Dentro de cuatro años se cumplirá un siglo de una fallida alianza estratégica entre el Imperio Otomano (Turquía) y el Imperio Alemán. La alianza se formalizó con un tratado secreto, firmado el 2 de agosto de 1914, un día después de que Alemania declarara la guerra a Rusia y luego el “mundo” le entrara al conflicto.
Alemania necesitaba a Turquía de su lado y viceversa. Con la construcción del Expreso de Oriente, los germanos se dieron cuenta que podrían tener vía libre hasta Bagdad y el petróleo estaría en sus manos. Por su parte los turcos tenían boleto en primera clase para pertenecer a la Europa industrializada.
Pero la guerra la ganaron los contrarios y la alianza secreta no prosperó. Hubo una segunda guerra y ambas naciones se vieron, tiempo después, en la necesidad de volver a hacer alianzas.
Dicen que la Europa de antes repartía ilusiones a los inmigrantes. A falta de niños, el continente se estaba llenando de ancianos y en las fábricas faltaban manos. A ese paso el futbol también podría quedarse sin pies.
Después de las dos guerras, lo que menos querían los europeos era traer niños al mundo. Por eso cuando se trazaron las nuevas fronteras se abrieron las puertas de la inmigración. Los turcos apuntaron hacia Alemania. Ahora son más de un millón y hasta un añejo barrio de Berlín, Kreusberg, hoy es conocido como la Pequeña Estambul.
Alá trazo el destino de sus hijos en tierras lejanas y la cultura se está fundiendo en un país que se sigue sacudiendo el desprestigio del nazismo con la tolerancia y el aprovechamiento de la globalización.
Y si el futbol es un rasgo de la cultura de las naciones, entonces la selección alemana es simplemente un mosaico mágico. Por eso dejemos como contexto los viejos planes de conquistas y negocios. La propia supervivencia de las naciones devastadas por la ambición hoy se reconcilia en un equipo de futbol multicultural, moderno, eficiente, tolerante, inteligentemente irreverente, alegre y respetuoso del juego.
Dos niños otomanos nacieron en el otrora Imperio Alemán. Uno de ellos representa la magia de la Die Mannschaft; el otro es un bastión de la defensa. Mesut Özil y Serdar Tasci son alemanes con descendencia turca: una gran alianza para el futbol. Antes de ellos, Besiktas Mustafa Dogan fue reclutado por la selección germana, aunque nunca se consolidó.
Fíjense en el eje de la Die Mannschaft. Un alemán de pura cepa como Schweinsteiger impone el ritmo; Özil, hijo de inmigrantes turcos, pone la magia; y los polacos Klose y Podolski hacen los goles. Tres orígenes distintos y hasta tres credos diferentes.
Özil y Tasci son musulmanes. Antes de cada partido oran en el vestuario. Colocan sus alfombras y se postran con la cabeza hacia La Meca durante un par de minutos, ante el respeto firme de sus compañeros. Y así, la inspiración para dos de los miembros del equipo llega desde las tradiciones que envuelven a la luna creciente y la estrella sobre un manto de tres colores. Una verdadera alianza germano-otomana que sólo lo más importante de lo menos importante puede generar.
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