La fuerza de la raza


Sin duda alguna que Marcelino Bernal representó mucho de lo que puede ser el arquetipo del futbolista mexicano. Entrega, coraje, resistencia y por supuesto la fuerza de la raza.
Era difícil que jugadores como él se lesionaran con cualquier cosa. Su fondo físico era nato y corría a ritmo con temperaturas agobiantes. Su largo camino en el futbol quedó sellado con uno de los goles más buscados y merecidos para una selección nacional. En Estados Unidos 1994, la siempre poderosa Italia, a la postre subcampeona del mundo, nos tenía sometidos con un solo tanto. Suficiente para hacernos creer que la derrota estaba al cabo de los 90 minutos. Pero fue el arrojo de este defensor mexicano el que igualó el marcador al minuto 57.
Marcelino nunca dudo en patear el balón. El hueco que vio era de los pocos que el ostión dejaba abierto. A los italianos les encanta ganar por un gol, les gusta la defensa a ultranza. El disparo cruzado desde afuera del área entró por ese espacio irrepetible. Y a ras de suelo la pelota, trazó una diagonal de derecha a izquierda, que acabó en las redes. El propio Marcelino siempre recuerda como esos segundos le cambiaron su historia. “Se siente una emoción muy grande. Siempre un gol es emocionante y en un Mundial es todavía más. Eso es la plenitud de un partido y eso me queda en el corazón", declaró alguna vez pasado el tiempo.
Después, en la ronda siguiente contra Bulgaria, Marcelino fue recordado cuando salvó la meta de Campos y acabó enredado entre las piolas, con la portería partida en dos. ¡Sí, el marco se rompió! Y tuvieron que colocar uno nuevo. En ese juego perdido en penales, Marcelino falló uno de los tiros que nos dejaron fuera. Así da y quita el juego.
Bernal defendió 65 veces la camiseta nacional y pasó más de 20 años como futbolista profesional retirándose a los 40 años de edad, con dos copas de mundo disputadas y tres campeonatos de la liga nacional. En su tierra -nació el 27 de mayo de 1962 en Tepic, Nayarit- es un héroe y un deportivo lleva su nombre. El Centro Deportivo Marcelino Bernal, construido con su esfuerzo y recursos, está dedicado a la formación de la niñez y la juventud en distintas áreas del deporte.

Велибор "Бора" Милутиновић


Al terminar el Mundial de 1986, el presidente Miguel de la Madrid condecoró a Bora Milutinovic con la Orden Mexicana del Águila Azteca, reconocimiento que se les entrega a aquellos extranjeros que entregan su talento en servicio de la patria.
Milutinovic llegó al país en el arranque de la década de los setenta para jugar con los Pumas en donde se convirtió en un revolucionario entrenador que marcó una era impresionante. La UNAM promediaba 78 goles por temporada bajo su mando y Hugo Sánchez se consagró en esta etapa.
Justo cuando la selección había fracasado en su intento por calificar a España 1982, Bora estaba en la cumbre de su corta trayectoria como técnico universitario. En 1983 se le entregó el equipo nacional en medio de un sin fin de críticas. Una de ellas lanzada con ácido por el gran Nacho Trelles, quien aseguró que a partir de ese momento se tendría que modificar el apellido para quedar en Trellesovski, poniendo en tela de juicio la necesidad de un extranjero para poner orden en el futbol doméstico. Curiosamente hoy en día es tan mexicano como Don Nacho porque adoptó nuestra nacionalidad.
Pero Bora aceptó el reto. México no tendría que eliminarse porque sería sede del campeonato en 1986 y el entrenador tuvo tres años para trabajar en el estilo y personalidad del equipo tricolor.
El origen de Velibor Milutinovic nos lleva a un país que no existe más. Nació el 7 de septiembre de 1944 en Bajina Bašta, en lo que era Yugoslavia y hoy se llama Serbia. Su nombre en serbio se escribe así: Велибор "Бора" Милутиновић.
Bora hizo estudios, a nivel técnico, de radio y televisión. Inició la carrera de ciencias políticas pero la dejó trunca. De niño siempre practicó el deporte. El ciclismo y el futbol en las estaciones de calor. El esquí y el patinaje cuando la nieve y el hielo se apoderaban de su pueblo.
Fue seleccionado yugoslavo entre 1960 y 1966. En su país de origen no existía el futbol a nivel profesional, eran equipos amateurs los que disputaban la liga local. Así eran los procedimientos de las naciones socialistas que vivían al amparo de la Unión Soviética.
En México está establecido desde agosto de 1972, aunque por naturaleza es un hombre viajero. Lo importante en los viajes, según Bora, es dejar un buen recuerdo.
Y vaya que ha dejado recuerdos por el mundo. Es el único hombre que ha dirigido a 5 selecciones en 5 mundiales diferentes. México (1986), Costa Rica (1990), Estados Unidos (1994), Nigeria (1998) y China (2002).
Alguna vez tuvo que tomar una decisión que seguramente le rompió el alma. La selección serbia lo necesitaba más que nunca en el 2003. Tras dos semana de reflexión dijo que no porque había razones familiares y de índole personal para negarse. Pero la realidad fue que Milutinovic quedó consternado al saber que la selección de Serbia-Montenegro se formó en base a criterios políticos.
Con Honduras disputó el eliminatorio rumbo a Alemania 2006 pero no terminó su camino. Y no se arregló con Arabia Saudita o Togo porque no quiso.
En China le dicen Milú, que en mandarín significa buena suerte.
Ahora, finales de abril de 2009, está en Irak dirigiendo al equipo nacional con miras en la Copa Confederaciones.
Este entrenador es poco científico y le apuesta más a uno de los valores que más ha olvidado el futbol moderno: la alegría del juego.

Es hora de perdonar a Cisneros


El Vaquero, Eduardo Cisneros (14 de mayo de 1953, ciudad de México), aquel hombre barbado que jugaba con talento, con entrega, con coraje. Héroe de la semifinal de 1983 contra el América y villano, un año después, frente a Zelada desde los once pasos, en una gran final. Todavía se le culpa de la desgracia sin miramientos.

¿Dónde ha quedado Eduardo después de tanto tiempo? Vive cerca del futbol pero siempre cuestionando al destino porque gracias a un error la gente ha borrado de tajo sus grandes momentos como futbolista. Después del retiro se fue a vivir al Bajío, anduvo por Silao (Guanajuato) enseñándole a jugar a los niños. También vivió en San José Iturbide, también en tierras guanajuatenses, y se puso a criar gallos. Hace algún tiempo tomó el reto de dirigir a un equipo de tercera división llamado Atlante-Avante. Entrenaban en la Alameda Oriente, en donde antes fueron los tiraderos de basura de Iztapalapa. Aparece y desaparece. Se le puede ver en las tradicionales comidas de fin de año que organizan los veteranos del Atlético Español, pero ha decidido andar errante.

Eduardo Cisneros nació en una familia de futbolistas que bien podrían romper un record Guinness. Son más de dos decenas -y contando- que han sido profesionales. Los Cisneros son una dinastía de hombres que viven del futbol, aunque a él, de niño, le gustaba torear, tal vez por eso, Don Roberto Hernández Junior le puso el vaquero. Fue un 10 natural, debutó a los 19 años con el Atlético Español y José Moncebaez fue quien detonó sus talentos cuando lo puso en la media cancha de los Tiburones Rojos. Jugó en con el Atlético Potosino y en los Rayados del Monterrey, pero realmente tuvo sus grandes momentos siendo el táctico y cerebro de aquel Rebaño Sagrado que humilló al poderoso América tras diez años oscuros del Guadalajara, en aquella semifinal de la temporada 1982-1983, que ganaron porque ganaron, al costo que una tremenda bronca les cobraría al jugar, con un equipo repleto de expulsados, la final contra el Puebla. Nada supo más a gloria como aquella tarde en el Azteca y celebraron durante todo un año, hasta que el futbol le dio revancha a sus odiados rivales.

De aspecto rudo, las barbas lo hacían verse tosco, Cisneros era el cobrador oficial de tiros penales en el equipo. Por supuesto, esa vez no lo pensó y fue a cobrarlo. Él fue el mejor anotador chiva de la temporada 1983-1984 con 16 goles. Luces, cámara…Ze-la-da. Así narró Gerardo Peña, con todo tipo de exageraciones, el peor instante en la vida del Vaquero. Dice que estaba infiltrado. Falló el tanto que los hubiera puesto en ventaja. Eso abrió el cofre de la venganza americanista y desató la frustración de toda una afición. Perdieron tres a uno. Nunca se le ha perdonado y tal vez por eso, él prefiere ocultarse de la multitud. Este año se cumplieron 30 años de esa tragedia y probablemente sea tiempo de perdonar.

Demetrio


Fue descubierto en los llanos de Puerto Vallarta por tres leyendas. Su entrega y coraje son ejemplo de entrega al Rebaño. Demetrio Madero ha sido uno de los defensas más aguerridos que ha tenido el Guadalajara y su legado nunca será olvidado.
Demetrio jugaba futbol en el puerto jalisciense a donde llegó desde muy niño. Él nació en San José del Valle, Nayarit, el 22 de diciembre de 1960.
Un día, el equipo formado por los campeonísmos llegó a Puerto Vallarta para jugar un partido de exhibición. Demetrio formó parte del cuadro local y ahí lo descubrieron las tres leyendas. La Pina Arellano, Chava Reyes y el Jamaicón Villegas lo reclutaron para el Tapatío de la segunda división en 1978. Ahí pasó dos temporadas hasta que Carlos Miloc le echó el ojo y lo invitó a entrenar con el primer equipo de Guadalajara. Al Tanque uruguayo no se le hizo debutar a Madero pero sí dejó grandes recomendaciones al dejar el banquillo del equipo. Diego Mercado siguió los consejos y debutó a Madero en 1980. Tuvo que pagar piso y calentó la banca un buen rato hasta que le llegó su momento. Con Chivas permaneció por doce años y ahí se retiró. Nunca vistió otros colores porque se consagró al Rebaño.
Fue campeón con Chivas, el formó parte del equipo que obtuvo la octava estrella, y protagonista de grandes episodios llenos de pasión como la semifinal contra América en donde se desató una gran bronca.
Hizo una gran mancuerna con Fernando Quirarte sin embargo la selección mexicana lo requirió muy poco. Debutó el 14 de febrero de 1989 y sólo jugó 2 encuentros, acumulando 154 minutos.
Al dejar las canchas se convirtió en el auxiliar técnico de Alberto Guerra, de Osvaldo Ardiles y de Leo Beenhaker. Dirigió por su cuenta a Correcaminos de la UAT, Alacranes de Durango y La Piedad, en Primera A. Los Gallos Blancos le dieron la oportunidad de entrenar en el máximo circuito en el 2002.
Pero el destino no le ha vuelto a poner al frente de una escuadra por lo que volvió a Puerto Vallarta en donde trabajó como funcionario público como director de desarrollo social del municipio y ahora enseña futbol a los chicos de un colegio.

Una joya rojiblanca


La genética de Javier Hernández Balcazar (1 de junio, 1988) le marcó el destino. Hijo de futbolista, nieto de futbolista. El Chicharito tenía que ser futbolista.
Todo su mundo era de gajos. Jugó en la calle, en la escuela, en los videojuegos. Entró a la escuelita de Chivas a los siete años y a los 10 ya estaba reclutado en las fuerzas básicas.
Sacrificó su adolescencia por vocación y sufrió la pena de no haber sido convocado para la selección sub-17 campeona del mundo en el 2005. Su consuelo llegó casi un año después, el 9 de septiembre de 2006, cuando debutó frente al Necaxa anotando un soberbio gol. Javier había entrado a suplir a Omar Bravo, que ya había marcado dos tantos, y así se expresó de aquel momento, instantes después del juego. "Gracias a Dios se me cumplió el sueño. Me falta mucho por recorrer. Este gol se lo dedico a toda mi familia".
Alegre, juguetón y muy llevado, se describe a sí mismo este delantero que está llamado a ser parte muy importante del Rebaño. Cada vez que el equipo lo ha necesitado en el campo le ha respondido perforando las redes. Tiene hambre de ser alguien. Tiene sueños, tiene ancestros que lo impulsan a continuar con la tradición futbolera de las familias de sus padres.
El peso de su estirpe también le trajo momentos complicados que supo afrontar. Decían que estaba en el equipo por ser hijo y nieto de leyendas pero su calidad era más que evidente porque es un hecho que la cancha desnuda los defectos sin consideración.
Desde luego, en un país que carece de delanteros, Javier Hernández es una joya.