El Gran Isidro


Una costumbre fuertemente enraizada entre los vascos era la de reunirse bajo un árbol, generalmente un roble, para decidir sobre los intereses de la comunidad. Estamos en el Centro Vasco de México, en Polanco, ante una representación del árbol de Guernica, ese roble que significa la libertad y los derechos de este ancestral pueblo, y justamente bajo este marco recordaremos a uno de sus antepasados. Isidro Lángara se ganó un lugar muy especial en el recuerdo de aquellos que lo conocieron. Por eso hemos juntado en la mesa a tres personas que le conocieron bien. Que convivieron con él y que por sobre todas las cosas, le admiraron y le quisieron.  José Luis Alegría, hijo del secretario técnico de la Selección Vasca que llegó a México en 1937, Gregorio Blasco, hijo del arquero del Euskadi, y Enrique Gutiérrez, integrante de las fuerzas juveniles del Real Club España.

Estamos viendo fotografías. Estamos sentados sobre fuertes sillas, tal vez de roble, que llevan el Lauburu (cruz vasca), grabado en el respaldo. Todos tienen la mirada puesta en el hombrón de las imágenes. José Luis Alegría suspira cuando recuerda que lo conoció en Paris, en 1937, el día en que su padre sacó a los futbolistas vascos de España. Enrique Gutiérrez se sincera cuando dice que en sus recuerdos de futbol siempre está “Lángara, Lángara, Lángara”. Gregorio Blasco se mete de lleno y afirma sin dudar: “Fue un goleador nato y quedó campeón goleador en donde se apareció”.

Un goleador natural, máximo romperredes en tres países distintos, punta de lanza de la selección vasca, además de haber sido el primer español en anotar gol en una copa del mundo, la de 1934. “Y se pensaba que él, por lo que pensaba, no pudiera jugar en la selección de España y sin embargo fue una estrella”, puntualiza Alegría. “Jugó 12 partidos con la selección y metió 17 goles, o sea, más de uno por partido”, complementa Blasco.

Los asturianos le decían el cañonero de Oviedo, en San Lorenzo de Almagro le llamaron el dinamitero y está considerado un héroe inmortal del Real Club España de México. Fue un portento de futbolista y una persona ejemplar.

Lángara nació un 15 de mayo de 1912, en Pasajes, un puerto bañado por el mar cantábrico, en la provincia de Guipúzcoa. “Era el vasco típico. Buena persona, como dicen los aldeanos: noble y sencillo”, recuerda Blasco mientras nos muestra en un mapa del País Vasco, el lugar exacto en donde nació el dinamitero.

Tuvo cara de niño hasta pasados los 18 años, edad a la que llegó al Real Oviedo para formar parte de la mítica delantera eléctrica. De 1934 a 1936 no hubo otro mejor goleador en España que este cañonero implacable que se llevó tres veces el Pichichi, antes de que llegaran los tiempos revueltos que lo traerían al continente americano con la selección vasca. “En el Oviedo era imprescindible”, puntualiza Don José Luis.

La guerra en España llegó a su fin y la selección vasca se disolvió, después de haber participado como el equipo Euskadi y salir subcampones de la liga mexicana. Por eso Lángara viajó hasta Argentina y llegó el 21 de mayo de 1939 para jugar con San Lorenzo de Almagro. Debutó marcándole cuatro goles a River Plate. Con los “Cuervos” anotó  110 goles en 121 partidos, en una temporada alcanzó el cetro de los goleadores y  aún se le recuerda como el dinamitero.

“Se cuenta que cuando él llegó a la Argentina –relata de nuevo Alegría- y se desvistió en el vestidor para jugar, le vieron las piernas y le preguntaron si era futbolista o luchador. El día de su debut, me imagino que estaba muy nervioso y sólo le metió cuatro goles a River (Plate)”.

Volvió a México cuando nuestra liga se hizo profesional. El Real Club España formó un trabuco y el gran Isidro se convertiría en campeón de goleo durante dos temporadas, anotando 27 y 40 goles respectivamente. “Quedó campeón y con muchos goles. Era una persona que metía muchísimos goles”, recuerda Blasco.

“Había 22 jugadores y él, destacaba”, en la última sílaba del des-ta-ca-ba, se le va el aliento a Don Enrique, por evocar a su héroe.

Hizo de México su hogar, aquí vivió su vida. Nunca se casó. Trabajó en una fábrica de hule. Junto a Luis Regueiro manejaron el bar del viejo hotel Majestic. También laboró en una empresa constructora y en Puebla se involucró con el club de futbol de la ciudad y con esa oncena ganó una Copa México, en su edición de 1953.

“Isidro era muy noblote, muy buena persona, encantador. Era una fiera en el campo. Pero fuera, no”, no cabe duda que al señor Alegría le emociona hablar del futbolista, pero le place más recordar a la persona.
Y por estos lugares fue corriendo el tiempo hasta que su reloj personal le indicó el tiempo de volver a su país. Murió el 21 de agosto de 1992 a los 80 años pero le dejó una herencia enorme a la historia del futbol. Su don de gente, su entrega y fortaleza, y sus cantidades descomunales de goles.



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¿Tijuana o Irapuato?

Tijuana es la quinta zona metropolitana más poblada del país. Cada año llegan para quedarse alrededor de cien mil personas quienes hoy en día suman más de un millón setecientos cincuenta mil habitantes. Irapuato, en los últimos 15 años, ha crecido lo que Tijuana crece en doce meses y apenas ha rebasado el medio millón de pobladores.

Mientras la frontera, conocida como la última esquina de México, es una ciudad cosmopolita, Irapuato está enclavada en el corazón del bajío donde radica la más pura forma del conservadurismo nacional.

Tijuana es una ciudad donde la gente espera su turno. El que ha llegado ahí quiere cruzar al otro lado en busca de prosperidad o pretende obtener un trabajo en las maquiladoras establecidas en este lado, que han llegado a fabricar desde televisores hasta los primeros aviones que se hicieron en México. Mientras se presenta el momento de actuar, se produce la dinámica social de la ciudad. Una dinámica bipolar, contrastante y particular.

De Irapuato la gente se va. Es una región expulsora de migrantes. Los que se quedan son los que pueden y así se mantiene el ritmo de vida de sus habitantes. Forman parte de un corredor industrial que tiene a la ciudad de León como cabecera. Es con ellos con los que mantienen una rivalidad vecinal tan añeja como su propia historia.

En ambas plazas la violencia se manifiesta. Tijuana es sede de la delincuencia organizada. Irapuato ya ha entrado al grupo de los 100 municipios del país con mayores índices delictivos. Pero en ambas ciudades la ciencia y la cultura se desarrollan a pesar de las circunstancias.

El futbol se cuenta de dos formas opuestas en estas ciudades. Tijuana siempre fue beisbolera, taurina y fanática del boxeo. Irapuato está celebrando cien años de la formación del que fuera su primer equipo organizado.

Los factores de identidad del equipo del bajío tienen que ver con la agricultura de la región. A través del futbol siempre se han ligado al cultivo de la fresa, equipo y afición son una trinca y su barra más célebre se hace llamar los Hijos de la Mermelada. Sin embargo, la historia de la escuadra representativa está llena de ascensos y descensos, apariciones y desapariciones. Una de estas producida por una terrible sospecha de que detrás de la administración del equipo se encontraba el crimen organizado. Esta franquicia tiene el nombre de Irapuato por siempre, el propietario es el arquitecto José de Jesús Martínez Tejeda, un empresario irapuatense que asegura haber apostado gran parte de su fortuna para vuelva la primera división a la ciudad. 

La Trinca optó por asociarse a un personaje sui géneris, Cuauhtémoc Blanco volvió a ser un factor decisivo en la cohesión del equipo con su gente.

Tijuana nunca ha tenido representación en el máximo circuito. Hubo efímeros intentos en otras categorías. El proyecto de los Xolos comenzó en el 2007 al amparo de un excéntrico personaje: Jorge Hank Rhon, quien fuera alcalde de la ciudad y candidato a gobernador del estado de Baja California, además de ser el propietario de una casa de apuestas deportivas.

A pesar de que los Xoloitzcuincles no son una raza oriunda de Tijuana, su significado acabó siendo un poderoso factor de identidad.

Las gradas de su estadio también arrojan mensajes que perfilan la realidad que se vive en la región. Su barra popular se llama La Mazsakr3, escrita con k y con un tres en ves de la “e”.

Para que una identidad esté completa hace falta amarrar el proyecto deportivo con el social. El futbol espectáculo le brinda esparcimiento y diversión al grupo de espectadores que lo demandan. Una de estas dos ciudades formará parte del máximo circuito. Una tiene casi todos los elementos necesarios para que el arraigo sea pleno, la otra tiene un potencial que rebasa las fronteras para hacer de esta franquicia un negocio redondo. Sin embargo el ascenso se disputará en la cancha y serán los goles los que marquen la diferencia.

Kubala, el extranjero

Gran post el de Dorsal 14. Cuenta que Cuando Kubala estaba por empezar a jugar al futbol, Albert Camus ya había publicado su primera novela llamada “El Extranjero” (1942). En esta historia el protagonista comete un absurdo crimen y a pesar de sentirse inocente, jamás se manifiesta contra su ajusticiamiento y acaba por aburrirse de su propia vida. Recordemos que pronto iniciarían los tiempos de posguerra en donde la carencia de valores y la angustia existencial harían de los humanos seres grises sin pasión ni voluntades. Aquella fue una época de antihéroes que dejaron de buscar la felicidad en la religión o en la  sociedad y que se volcaron al encuentro de sí mismos y luego entonces, sacudieron a aquellos que los miraron haciendo lo que hicieron.

Kubala, futbolista húngaro de padres eslovacos, cometió un absurdo crimen, según los mecanismos, las leyes y la moral de su país de origen, y hasta en la transformada nación de sus padres también fue señalado. En ambas naciones había caído el telón de hierro. Por eso escapó y, aunque terminó exiliado y naturalizado en un país controlado por una dictadura opuesta a las comunistas, se volvió un extranjero que pudo juzgar  y remover los fantasmas de una sociedad angustiada y con una moral carente de sentido.

Laszlo, Ladislav o Ladislau, en húngaro, eslovaco y español significa "señor glorioso" y vaya que lo fue. Banalmente jugó en y para los tres países. Y los tres lo reclaman para sí en sus cuadernillos del pasado. Aunque lo cierto es que este extranjero acabó por tener una sola patria con llanos verdes y límites trazados con cal. Fue un nativo del futbol que se resistió al aburrimiento de la vida y aunque llegó a coincidir en algunos puntos de las premoniciones de Camus, Kubala, a pesar de sus circunstancias, nunca dejó de tener esperanzas en su especie. Por eso llegó a sacudir a todos los que miraron lo que hizo. Por eso tuvieron que construir un nuevo estadio para que lo fueran a ver. Por eso Serrat canta que para él, ninguno como Kubala.

Ninguno como Kubala

Tres extranjeros son los referentes principales del Futbol Club Barcelona. Hablaremos del de en medio. Del que está entre Gamper, su fundador, y Cruyff, su pieza perfecta. Nos referimos a Kubala bajo la amenaza de que lo que digamos de él será lo menos, porque no alcanza la retórica para perfilarlo. Ídolo de una generación, mito del barcelonismo diría Vázquez Montalbán. Un idilio de 11 años en color azulgrana. Kubala fue de esas víctimas del yugo soviético que encajó a la perfección en las historias anticomunistas de la España franquista.

Laszlo Kubala nació en Hungría el 10 de junio de 1927. Fue hijo de oriundos eslovacos y desde los dos años el futbol lo atrapó para siempre. Siguió los pasos del padre (Pavel), quien había jugado para el Ferencvaros de Budapest, y que murió de un infarto en 1945.

El pasado de Kubala fue novelado por él mismo. En Hungría sentía que se ahogaba. Su biografía relata momentos muy complicados bajo el sistema comunista. Jugó con el Ferencvaros para honrar la memoria de su padre y a los 17 años fue seleccionado magiar. Luego formó parte del Bratislava de Checoslovaquia, la tierra de sus ancestros, cuyo equipo nacional también acabaría por llamarlo. Pero al joven rubio no le gustaba que le dictaran el guión de su vida y se rebeló ante el rígido sistema. Acabó en un campo de concentración hasta que pudo escapar del terror rojo. Esas memorias acabarían siendo el guión de una película llamada “Los héroes buscan la paz”, en donde él se interpretaba a sí mismo y el sistema franquista aprovechaba el melodrama para reforzar su propaganda ideológica.

Salió de Hungría portando un uniforme del ejército soviético y en un camión militar buscó alcanzar la frontera. La aventura la hizo con Jorge Marik, quien acabaría dejando su legado en México. Se refugió en Italia. El Grande Torino estuvo a punto de contratarlo y se salvó de ser una víctima de la Tragedia de Superga, por no llegar a un acuerdo con la escuadra granate. Mientras tanto, su familia se tuvo que quedar en Hungría y todos la pasaron muy mal. Se formó un equipo de exiliados de Europa del Este, conocido como el Hungaria, y así llegó a España en 1950. El Real Madrid lo quiso, pero no le convencieron. Fue José Samitier quien lo vestiría de blaugrana, a pesar de que la Fifa lo tenía sancionado.

Les Corts y sus sesenta mil lugares fueron insuficientes para ver a este atleta rubio y musculoso que era capaz de convertir al futbol en una sucesión de instantes mágicos. Los tiros libres nunca habían cobrado tanto sentido como el que este especialista les dio al cobrarlos con la parte interna del pie, para evitar la muralla defensiva y llegar trazando curvas hasta las piolas. El Barcelona se kubalizó y el propio Kubala se convirtió en un mito. Dicen que por él se construyó el Camp Nou,

Pero el mito era un ser humano vulnerable aunque su fortaleza física lo hiciera parecer invencible. A Kubala se le metía la pierna para frenarlo. Desgarres en los músculos, ligamentos rotos, meniscos pulverizados y nada le hacía parar, incluso sufrió un proceso tuberculoso en el pulmón derecho que lo tenía al borde del retiro. Pero de todo se recuperó. Aunque esos periodos de sanación le restaron muchos minutos a su tiempo glorioso.

El Barcelona de Kubala acabaría conquistando cuatro ligas, cinco Copas de España y dos Copas de Feria. En este periodo lo naturalizaron español y vistió la roja, convirtiéndose en uno de los pocos futbolistas que han sido seleccionados nacionales de tres países distintos, cuando las reglas así lo permitieron. Fue Laszlo en Hungría, Ladislav en Checoslovaquia y Ladislau en España.

Pero el reinado de Kubala en la Ciudad Condal tuvo su contraparte en Madrid y al mismo tiempo el contraste lo encumbró aún más. España entera se preguntaba quién era mejor ¿Kubala o Di Stéfano? A “La Saeta Rubia” lo habían llevado a la península para jugar con el húngaro en el Barcelona pero el destino no quiso que se juntaran y los hizo antagonistas, a pesar de que siempre fueron grandes amigos. Entre los dos protagonizaron una década inolvidable que revolucionó la historia del futbol español.

Kubala dejó al Barcelona en 1962 pero se retiró de las canchas en 1967, con cuarenta años encima. Optó por el banquillo y fue el seleccionador nacional de España durante 11 años. También dirigió a Paraguay, en donde se le recuerda por haber revolucionado la mentalidad del futbolista guaraní. Y anduvo por Arabia Saudita, contagiando a los árabes de su pasión por el juego. Murió el 17 de mayo de 2002, a los 74 años. Los que le vieron jugar aseguran que Kubala es la causa última de una sentimentalidad barcelonista. El propio Joan Manuel Serrat le llegó a cantar diciéndole que no había ninguno como él.

El futbol es un universo

Bob Marley murió el 11 de mayo de 1981 y diez días después fue sepultado con su guitarra Gibson Les Paul, un carrujo de marihuana, un anillo sagrado, el Kebra Nagast, que es la biblia del movimiento rasta, y un balón de futbol.  

Con la guitarra le cantó a un mundo imperfecto que toleró muchas veces fumando la hierba que lo relajaba. El anillo era una reliquia que lo ataba a sus creencias escritas en el libro de los rastas y el balón de futbol le otorgaba libertad.

“El fútbol es una habilidad en sí misma. Todo un mundo; un universo por sí solo. Yo lo amo, porque debes tener la suficiente destreza para jugarlo. ¡Libertad! ¡El fútbol es libertad!”, así lo dijo este hombre que hizo su música para luchar en contra de los sistemas que sólo enseñan a vivir y morir.

Marley tuvo todo el perfil de los futbolistas de barrio. Nació cubierto por la pobreza, los problemas y la marginación de una Jamaica que estaba a punto de ser independiente. Antes de la guitarra se topó con la pelota y dicen que en sus inicios parecía mejor futbolista que músico.

Pero la misión de Bob la marcaba un ritmo lento que envuelve la conciencia con desenfado y al que llaman reggae. Sus canciones son parábolas dirigidas a los marginados, daba mensajes de fe y revelación. Pero más allá de cantar alabanzas religiosas rastas, advertía a la gente de los males, las alegrías y los sueños de la humanidad. Comprendió el poder transformador de la música y se convirtió en un chamán mundial

Su piel color gamuza, sus labios delgados y su nariz puntiaguda eran el resultado de una mezcla de genes muy particular. Por parte del padre, un capitán de los marines reales del imperio británico, heredó una carga genética de una ancestral familia judía con orígenes en Siria y Egipto. De su madre recibió la conexión directa con África. Por supuesto que la relación entre sus padres acabó destruida por el racismo. Marley acabó siendo un mulato que encontró en su lírica la mejor forma de describir sus circunstancias. Sus canciones hablaban de religión, de política, de sexo-amor.  Y nunca compuso nada sobre el futbol. Ese era su universo personal.

El se convirtió en la primera súper estrella del tercer mundo sin dejar de ser fiel a sus más profundas creencias. Siempre se situó en un mundo imperfecto al que le cantaba sin reclamos. Por eso Andrés Calamaro dice que “la voz de Marley te toca, primero, por esa fatiguita que conmueve; luego te reconforta, ya que cuenta que en algún lugar del mundo está brillando el sol y la vida es simple”.

Y si el sol brilla y la vida es simple que mejor que darle al balón. Siempre se dio su tiempo para jugar. Le gustaba actuar en el medio campo y se cargaba hacia el lado izquierdo. Corría como un poseso. Siempre estuvo dispuesto para ver algún partido. Le tocó el reinado de Pelé y Osvaldo Ardiles le llamaba mucho la atención. Convivió con Paulo César en Río de Janeiro y su mejor amigo resultó ser Allan “Skill” Cole, uno de los futbolistas más populares de Jamaica, quien además resultaría una pieza clave en su credo y en la forma en como percibía la política de su isla.

En 1977, jugando al futbol, se lastimó el dedo gordo del pie derecho. Ahí le detectaron un severo problema que podría generarle cáncer.  La solución era amputar el dedo pero Bob se resistió. Los rastas no pueden someterse a una amputación. Le hicieron un injerto y le controlaron el dolor.

Durante tres años siguió cantando, bailando y jugando al futbol hasta que a punto de iniciar una gira millonaria en los Estados Unidos el cáncer le invadió el cerebro, los pulmones, el hígado y el estómago.

Murió a los 36 años y en su isla se celebró un sentidísimo funeral. Bob Marley es el máximo exponente de la cultura contemporánea de Jamaica, el más querido de los cantantes de reggae y uno de los más apasionados practicantes del futbol.


La tragedia de Superga


Il Grande Torino sigue haciendo suspirar por el recuerdo de sus héroes. Las ruinas del estadio Filadelfia desgarran la memoria mientras la colina de Superga con su catedral, sigue en el mismo sitio y continúa ocultándose cuando el caprichoso clima le pasa el manto de niebla. Esta es la historia de un equipo de época que fue armado con la firme intención de enamorar a los italianos de otro tipo de futbol.

En los tiempos de la segunda guerra mundial Ferruccio Novo, presidente de la escuadra, trazó sin proponérselo, el perfil del futbolista total. Aquel que ataca y defiende, que sube y baja, que siempre acompaña y está franqueado por los suyos. Empezó a buscar a los hombres que harían de los granates un grupo espectacular. Un sabio le ayudó a encontrarlos. Vittorio Pozo, entrenador bicampeón del mundo, tuvo mucho que ver en el armado. Lograron un scudetto en 1943 (el segundo en la historia del Torino) pero la guerra los hizo parar.

Después, con el país ultrajado y cargando la derrota, el equipo del Toro brindó consuelo, diversión, esperanza y alegría a los habitantes de Turín, quienes acabarían contagiando a miles de italianos. El Torino fue esparciendo el entusiasmo y en su juego se podían leer las líneas de un manual de vida que basaba en la felicidad la cura a todos los males.

Los scudettos se fueron sumando. Tres al hilo, más el del 43, sumaban cuatro. El Torino ganaba con goles. Nunca especulaba. El futbol en Italia había dejado de ser motivo para la propaganda fascista y estaba reinventándose con la belleza misma de la ejecución del juego de conjunto. El guardameta Bacigalupo pagó el tributo del atrevimiento. Pocas veces era puesto a prueba sin embargo tenía la mejor perspectiva de cómo jugaba ese Grande Torino. Aldo Ballarin y Moroso lo acompañaban en la retaguardia mientras en el centro del campo, Castigliano, Martelli y Rigamonti recuperaban balones que de inmediato eran lanzados a sus interiores EzioLoik y Valentino Mazzola, el capitán, para que estos armaran la ofensiva con los extremos Romeo Menti y Franco Ossola, quienes surtían al contundente Gabetto.

La estadística de la temporada 1947-1948 emociona a pesar de la frialdad de los números. El Toro anotó 125 goles en cuarenta partidos. Por eso diez de los once seleccionados nacionales elegidos por Pozzo, eran del Torino. Italia entera ya estaba pensando en la Copa del Mundo de 1950.

Todos fueron grandes pero el capitán Mazzola tenía algo especial. La clase y el temperamento de este lombardo resultaron fundamentales para todo lo que el equipo llegó a ser. Por eso sus genes fueron tan poderosos que su apellido en Italia, es  sinónimo de futbol.
En abril de 1949, el Torino sacaba una considerable ventaja al Inter de Milán. Todo indicaba que el quinto scudetto estaba cerca. Por eso el viaje a Lisboa para el partido de despedida de Xico Ferreira, amigo de Mazzola, entró sin problemas en la agenda del club.

Jugaron contra el Benfica. Perdieron cuatro a tres y volvieron a Turín el 4 de mayo, a bordo de un avión Fiat con tres motores. Ya eran las cinco de la tarde. El cielo se caía en la puerta de los Alpes. La aeronave se preparaba para aterrizar a ciegas. La torre de control les proporcionaba el rumbo. La comunicación era vital. Los pilotos estaban concentrados en el altímetro del aparato y  las agujas del reloj marcaban las cinco con tres minutos. Superga y su basílica se estremecieron. La colina tembló y desde entonces la nostalgia vive ahí, en donde murieron todos.

El quinto scudetto fue póstumo. Ferruccio Novo (quien no hizo el viaje por un fuerte resfriado) y sus jóvenes toros cerraron el torneo con honor pero la tragedia fue absoluta y cambió la historia. Turín perdió a sus héroes. Italia a su selección y replegó sus líneas. Por eso el recuerdo de Superga es solemne. La melancolía tal vez le puso candado a un futbol que pudo ser distinto. Posiblemente un día, los italianos guarden su luto inspirándose en ese toro que se fue al cielo. En ese equipo que se recuerda por siempre como Il Grande Torino.