, según el filósofo isaraelí Avishai Margalit (miembro del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton) nació en los campos de futbol del Al Ahly, el equipo de los barrios más populares de Egipto.

Para vencer a la represión y a la fuerza que sostiene los sistemas totalitarios de los países árabes fue necesario tener mártires que inspiraran esa idea de libertad. Había que utilizar la tecnología y montarse sobre una masa social que tuviera estructura y capacidad de transmitir el mensaje, en medio de una situación crítica de choque contra las fuerzas militares y policíacas del estado, al mismo tiempo que había que hacer frente al bando rival, a los fieles al sistema y al propio Mubarak. Una masa acostumbrada a ser una enorme célula de miles de almas con algo en común, que es territorial y desquiciadamente fraterna. Fue ahí donde los ultras del Al Ahly hicieron su parte.


El Al Ahly es un equipo gigante. Siete de cada 10 egipcios son seguidores declarados y en el mundo se cuentan alrededor de 50 millones de aficionados. Su historia ha rebasado el siglo desde que un grupo de estudiantes lo conformaron para poder juntarse y manifestar, con cautela, su posición en contra del control imperial de los británicos. El club, desde 1910, decidió no aceptar socios que no fueran egipcios. Sus vitrinas están llenas de trofeos. Son amos absolutos de las estadísticas del futbol local. Además disputan una encarnizada rivalidad con el Zamalek Sporting Club, un simbólico equipo de El Cairo asociado, por sus factores de identidad, con Mubarak y lo que este significaba.


El barrio de Zamalek está en una isla en medio del Nilo. Es un barrio elite en un ancestral país de súbditos. En contraste, la palabra árabe Al-Ahly lo envuelve todo: familia, tradiciones y nación. En este clásico podemos sintetizar las causas de la revolución egipcia. En las pasiones desbordadas de las gradas se manifestaban las dos formas de pensar del pueblo. Este equipo también es bien conocido por ser una de las entidades más sofisticadas y mejor organizadas de Oriente Próximo, además de que esgrime una postura moral en todas sus transacciones comerciales, por lo que se le conoce también como “el club de los valores”. Por eso cuando se enfrentan estos dos equipos de El Cairo lo tenían que hacer en campo neutral y mandaban traer árbitros del extranjero para garantizar el desarrollo del juego. Todo lo rojo pertenece al Al Ahly, todo lo blanco al Zamalek. El estruendo de las masas avisó con antelación que el hartazgo estaba próximo a explotar.


James Dorsey, corresponsal independiente que se encuentra cubriendo la situación en El Cairo, asegura que "la participación de los fanáticos del fútbol en las protestas constituye la peor pesadilla de todos los gobiernos árabes. El fútbol, junto con el Islam, ofrece una plataforma poco común en el Oriente Medio, una región poblada por los regímenes autoritarios que controlan todos los espacios públicos, para la ventilación de la ira reprimida y la frustración".


Por su parte, Dave Zirin, columnista de Sports Illustraded, dice que "la entrada de los clubes de fútbol en la lucha política también significa la entrada de los pobres, los marginados y la masa de los jóvenes en Egipto, para los que el fútbol era su única salida".


La revolución egipcia, entonces, ha tenido en el futbol un catalizador social. Dentro del caos que profesan las barras bravas o los ultras hay un orden establecido que cobra fuerza cuando hay una idea que cohesiona al grupo en pos del bien común, que se anhela según las circunstancias.

Entre Maniáticos y Hordas del Mal


Bosnia Herzegovina vivió tres veces el infierno. Las dos guerras mundiales y los crueles enfrentamientos de Sarajevo marcaron a un pueblo que sigue viviendo un severo conflicto de incompatibilidad de caracteres entre bosnios, serbios y croatas. Musulmanes, ortodoxos y católicos. Durante estos acontecimientos el futbol ha sido una de las pocas fuerzas de cohesión que les ayuda a superar el horror, pero también lo que se vive en las gradas es un factor de riesgo que cimbra la inestabilidad de la nación.

Se asegura que el balompié entró a este país por la ciudad de Mostar, un 21 de febrero de 1905, fecha que registra el primer partido disputado en esa tierra. Para 1908 los futbolistas pioneros aprendieron en forma las reglas del juego en la ciudad croata de Zagreb. Y cuando estalló la primera guerra mundial ya existían 20 equipos en el país. Entre las dos guerras mundiales desarrollaron su liga de competencia y desde entonces es su deporte más popular.

Con la creación de Yugoslavia, como una unión de repúblicas en 1945, Bosnia Herzegovina mantuvo su tradición futbolística y en 1955 formaron su primera selección nacional. Vapulearon a China seis goles a cero. Pero fue hasta 1990 cuando la región plagó de futbolistas a la selección yugoslava y participaron en el mundial de Italia. Argentina y su atajapenales Goicochea los echaron en cuartos de final. Sin embargo toda esta historia registrada entre 1945 y 1991 es compartida.

Cuando Yugoslavia se partió en seis, las nuevas naciones entraron en un sangriento conflicto étnico que se extendió hasta 1995. Mientras Sarajevo era azotado por los francotiradores, en las canchas se trataba de hacer comunidad. La FIFA y la UEFA reconocieron el esfuerzo de la federación local y los aceptaron en 1996. Hasta ahora la selección nacional de Bosnia Herzegovina no ha logrado calificarse a ninguna competencia internacional. Estuvo cerca de la Euro y Portugal le arrebató la oportunidad de estar en Sudáfrica 2010, sin embargo es evidente que el nivel de sus jugadores los colocará en planos superiores muy pronto.

Sus equipos más populares son el FK Željezničar y el FK Sarajevo. Ambos integran una Liga Premier conformada por 16 equipos. El primero es una escuadra multiétnica de los ferrocarrileros fundada en 1921; el segundo fue armado por el partido comunista para fines de control en 1946. Los pobres contra los privilegiados del sistema generaron un clásico, aunque hoy en día ambos equipos tienen aficiones multiétnicas y de todas las clases sociales. Sus seguidores ultras nos muestran un perfil de lo que aquella sociedad puede estar proyectando. Unos se hacen llamar los Maniáticos y otros las Hordas del Mal.

Terminemos esta historia hablando del que consideran su mejor futbolista de todos los tiempos. Asim Ferhatovic. Jugó con el FK Sarajevo y así se llama el estadio donde juega la selección de local. En su nombre, una banda de rock compuso una canción, sin embargo, además de rendirle homenaje, cuenta la leyenda urbana que la letra es una crítica póstuma al Mariscal Tito, que dominó a Yugoslavia durante décadas ante el descontento de muchos.

A pesar de estar entre maniáticos y hordas del mal, el futbol en Bosnia Herzegovina significa un valioso factor de coincidencia para una nación a la que le cuesta trabajo convivir en paz.


Sindelar en do mayor


En el mismo cementerio en donde descansan los restos de Beethoven, de Brahms, de Schubert y de los Strauss, un rostro afilado parece asomarse de su oscuro mausoleo. Es la tumba de un joven austriaco que falleció a los 36 años en medio de un misterio. Su futbol enamoró a aquellos que lo vieron jugar. No por nada le decían el Mozart de Futbol.

La vida de Matthias Sindelar se cuenta através del futbol. Nació el 10 de febrero de 1903 en Koslov (Moravia), que entonces formaba parte del todavía Imperio Austrohúngaro. Si no, hubiera sido checo. Su familia era judía y en busca de trabajo emigraron a la capital imperial. Su padre era herrero y perdió la vida en la Primera Guerra Mundial.

A los 15 años lo fichó el Hertha Viena y ahí jugó hasta 1924. Después, el Austria Viena lo alistó entre sus filas y con este equipo ganó cinco Copas de Austria, un título de Liga y dos Copas Mitropa (torneo disputado entre los mejores equipos del centro de Europa).

A la selección nacional, conocida como Wunderteam o el equipo maravilla, llegó en 1926. Fue ahí donde compuso sus obras maestras que lo llevaron primero a la muerte y después a la inmortalidad. Aquella escuadra perdió sólo cuatro encuentros de cincuenta partidos disputados.

Se dice que Sindelar fue el mejor centro delantero del mundo en su época. Tenía genio en sus pies. Flotaba como una hoja de papel y antes de hermanarlo con Mozart lo conocían como el Hombre de Papel.


Físicamente es como si viéramos una extraña combinación genética. La delgadez de Peter Crouch (porque Sindelar no era alto, medía 1.75 metros), los movimientos de Zidane, la postura de Alfredo Di Stéfano. Y su disimulada y única sonrisa cuando el balón se estrellaba contra las redes de la portería.

Está considerado entre los más grandes futbolistas de todos los tiempos. Fue un héroe nacional en Austria. Lideró a su selección en el mundial de Italia 1934, celebrado bajo las condiciones de Mussolini. El Duce dio la orden de ganar o morir y los árbitros le abrieron el camino a los locales para que apenas derrotaran a los austriacos en la semifinal. En los Juegos Olímpicos de Berlín, el equipo maravilla se volvió a encontrar con los italianos y se quedaron con la medalla de plata.

Pero cuando Alemania se anexo a Austria, en 1938, y quiso disponer del territorio, de su gente y su cultura, el Hombre de Papel simbolizó lo que el pueblo sometido nunca se atrevió a hacer ante la invasión nazi. Hittler dio la orden de formar la selección alemana con la Wunderteam para triunfar en el mundial de Francia. Sindelar opuso resistencia a su manera. El 3 de abril de ese 1938 se celebró el partido de la unificación entre la Alemania y Austria. Ese sería el último partido de su vida.

El Wunderteam derrotó a los alemanes dos a cero. El primero fue de Matthias y tras el segundo gol, de su amigo Karl Sesztak, ambos se situaron delante del palco repleto de autoridades del III Reich, haciendo una especie de danza. Los generales nazis lo sentenciaron por la mofa. Tuvo la oportunidad en enmendar la ofensa si aceptaba jugar para Alemania en el mundial. No quiso. A partir de ese momento Sindelar fue un proscrito. La gente lo idolatró. Su futbol se convirtió en una forma de resistencia. Pero él tuvo que esconderse. Nunca más volvió a jugar. Nunca más pudo vivir libre. La Gestapo le hizo vivir un tormento.

El 22 de enero de 1939, los bomberos acudieron a una llamada de auxilio en la calle de Laaerberg. Olía a gas y la joven pareja de uno de los departamentos no respondía a los llamados. Eran Matthías y su esposa Camila, dormidos para siempre en su habitación.

La muerte de Sindelar tiene dos versiones. Una que habla de suicidio, otra que señala un homicidio. El hecho es que a su funeral asistieron cuarenta mil personas. Lo cierto es que con él había muerto una parte de Austria.

Matthias Sindelar es recordado como el Mozart del Futbol y está sepultado en el cementerio central de Viena (Zentralfriedhof), al lado de monstruos de la música que conviven en paz con el Hombre de Papel.



PD. La tumba de Wolfang Amadeus Mozart está en el cementerio de St. Marx en Viena.

Hagi, el arumano

Podcast

Para ser un Hagi había que correr el riesgo de atravesar los dominios otomanos para postrarse en la montaña sagrada de Jerusalén, siguiendo así la tradición de una de las familias que conforman un pueblo gitano celoso de sus formas. Los arumanos han habitado por cientos de años las tierras bañadas por el Danubio. Su pasado ancestral se presta para todo tipo de leyendas sobre sus orígenes. Y sus misterios les dan un mágico sentido a todo lo que gira a su alrededor.

El apellido real de los Hagi se perdió por siempre y aceptaron la forma en como de ellos se expresaban los turcos. Un hagi es aquella persona que debe ser respetada y elogiada. Y a uno de los nietos de esta familia lo llamaron Gheorghe, aunque todos le dicen Gica, Gica Hagi, el rey de los Cárpatos.

Nació un 5 de febrero de 1965, en Sácele, una comunidad del puerto de Constanza, a las orillas del mar negro y al norte del Danubio. Sus abuelos llegaron desde Macedonia y ahí se quedaron, en Rumania, para siempre. Gica comenzó a jugar futbol desde muy niño. Era un chico pobre en un país cubierto con la cortina de hierro. Su abuelo Gheorghe le hizo su primer balón con una vejiga de cerdo. El pequeño pateaba descalzo, con la pierna izquierda, con una naturalidad prodigiosa. Luego tuvo una pelota de trapo, otra hecha con crin de caballo y a los seis años, su madre le regaló de cumpleaños un balón de verdad.

En 1973 la familia dejó el pueblo. El trabajo en el campo era duro y estéril. Encontraron en la cercana Constanza la única opción viable para salir adelante. Fue en las calles del puerto rumano donde a Hagi lo vieron jugar. El menudito arumano soñaba con ser como Iordanescu o como Dimitru, los héroes del Steaua de Bucarest.

Su talento natural llamó la atención de los visores del club local (Farul Constanza) y a los 10 años ya sabían de su existencia. Pero pasarían los años, entre estos el reinado de Nadia Comanecci en la gimnasia, para que Gica se convirtiera en héroe nacional.

En ese periodo a Rumania la dominó un hombre infame. Nicolás Causescu, un dictador de manual de estudio, tenía todos los defectos de un tirano, y también controlaba el deporte y en particular gozaba con el futbol. Hagi empezó con el Farul Constanza en 1982. Pasó al Sportul Studentest al año siguiente, mientras se inscribía en la universidad para estudiar economía (carrera en donde obtuvo su título en 1992). Hasta que el aparato burocrático encontró la forma de reclutarlo en su ejército a través del legendario Steaua de Buscarest. En 8 años anotó 141 goles, en 223 partidos. Con los militares ganó tres veces la liga rumana, dos veces la copa nacional y una Súper Copa de Europa. Fue ahí donde su nombre empezó a sonar.

Los tiempos en que cayeron los muros, las cortinas de hierro y el propio Causescu, coincidieron con el gran momento de Hagi. El arumano brilló con su selección en tres copas del mundo. Decían que él era medio equipo. En 1994 se hizo inmortal. Los colombianos nunca olvidarán el zurdazo del número 10 y los argentinos, con el mismo Maradona en tribunas suspendido por usar sustancias prohibidas, cayeron ante las huestes del rey de los Cárpatos. Fueron los suecos quienes los dejaron a un paso de estar entre las cuatro mejores selecciones de la tierra en aquellos instantes.

Hagi estuvo con los grandes equipos españoles (Real Madrid y Barcelona) pero, a pesar de sus grandes cualidades, dejó solo el recuerdo de su fichaje. Un gol en la península, jugando para el Barcelona, simboliza sus andares por Iberia. Un gol gitano, en un escenario impredecible. En medio de la espesa neblina gallega, al momento del saque desde medio campo, Gica sorprendió al arquero del Celta de Vigo. No quedó otra más que celebrar y recordar para siempre la acción. También estuvo en Italia, con el Brescia, en segunda división y de su mano llegó a la Serie A.

En 1996, Hagi viajaría muy lejos de casa. El Atlante de México lo había convencido de firmar. Tenía 31 años. Necesitaba capitalizarse. La oferta era buena pero su propia historia cimbró las negociaciones un día antes de tomar el avión. Una contraoferta del Galatasaray de Turquía lo amarraría a su región para siempre. Si bien no iba a hacer el viaje tradicional de sus ancestros a Jerusalén, si podría ir al corazón del antiguo imperio otomano en busca del sustento de su apellido. Un hagi es aquella persona que debe ser respetada y elogiada, según los turcos. Y así fue como el Rey de los Cárpatos conquistó Estambul. En cinco años peleó en 132 batallas, marcó 55 goles. Fue cuatro veces campeón de Turquía y llenó las vitrinas del club con dos copas nacionales, una copa de la UEFA y una Supercopa de Europa.

Se retiró en 2001, a los 36 años, dejando en el campo su inspiración, su talento y el eterno recuerdo de una zurda sublime y un magistral regate que culminaban en goles inverosímiles. Que ahí queden las andanzas de Hagi, el arumano respetado y elogiado; Rey de los Cárpatos. El mejor futbolista rumano de todos los tiempos.