El estadio es espectacular, sin duda. Es un tipo de arquitectura que rompe los esquemas tradicionales. Hay un trabajo intelectual intenso. El concepto del volcán coronado por una nube es un detalle que marca la estética del escenario. Sin embargo la fiesta de inauguración, desde mi punto de vista, rompió con los elementos de identidad de Chivas y aunque quiso marcar el rumbo hacia el futuro, lo cierto es que fueron muchas luces que iluminaron el show región cuatro.
Basta ya de hablar con propiedad y dejemos al tipejo, que me dicta estas líneas, desahogarse sin complejos. Cuando veo algo desagradable mi escritura suele ser bipolar, ustedes disculparán.
Iniciamos con Reyli Barba y el himno de los hermanos mexicanos. ¿Qué les digo? No podía sacar del shock a mi cuate Charly Huante, artista del Final Cut y demás instrumentos de las artes visuales. Fiesta de nuevos ricos, apenas pude decirle. Pero la parafernalia que siguió después fue bárbara. Un show orientalizado, con seguras influencias del Feng Shui, pero con descaradas compras en China, donde Jorgito les vende Omnilife a los oriundos. Les explico: los ropajes, los estandartes y demás trapos parecían venir de un outlet de los juegos olímpicos de Beijing. Después, la marcial entrada de los tambores iluminados tan parejitos que hasta parecían la banda de guerra de alguna prestigiada secundaria diurna, por supuesto.
Y aquí viene la parte profunda, los defensores de la nueva filosofía chiva. Una legión de jedis con espaditas Rayovac como las que yo tenía de chamaco. Pero un momento intimidante fue cuando salieron los once titanes que parecían Cylons armados en la Buenos Aires, aunque un buen amigo (Manuel Esparza) asegura que el diseño de las bestias de hierro estaba inspirado en Zorg (Toy Story 2).
Cuando creí que había perdido el juicio, de las alturas bajó una diva con pestañas luminosas, ojitos tapatíos que quedaron tuertos al agotarse las baterías de reloj de fayuca. Arte barroco puro. No podían faltar las estrellas en una noche serena. Astros de cartón para simbolizar los títulos del equipo centenario.
De pronto, llegaron las letras, la dedicatoria de la fiesta: “Gracias Angélica”. El show hubiera culminado con final de opera si la señora hubiera iniciado contracciones y el fruto del amor de la pareja naciera en las tribunas del magnífico escenario, pero no, la criatura se rehusó a venir al mundo bajo estas condiciones.
Luego vino el partido, el gol del Chicharito, el empate, y ahí fue cuando mi esposa me despojó del control remoto y se puso a ver programación ajena que me abstengo de detallar. Gracias al Facebook, mi amigo Manuel me informó que el Bofo había anotado y que el mal gusto seguía en poder de la noche. Yo ya no supe de mi.
Disculpen ustedes al fulano que acaba de expresarse, yo sería incapaz de impedírselo. No soy yo cuando me enojo.
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