Siempre en busca de un hogar


Su talento, cuando jugó con Monterrey, nunca fue cuestionado. Su carrera en España le ha quitado luz, las lesiones no lo dejaron en paz. Su convocatoria a la selección nacional siempre ha generado comentarios afilados, algunos dicen que él no quería ser mexicano. Pero Franco es un hombre que ha aprendido de la vida y que siempre ha buscado el calor de hogar.
El mundo de Guille Franco ha sido tan redondo como lo es el balón. Y hablar de redondez no es hablar de perfección, si no de refugio. De niño sufrió la separación de sus padres y pasó 11 años, junto a sus dos hermanos, al cuidado de la abuela.
Fue en la calle donde le encontró la redondez a su vida. Una pelota de futbol y las inolvidables canicas le proporcionaban la alegría infantil que era interrumpida cuando la abuela lo llevaba de la oreja de vuelta al mundo real, tan plano y complejo, que de ninguna forma se asemejaba a esa redondez en donde Guillermo se refugiaba y que paradójicamente tenía la misma forma que el planeta que habitaba.
"En plena calle armábamos los arcos –de la portería- y jugábamos al fútbol todo el día, a las canicas también, y llegaba mi abuela y nos llevaba de la oreja a la casa porque no queríamos volver pues vivíamos en nuestro mundo –dice mientras suelta tremenda carcajada-. Para nosotros no había horarios, no teníamos noción del tiempo por eso mi abuela, después de llamarnos tres o cuatro veces, nos metía ¡de la oreja a la ducha, éramos una mugre!", recuerda con nostalgia Franco en una entrevista concedida a mediotiempo.com
Cuando cumplió los 14 años, su padre se volvió a casar y lo invitó, a él y a sus hermanos, a vivir con él. Con la adolescencia a cuestas se emocionó con la idea de vivir en familia, aunque fuera en estas circunstancias. Dios era para Franco el gran culpable de su situación y él mismo ha aceptado que su carácter estaba podrido.
Siempre afín a los deportes, fiel seguidor del basquetbol – idolatra a Michael Jordan- , apasionado del rugby y del remo, como buen argentino que nació en Corrientes, un 3 de noviembre de 1976, el futbol ya lo traía en su información genética. Justo a los 16 años, el papá de un compañero de juego, le dijo que su estilo traía el don, que se fuera a probar y así llegó al San Lorenzo de Almagro y volvió a dejar la vida familiar de la que sólo disfrutó un par de años. Su mundo en verdad era redondo, tan redondo como el planeta Tierra y el balón de futbol. Pero él sufría. Nunca pudo comprender la separación de sus padres. Por eso anhelaba un hogar y donde estuviera le tenía que dar forma de alguna manera, algo así como cuadrar el círculo.
Con los Cuervos tuvo que aprender a convivir con los muchachos que el futbol había adoptado como a él, cada uno con sus circunstancias. Se disciplinó y maduró con ese estilo. Consagrado al deporte que le daría todo y le cobraría todo.
En reservas le pusieron trampas y estuvo a punto de mandar todo al diablo, pero un sabio consejo de un conserje, le dio el temple para seguir.
Guille nunca vivió bajo el esquema de papá y mamá. Y sólo él sabrá bajo que esquema lo hizo. Tal vez por eso, cuando se volvió cristiano, se reconcilió con Dios y desde entonces es su padre y su madre al mismo tiempo. Ahí encontró la solución a su carácter podrido y dicen que cuando Franco habla del Creador, no es fácil comprenderlo. Pero en la cancha es un león.
“Yo tenía un carácter muy fuerte, un carácter bastante podrido por las cosas que pasé de chico y la falta de cariño y amor pero Dios lo fue moldeando y me cambió mucho", ha señalado el propio futbolista.
En un sitio cristiano en internet llamado El Orador, Franco señala cómo le gustaría ser recordado en cada lugar por donde ha pasado y dice “que recuerden que Franco era una persona que confiaba en Dios, que irradiaba luz, se veía que tenía algo distinto que era Dios obrando en Él”.
Guillermo Luis Franco Farquarson llegó a México en el 2002 junto a Walter Erviti. Ambos venían a Monterrey como jugadores campeones del San Lorenzo de Almagro. Fueron piezas claves de Daniel Alberto Passarella y obtuvieron el título con los Rayados en el Clausura 2003.
Sus goles son parte de la antología rayada. Fue campeón goleador. El jugar finales con un protector craneal es materia prima de la literatura fantástica del futbol regiomontano. Su salida a España fue para buscar una nueva opción de hogar. Pellegrini era una figura para él pero cuando el técnico dejó al submarino amarillo, probablemente el sentimiento de orfandad le volvió a pesar.
El Guille se hizo mexicano para jugar un mundial. Su primer argumento fue desafortunado y más si los primeros en escucharlo íbamos a ser los mexicanos. Dijo que "por un mundial se naturaliza hasta africano". Nunca se la creyeron, pero hay que comprender lo dicho. No fue peyorativo su comentario, fue honesto. Él va buscando hogares redondos, su mundo es redondo, el mundial es redondo, el futbol es redondo.
Para Franco, “México es muy importante. Me abrió las puertas para crecer profesionalmente, para hacer un nombre más fuerte de lo que tenía en Argentina, me regaló la posibilidad de tener dos hijas y de contar con el cariño de toda la gente”. Este argumento es el indicado para que la sensibilidad mexicana lo acepte.
Hace un par de años, Guillermo Franco obtuvo su tercer pasaporte. Su ascendencia italiana se lo permitió y es un recurso que utilizó, como muchos futbolistas, para abrirse espacios en el futbol europeo. Con el Villareal su contrato ha expirado. Mientras eso ocurría, Javier Aguirre lo convocó a la selección mexicana que deberá corregir el rumbo. Y en Monterrey sueñan con que regrese a casa su hijo pródigo. Tal vez sea en la Sultana del Norte donde el Guille al fin encuentre un hogar definitivo.

Díganle adiós al Necaxa

El descenso del Necaxa de drama tuvo pocos momentos. No hubo escenas tan desgarradoras. El dolor no caló tan profundo como en otros descensos. Algunos lloraron pero solo por amor propio. La pasión por este equipo ha ido muriendo como lo han ido haciendo sus viejos aficionados o bien aquellos niños que le fueron a los Rayos en los noventas han crecido y perdido la ilusión.
Necaxa es un histórico del futbol mexicano desde 1923. Llegó a ser el equipo que contaba con lo más granado del futbol mexicano. Tuvieron un parque de ensueño en donde vivían sus futbolistas traídos de la lejana provincia de occidente. Ahí nacieron chamacos que luego defendieron la playera como si de su propia estirpe se tratara.
Fueron hermanos, dicen que once, los que se volvieron leyendas y campeonaron.
Fueron selección nacional con todo y su naturalizado cuando jugaron el centroamericano por México, en 1935, alineando al peruano Julio Lores.
Fue con esos colores con los que debutaron Horacio Casarín o Nacho Trelles.
Fue Necaxa el único en decirle no al profesionalismo, pero muchos años después se convirtieron en el primer cuadro mexicano en participar en un mundial de clubes.
Fueron sus héroes los que le ganaron al Santos de Pelé, en 1961, y que llevan casi medio siglo festejándolo, puntualmente, cada dos de febrero.
Era el impredecible equipo que en quince minutos resolvía el partido más difícil pero en una jugada perdía con los más débiles.
Fue un necaxista, Roberto Martínez el Loco, quien anotó el primer gol mexicano en el estadio Azteca.
Fueron algunos de sus jugadores los que valientemente defendieron sus derechos laborales en un sindicato efímero que les cobró con el retiro prematuro.
Fue una escuadra que tomó la forma de un toro de lidia con la vida contada en tres tercios como la del Atlético Español.
Fue equipo de grandes arqueros. Desde la galanura del Pipiolo Estrada, pasando por el portero de la mala suerte, Jorge Morelos, el Piolín Mota, Adrián Chávez, y hasta el incansable Nicolás Navarro.
Hombres rudos se batieron en la zaga. Con Toño Azpiri no pasaba nadie, con el Cuchillo Herrera, tampoco.
Fue la casa de Aguinaga, uno de los extranjeros que nadie olvidará jamás.
Tachado de ser un equipo ostión tuvo perlas de gran valor al ataque como Bassay, Peláez o el Ratón Zárate.
Fue el botadero del América, una especie de correccional para grandes astros que volvían a brillar ante estadios semivacíos.
Fue el equipo de un presidente de México, de un escritor futbolero, de un defensor de la democracia y de varios comediantes.
Fue el experimento máximo de la escuela lapuentista.
Fue el último gran multicampeón del milenio pasado.
Pero también fue el equipo anciano al que no le guardaron respeto alguno, al que sus familiares olvidaron y llevaron a vivir a un recinto cómodo, en la tranquilidad lejana de la provincia.
Fue el paraíso de los tiburones del mercado de piernas. Fue caja chica. Fue un intento de nada. Fue un equipo sin alma estos últimos años.
Los necaxistas, dentro y más allá del campo, fueron hombres de tanta pasión que en el pasado ocasionaron un incendio en las tribunas que acabó con el Parque Asturias pero que hoy se van sin ni siquiera poder arrastrar el peso de tanta historia que no sintieron, que no valoraron, que no conocieron.
Necaxa está en la división de ascenso pero lo mejor sería decirle adiós a un nombre que ya está hueco. Que no es referencia de nada y que como parte del pasado histórico de nuestro futbol sería mejor guardar en el acervo intocable de la memoria.