El más grande de los magiares


Como le dolió no volver a Hungría pero no podía hacerlo. El fallido intento de su pueblo por sacudirse el yugo soviético, en 1956, lo obligó a exiliarse. Se convirtió en un paria. En un militar que había desertado. En un futbolista deshabilitado. Estaba gordo, deprimido y con los 30 años rebasados. El más grande de los magiares se encontraba condenado a la desaparición. Pero en España, una decisión audaz de Santiago Bernabeu le dio paso a una increíble metamorfosis que convirtió a un héroe glorioso en decadencia en uno de los más grandes futbolistas de todos los tiempos.

En húngaro, el apellido antecede al nombre. Puskás Ferenc no siempre se llamó así. Nació en Kispest, el 2 de abril de 1927. Fue hijo de los Purczeld, esa familia con apellido de origen alemán que vivía en una casita junto al campo de futbol. Para el pequeño amigo no había cosa más placentera que pegarle a la pelota con esa zurda prodigiosa. Su padre era el entrenador del equipo de ese suburbio de Budapest. Tarde o temprano el hijo acabaría jugando para él.

Con el inicio de la segunda guerra mundial, los Purczeld se arrancaron el nombre. Los alemanes eran los malos de la historia y escogieron el Puskás, que en magiar significa escopeta. Desde 1938, el Puskás antecedió al celebre Ferenc.

A 16 años ya había debutado con el Kispest. Dotado con esa ciencia de arrabal le alegró la vida a los que le vieron anotar los cientos de goles que cayeron por racimos cada fin de semana. Con el fin de la guerra, los vencedores se repartieron el campo de batalla. Hungría fue para la Unión Soviética y el modesto Kispest se convirtió en el mítico Honvéd, el equipo del ejército magiar. La oncena pasó a ser un batallón y Puskás un mayor galopante con insignias que comandaba a sus hombres como para defender a la nación en cada juego. En cinco ocasiones fueron los campeones de Hungría.

En 1945 apreció por primera vez en la selección nacional. Con él los húngaros fueron temidos. En todas sus líneas había un bastión pero él era definitorio. Anotó 84 tantos en los 85 partidos que jugó con los suyos. Para 1952 ganaron el oro olímpico en Helsinki. Y al año siguiente, el 25 de noviembre, en Wembley cambiaron el rumbo de la historia al ser los primeros que vencieron a los inventores del juego en su propia fortaleza. Los ingleses nunca pensaron que ese jugador bajito y robusto fuera a terminar con la hegemonía británica en un asombroso tres a seis. En Budapest les fue peor, el siete a uno del 23 de mayo de 1954, nunca ha sido olvidado.

Pero en ese 1954 el planeta se sorprendió cuando Alemania imploró por un milagro y lo acabó obteniendo en Berna al derrotar a los maravillosos magiares, que traían una racha de 31 partidos invictos. Cómo le reclamaron a Puskás por esa derrota, lo cierto es que él estaba lesionado del tobillo (en un partido previo los alemanes lo habían acribillado) pero su coraje lo llevó a estar presente en la final de la Copa del Mundo. Le anularon el tres a tres a dos minutos del final. El Milagro de Berna se había consumado.

Puskás era un héroe nacional, símbolo de la prosperidad del comunismo, a pesar de que él nunca hizo alardes, ni cayó en la tentación del oportunismo. En 1956 los tanques soviéticos se apoderaron de Budapest. Nunca les permitirían a los húngaros guiarse por su propio camino. La fallida rebelión tomó al Honvéd en una gira por Europa. La orden suprema para los futbolistas militares fue el regreso inmediato a la nación. El mayor Puskás desertó y se refugió con su esposa y con su hija en Viena. Fue acusado de traición, de poco patriotismo, de malversación de fondos en un viaje que habían hecho por Sudamérica y a la UEFA no le quedó otra opción que aplicarle las sanciones correspondientes por haber abandonado al Honved. Paró 15 meses. Se deprimió. Subió de peso. Pasarían un poco más de dos décadas para que volviera a poner un pie en su hogar, aunque a su leyenda le faltaba el capítulo de su resurrección.

En España fue llamado Pancho. La crítica fue contumaz. Así que el húngaro bajó 12 kilos en 18 días y se nutrió de goles. Recobró la forma. Y esa zurda tronaba como un cañón. Vestido de blanco se encontró con Di Stéfano y entre los dos llevaron al Real Madrid a la mejor de todas las épocas. Ese equipo fue cinco veces campeón de liga de forma consecutiva, conquistaron tres copas de Europa y Puskás logró cuatro Pichichis para él. Lo naturalizaron español y fue al mundial de Chile en 1962.

El 30 de junio de 1967, a los 40 años, dejó de jugar. El homenaje era lo menos que se le podía ofrendar a este hombre que tiene un promedio inalcanzable. Anotó prácticamente un gol en cada duelo que celebró. Fueron más de 600.

Después quiso hacer vida de negocios y puso una fábrica de salchichas en Madrid, pero también se convirtió en entrenador y anduvo por el mundo. De Sudamérica hasta Australia. Aunque fue en Atenas donde tuvo su gran momento. Llevó al Panatinaikos a una final de la Súper Copa de Europa en 1971. El Ajax de Cruyff se la llevó pero ante tal hazaña los griegos tuvieron que contarle esto a las siguientes generaciones.

La nostalgia por su Hungría la ahogaba cantando las viejas canciones que siempre le gustaron que acabarían siendo grabadas en un disco. En 1981 el viejo entrenador de los mágicos magiares de 1954, Gusztav Sebes, le llamó por teléfono para invitarlo a volver. El héroe significaba mucho para un pueblo apasionado. Lo que vivió, junto a sus compañeros de andaza fue tan conmovedor que a Puskas le regresó una parte de si mismo que había dejado en Budapest. Con la caída de la Unión Soviética pudo volver para quedarse. Dejó de ser un paria y un desertor. El héroe se llenó del cariño de su gente.

Al final de su vida, el Alzheimer le arrebató, uno a uno, todos los capítulos de su existencia. Cuando murió, el 17 de noviembre de 2006, sus funerales fueron tan solemnes como los de un jefe de estado. El dolor caló profundo. Sin embargo, como diría el poeta Eduardo Combe, en vez de velar su cuerpo y tener sus recuerdos nobles, disfrutemos de lo que más supo hacer: sus goles.

Mundo Futbol


Desde agosto del 2010 empecé a colaborar con Mundo Futbol. Me invitó Toño Moreno y mi tarea ha sido un viaje gráfico por la historia del futbol en México y en el resto del planeta. A través de cincuenta exhibiciones interactivas podremos entrar a ese mundo que refleja costumbres, tradiciones, virtudes, defectos y todo lo que forme parte de la identidad de una región. Todas las imágenes fijas que llevan las salas del museo y del Salón de la Fama pasaron por mis ojos. Hay fotos que dicen todo por si mismas y hay otras que dan plena libertad para ser interpretadas.

El proyecto, de agosto a marzo, lo pude conocer por medio de presentaciones virtuales y explicaciones esmeradas de los coordinadores del mismo. Nunca pude visualizar lo que me estaban exponiendo. El día que fui a Pachuca para ver los avances logré entender el asunto. En verdad es algo nunca antes visto en la cultura global del futbol. Mundo Futbol será un recinto espectacular y el Salón de la Fama (un inmenso balón lleno de historia) rendirá homenaje, con categoría, a esos héroes que merecen ser recordados por siempre.

Aquí les dejo unas imágenes del avance de este lugar que obliga a sentir orgullo. 





El molde roto del futbol paraguayo


Cuando los Dioses se enfrascan en discusiones los humanos creamos los mitos. Alguna vez Alfredo di Stéfano llegó decir que un semidios fue mucho más que el mismo Pelé. El Rey no le respondió y la historia del admirado personaje inmortalizado en las memorias de la Saeta Rubia acabó por convertirse en la piedra angular del futbol de Paraguay.

Arsenio Erico fue un coleccionista de motes. El Saltarín Rojo, El Hombre de Goma, El Paraguayo de Oro, El Hombre de Mimbre, El Mago, El Aviador, El Duende Rojo, El Diablo Saltarín, El Rey del Gol, Mister Gol, El Hombre de Plástico, El Virtuoso, El Semidios de Avellaneda. Pero también es recordado como el mayor anotador de goles del futbol argentino. Los Diablos Rojos de Independiente lo tienen en sus rincones más sagrados y es venerado por todo aquel que tiene la misión de reventar las redes de los rivales.

Nacido un 30 de marzo de 1915 en Asunción (Paraguay), fue un descendiente de italianos cuya cepa nutrió las filas del Nacional en un lapso de 30 años. Entre 1909 y 1942 muchos Erico pasaron por el club pero sólo uno resultó inmortal. Debutó con el Albo a los 15 años y siguió jugando mientras sus parientes y paisanos se enfrascaban en la Guerra del Chaco, en contra de los bolivianos. El menor no podía ser alistado en las fuerzas armadas y se la pasó jugando en un equipo de la Cruz Roja para obtener fondos que iban directo al sustento de las tropas. Jugaban en los otros países vecinos con los que no había pleito (Uruguay y Argentina) y los argentinos lo detectaron de inmediato. River Plate e Independiente pujaron para contratarlo. Avellaneda se lo quedó y hasta lo rescató de ser conscripto.

Con 19 años debutó contra Boca sin hacer daño. Al siguiente fin de semana inició su larga lista de goles. A Chacarita Juniors le hizo el primero de 293 goles que lo tienen consagrado como el máximo romperredes del futbol argentino, ahora alcanzado por Ángel Labruna, a quien una investigación documental le otorgó un gol más, 67 años después del supuesto hecho. Pero Erico fue un atacante de más de cuarenta goles por torneo y sus tantos le abrieron el camino a Independiente para ser campeón por vez primera, y de inmediato bicampeón. Anuncia el romanticismo que aquellos Diablos jugaron al nivel del Real Madrid de Di Stéfano y del Brasil de Pelé en 1970.

Arsenio Erico marcaba tantos como quería y como podía. Jugaba como un saltimbanqui. Saltaba de forma descomunal e intentaba remates retando a la ortodoxia. Dijo alguna vez el argentino Cástulo Castillo, poeta y compositor de tangos, que pasará un milenio sin que nadie / repita tu proeza / el pase de taquito o de cabeza / Y todo lo hacía con elegancia de bailarín.

Para 1942 tuvo desacuerdos con los hombres de pantalón largo. Eso le sirvió para volver a su patria y le bastó un año para salir campeón con su Nacional Querido, aunque su participación fue más de espíritu que de tantos. Volvió a Independiente y anotó su último gol en 1946. Fue entonces cuando las lesiones le contaron los minutos y con el peso de su fama el club sacó tajada de la venta de una leyenda. Huracán lo contrató y se le vio jugar sólo siete veces. Nunca pudo anotar. Volvió a Paraguay para retirarse con el Nacional. La medicina contra el olvido la tomó convirtiéndose en entrenador. Sólo quedan anécdotas y una estadística que no guarda copas en las vitrinas de los equipos a los que dirigió.

Se casó a los 45 años con una argentina, hija de españoles. No tuvieron hijos. Vivió el resto de su vida en Buenos Aires. En 1970 se le brindó un homenaje en vida en Asunción. Jugaban las selecciones nacionales del Paraguay y de la Argentina. Y el más virtuoso de los futbolistas guaraníes se topo con esa paradoja que siempre le acompañó. Jamás vistió la casaca nacional. En el mundial del 30, tenía apenas 15 años, y desde los 19 jugó en la Argentina, y como en ese tiempo los que actuaban afuera no podían jugar por la selección, el fútbol paraguayo nunca pudo alinear a su máxima figura, en su equipo nacional.

Para 1977 un problema circulatorio le provocó la amputación de su pierna izquierda. Murió el 23 de julio de ese año en Buenos Aires, el paro cardiaco fue fatal. Independiente organizó el sepelio y una multitudinaria caravana lo llevó al cementerio de Morón. Desde entonces Paraguay reclamaba los restos de su héroe. Un héroe que le ha dado nombre al pequeño estadio del Nacional y que simboliza la pasión de una de las tribunas del principal estadio del futbol paraguayo. Fue hasta el 26 de febrero de 2010 cuando Erico llegó a su mausoleo, construido para él, en el estadio Defensores del Chaco.

Por aquellas fechas, el periodista paraguayo José María Troche asentó con categoría que “no hay nombre más grande ni más glorioso, en el fútbol paraguayo todo, que el de Arsenio Erico. Su nombre resume, en sí mismo, todas las bondades del futbolista paraguayo nacidos y por nacer. En su nombre legendario se aúnan los talentos de los más grandes, pues, al decir del poeta porteño Carlos de la Púa, 'el día que nació Erico, se rompió el molde'".

Manguera, as entre los ases


Podcast
El 24 de marzo de 1882, el doctor Roberto Koch presentó a la Academia de Medicina de Berlín el descubrimiento del agente causante de la tuberculosis, el que fue luego llamado en su honor bacilo de Koch. Su descubrimiento fue el paso más importante tomado hasta ese momento para el control y la eliminación de esta enfermedad mortal. El primer gran ídolo del futbol peruano murió a consecuencia de esta enfermedad. Esta es su historia.

El vals criollo es muy peruano y cuenta sus historias más sentidas. Aquellas que nacen en el alma de los poetas y que se eternizan en la voz de los trovadores que convocan a veladas llenas de recuerdos de otros tiempos. El maestro Arturo Zambo Cavero está listo para hacer suyas las palabras de Pedro Espinel. Con su canto va a recordar a un as entre los ases, a una figura continental del futbol de ayer.

Hace mucho tiempo vivió Manguera. Alejandro Villanueva nació el 4 de junio de 1908 en ese barrio limeño en donde están el puente, el río y la alameda que inspiraron a la inolvidable Chabuca Granda para componer La Flor de la Canela. Y le decían Manguera por alargado y moreno. Medía un metro con noventa y dos centímetros. Hablar del Alianza de Lima es hablar de él y viceversa. Fue el primero de sus grandes ídolos. Aquel que dejó en su legado un estilo de juego que distingue al futbol criollo. Siempre alegre, pícaro y exquisito. Delirio de las tribunas.

Y al dejar el campo atrás, en esos callejones del barrio del Rímac, Alejandro Villanueva se enganchaba a los valses y polkas que tan profundo le calaban. La noche a veces no era suficiente. Y como no iba a serlo si su abuelo fue un célebre decimista, un relator de historias, un bohemio.

Cinco veces salió campeón con el Alianza de Lima en la primera división y otra más en una desventura por la segunda. Manguera fue goleador absoluto en dos ocasiones. Lo grande de su juego y de su escuela se sintetiza en los 3 años, cuatro meses y 28 días que duró el invicto más recordado de los aliancistas. La delantera comandada por el maestro Villanueva se despachó con 115 goles en 27 partidos. El equipo nutrido por afroperuanos era como un rodillo negro que aplastaba a sus rivales.

Jugó su primera Copa América a los 19 y fue mundialista en Uruguay (junto a Julio Lores, el primer futbolista extranjero naturalizado mexicano). Pero fue en los Juegos Olímpicos de Berlín (1936) donde le dio lauros al Perú. Aquel equipo nacional llegó hasta las semifinales y vencieron al Wunderteam de Hugo Meisl (Matthias Sindelar incluido) con un rotundo cuatro goles a dos (un par fueron de Manguera). Sin embargo, aquellos criollos fueron absurdamente desacreditados con un pretexto infame cuando la FIFA ordenó que se celebrara un partido de revancha porque el campo en donde se gestó la hazaña no tenía las medidas reglamentarias aunque también se cuenta que el duelo fue interrumpido por un centenar de aficionados peruanos que asaltaron el terreno de juego. Del lado peruano se asegura que Hitler estuvo detrás de la maniobra. Perú abandonó la competencia y volvió al continente con honor.

Villanueva se hizo un juramento de no dejar nunca a su equipo adorado hasta que la fiesta y sus excesos lo retiraron en 1943. Un año más tarde (11 de abril de 1944) la tuberculosis se lo llevó con apenas 35 años encima. Dicen que su vida estuvo llena de lascivia, virtudes, defectos, miserias y dejadez. Un antihéroe hecho leyenda diría el escritor peruano Gabriel Ruiz-Ortega. Un personaje que seduce. Que siempre vivirá en el recuerdo, porque dio lauros al Perú. Sus restos mortales descansan en un humilde nicho del panteón más antiguo del continente americano, el Cementerio Presbítero Maestro, y se le puede visitar por la noche, cada que la luna llena ilumina esta ciudad de los muertos.

Sendai, disculpa las malas caras


En aquel entonces –los primeros días de junio de 2002- el periodista Roberto Zamarripa (hoy subdirector editorial de Reforma) fue enviado a cubrir la primera Copa del Mundo celebrada en el lejano oriente. El sorteo lo puso en Sendai como compañero inseparable del equipo nacional mexicano encabezado por Javier Aguirre. En el espectacular estadio de Miyagi había que enfrentar a Ecuador. Que sea el propio Zamarripa el que nos cuente como fue la llegada de los mexicanos y el recibimiento que los japoneses tuvieron con los nuestros. Ojalá que toda esa gente esté con bien. Ojalá que esta tragedia no hubiera pasado nunca. De nada sirve mencionar que el moderno estadio fue devastado por el tsunami. De haber sabido, a lo mejor se hubieran dejado más sonrisas en ese viaje.

Adopta Miyagi a México
Por
Roberto Zamarripa
(08-Jun-2002).-
Señor Futbol/ Enviado

SENDAI.- El personal del hotel New World, formado en la puerta principal, repite como si rezara: "Ben-ve-ni-do, ben-ve-ni-do". Llevan cuatro meses en las clases de memorización de palabras en español y hoy, el día que llegan sus invitados, las lecciones empiezan a olvidarse.

Marisela Watanabe, mexicana, de la colonia Cuitláhuac en el Distrito Federal y con quince años ya de vivir en Japón, les dice con paciencia: "bienvenido, bien-venido". Afuera, unos cuarenta niños de la escuela Yoshinari de Sendai, aguardan también la llegada de los seleccionados mexicanos que vienen a jugar a esta provincia del noreste japonés, en contra de Ecuador.

Un grupo de niños viene con la playera guinda y calzones cortos blancos mientras el otro porta la camiseta blanca y el pantalón azul con guinda. Los porteros, cuatro, traen todos suéteres verdes con shorts negros. Vienen de su juego sabatino. La mayoría tienen las rodillas negras, con las costras de tierra y el sudor pegado a los cachetes.

Sato, el número 10, y considerado por su entrenador OIshijima como el mejor del grupo, quiere ver a Cuauhtémoc Blanco. Pelado a la brush, dientón, de orejas grandes y ojos vivos, Sato dice que cuando sea grande quiere ser dos cosas: una, abogado, y la otra, jugar en el Inter de Milán. Al momento que aparece el camión con los seleccionados, procedentes de su campamento en Fukui, Sato brinca entre sus compañeros para poder ver. Es de los más bajos de estatura y la emoción del grupo provoca una pelotera en el pequeño espacio asignado para los niños por la policía japonesa que cuida a los futbolistas como si fueran jefes de Estado.

El camión se estaciona treinta metros delante de donde están los niños. Ellos, agitan sus banderas tricolores de papel con el águila impresa al revés. Gritan "Meshico, Meshico", pero los jugadores no parecen percatarse de su presencia.

Marisela Watanabe está en la puerta con un ramo de girasoles que entrega a Javier Aguirre. Ella fue designada por la gerencia del hotel para recibir al equipo mexicano y decirles de la manera correcta: "Bienvenidos". Durante varios meses acudió a sesiones de trabajo con el personal del hotel para enseñarles español.

"¿Cómo son los mexicanos? ¿Son alegres? Me preguntaban cada que venía. Yo les dije que sí que son muy alegres, que les gusta la fiesta", dice Marisela, casada desde hace más de una década con un empresario japonés vendedor de juegos de mesa, de billares y de mesas de pin-pon.

Entre ambos instalaron también una tienda de regalos donde venden productos mexicanos y siendo ampliamente conocidos en la ciudad, la gerencia del hotel acudió en auxilio porque los mexicanos iban a llegar a Miyagi durante el Mundial.

Ya llegaron. Y para no errarle le pidieron a Marisela que le diera unas palabras de bienvenida y de paso los girasoles, flores de moda en el verano japonés.

La efusividad de Aguirre es tal en su arribo que las flores pasan de las manos de Marisela, a la del entrenador y de ahí al utilero en menos de diez segundos. Los jugadores responden los murmullos de sus anfitriones, "ben-ve-ni-do, kamestá, surte en juego", en el esfuerzo por hacer sentir a los mexicanos como si estuvieran en su casa.

El comedor está adornado con sombreros de charro y dos platones de talavera -de esa que tiene su denominación de origen en competencia-, una virgen de cerámica, dos sarapes y de fondo, música de Pedro Infante con uno de los discos que en su momento debió haber roto récord de ventas, el que contiene Las Mañanitas.

"¿Y a los mexicanos puede decírseles, hola y no se molestan?", le preguntaron a Marisela cuando les daba clases de cómo son los de la tierra de Juan Rulfo.

"Yo les comenté que a quién no le gustaba que lo saludaran. ¡Claro que a los mexicanos les gusta que les digan hola!", cuenta Marisela.

Los jugadores de la selección bajan del camión con cara de hartazgo. Viajaron más de una hora del campamento de Fukui al aeropuerto. Luego otra hora de vuelo hacia Sendai y después una hora más del aeropuerto al hotel en esta ciudad.

Pasan rápido y hacen como que no oyen las esforzadas frases de los empleados del hotel y los gritos de los niños. Toda la delegación porta un traje oscuro, camisa blanca y corbata amarilla. Jorge Campos, Oscar Pérez, Manuel Vidrio, los Gabrieles De Anda y Caballero, Ramón Morales, Osvaldo Sánchez, parecen gentiles.

Quienes pasan sin decir nada son Francisco Palencia y Luis Hernández. Cuauhtémoc Blanco, con el nudo de la corbata a medio desamarrar, rompe el enfado: "puedo ir a comprar un perro acá enfrente para no sentirme solo", dice a un auxiliar.

En una pared del hotel fue colocada una enorme manta también pintada de tricolor que tiene abajo un letrero que dice en español: "recibimos más de dos millones de mensajes en la Prefectura de Miyagi de apoyo a la Selección de México. Aquí reproducimos algunos". Amontonados, con las firmas revueltas y los lemas en desorden, están los augurios de éxito de la afición de Miyagi.

A decir de los gestos de los niños de Yoshinari o de personal del Hotel Nuevo Mundo, la gente de Miyagi apoyará plenamente a México. La hospitalidad no parece tener límites y si Cuauhtémoc hubiera dicho en serio lo del perro le tendrían listos tres de distintas razas para que escogiera.

El Gobierno de la Prefectura de Miyagi hará un homenaje a los mexicanos horas antes del partido. Miyagi es una Prefectura situada al noreste del archipiélago japonés, a 300 kilómetros de Tokio, con una población estimada de dos y medio millones de habitantes.

Han adoptado a la selección mexicana y volcado su simpatía con letreros en las calles y expresiones de afecto en los medios de información locales. Al homenaje ofrecido por la Prefectura no asistirán los jugadores ni el cuerpo técnico, quienes deberán concentrarse en el partido contra Ecuador, sino que acudirá el embajador mexicano en Tokio, Carlos de Icaza quien encabezará por cierto una amplia comitivia diplomática al partido contra el equipo sudamericano.

El embajador de Icaza acudió al partido anterior de México contra Croacia el pasado lunes. Compartió el palco con la representación diplomática croata y sorteó un incidente cuando los europeos colocaron la bandera de cuadros rojiblancos encima de la bandera mexicana. Siendo un partido de futbol, todo se arregló con discretas muecas de enfado y algunas palabras corteses de "a ver si quitan su bandera de ahí", que resolvieron el dilema. Al parecer las relaciones con Ecuador se encuentran en mejor nivel.

"¿Y es cierto que el chile es muy picante?", inquirieron en su momento los muchachos del hotel a Marisela. Ella trajo de su dotación anual latas de chipotle y de jalapeños, porque los empleados decían que necesitaban probar ese alimento.

"Se les salían las lágrimas a los pobres, pero querían conocer el sabor de los chiles", confía Marisela.

Ella ha intentado corregir las dificultades que los japoneses tienen al pronunciar la erre. Le ha costado trabajo pero dice que hay progresos.

"¿Y los mexicanos, son puntuales?", le preguntaron a Marisela.

- Sí, claro que sí, les respondí. ¡Hay que echarle porras a país!.

Aunque repara: "bueno, les aclaré que nada más los citen quince minutos antes para no tener problemas".

Velada de sábado postclásico tapatío


Fui a Gandhi buscando a Maradona por Kusturica. Encontré el DVD en los estrenos. Recorrí la tienda, me topé con un documental maravilloso del futbol brasileño. También una ganga sobre la selección inglesa. Otra película llamada Offside, sobre el futbol en Irán. No la he visto, les contaré después. Pero uno de los chavos que trabajan ahí me recomendó una película, según él, con el futbol como protagonista. “El secreto de sus ojos”. Ganadora del Oscar 2010 al mejor filme extranjero. Portada de novela de amor con fuertes acentos de suspenso. Una gran historia, un inteligente guión, una excelente realización y formidables actuaciones. El futbol nunca fue el tema central pero sí fue parte fundamental para la trama. Son dos escenas. Una que evoca al juego y su implicación social y otra de acción en un escenario cien por ciento argentino. No más de cinco minutos, de los más de 120 que dura la cinta. Todo puede cambiar menos la pasión de uno dice la premisa para encontrar a un asesino. Mi rutinaria búsqueda de imágenes e información futbolera disfrutó de una excelente velada postclásico tapatío. No es que me haga guaje con la sinopsis de la historia. Es mejor que la vean, gusten o no del futbol. 

Santificado sea tu nombre


 “Maradona nuestro, que descendiste sobre la Tierra 
santificado sea tu nombre 
Nápoles es tu reino”
Oración napolitana

Nápoles, ese lugar donde el sol hace huir a las sombras de la vieja memoria. Bañado por un mar que inspira. Habitado por gente auténtica que nunca olvida. Un pueblo dinámico, bullicioso, apasionado e inconformista. Bien dicen que Diego y ese lugar no podrían parecerse más. Por eso es un icono de lo napolitano. En siete años se acomodó para siempre en su milenaria historia.

Su llegada fue mesiánica. Fue ahí donde lo convirtieron en una divinidad. A pesar de ser la tercera en importancia nacional, la ciudad simbolizaba el atraso del sur de Italia traducido en pobreza y crimen. Una adversidad parecida a la que el mismo Diego tuvo en Villa Fiorito. Maradona se enamoró de Nápoles y los napolitanos le santificaron su reinado.

Por siete millones y medio de dólares sacados de los bolsillos de Don Corrado Ferliano (presidente del S.S.C. Napoli oriundo del norte italiano) el estadio de San Paolo se convirtió en una de las tierras santas del futbol. Ni siquiera la bendita sangre de San Genaro pudo concederle a sus fieles los milagros que Santa Maradona les regaló: dos scudettos, una Copa de la UEFA y una Copa de Italia. Pero sobre todo el placer de jugarle con igualdad y superioridad a los poderosos equipos del norte.

El genio creía tener una causa por la cual luchar. Él era todo Nápoles al conducir el balón. Pequeño, fornido y bravo. Con la barba rala y la melena en libertad absoluta. Incoherente como esos ochenta y seis mil súbditos que le aclamaban por voluntarioso y que se nutría con ese cariño y entendimiento mutuo. La ciudad estaba iluminada de inmensidad.

Si esto fuera como el ajedrez, el equipo napolitano estaría jugando de forma incoherente porque el rey no estaba bajo resguardo, sino que él mismo se exponía para dirigir y ejecutar los ataques sin sacrificar peones, ni mucho menos a sus alfiles y caballos. Maradona era un pieza de ciento sesenta y siete centímetros expuesto al jaque permanente por su osadía.

El 24 de mayo de 1987 fue apoteósico. Ese día conquistaron el scudetto que compensó las frustraciones de una ciudad manipulada por sentimientos localistas y una religiosidad primitiva. Una semana duró la peste emocional del triunfo. Todas las pestes dan ganancias a pesar del costo social. Desde hace siglos Nápoles está controlada por la Camorra, una mafia compuesta por numerosos clanes o familias que resguardan sus territorios. La prepotencia y la ley del silencio ante lo ilegal es su característica, aunque a diferencia de otras mafias, los camorristas se mantienen a distancia de la política y las fuerzas armadas. Asumen el papel de conciencia condicionante. Lo controlan todo. Dan y quitan. Quitan más de lo que dan.

Siempre se ha especulado que la Camorra les dio un ídolo a los napolitanos. Un ídolo sometido a su protección paternalista y extorsionadora. Diego también se llegó a identificar con ellos porque procedían de la clase baja y habían llegado por sí mismos a hacer una inmensa fortuna; llevaban una vida dispendiosa, ostentosa; exhibían ropas llamativas, coches de lujo y daban grandes fiestas. Como él, los mafiosos tenían escasa educación, sentían una religiosidad fetichista y supersticiosa que no los inhibía de violar todas las reglas morales.

Uno de los miembros del clan de los Giuliano confesó que su familia le facilitaba a Diego la cocaína, “siempre de primerísima calidad”, para evitar que recurriera a adulteraciones que perjudicaran su físico.
Maradona vivió como el más común de los napolitanos y también como el más célebre de los camorristas. Hizo tan suya la consigna de la lucha del sur contra el norte que en el mundial de 1990 arengó a toda Nápoles para apoyarlo en contra de la propia Italia. Los argentinos acabaron eliminando a los anfitriones en San Paolo. Nápoles consintió a su ídolo, pero Diego aseguraría, años más tarde, que después de eso la vendetta en su contra habría sido implacable.

Lo cierto es que para su último año en Nápoles, el año siguiente al mundial, Maradona ya no era el mismo en la cancha. La blanca mujer lo había seducido con su misterioso sabor y su prohibido placer. Su prepotencia se magnificó pero rompió la ley del silencio. Se habla de que participó en partidos arreglados, versiones contrarias aseguran lo opuesto. El hecho es que la Camorra le dio la espalda. Y los poderes del norte consumaron su venganza a través de una muestra de orina.

El 17 de marzo de 1991 jugaron en San Paolo contra el Bari. Este fue el último partido del Rey. Puso el centro del gol. Abdicó ante el positivo del doping. Lo sancionaron quince meses. También lo acusaron junto a Guillermo Coppola por tráfico de drogas y prostitución. No se le volvió a ver en Nápoles, pero nadie le olvidó. Catorce años más tarde volvería a su reino, ahí en donde su nombre quedó santificado, ahí en donde San Genaro sigue sin poder realizar el milagro de hacer campeón al equipo de sus fieles.




Indómito



Su confianza en sí mismo espanta. La falta de sumisión hace que se le señale como un indómito. Discute, pelea, habla, exige. Guarda rencores cuando siente que le han humillado. Administra su ira para liberarla en cada jugada que acaba en gol. Samuel Eto’o ha sido el referente del futbol africano del siglo XXI. Es quien lleva a cuestas el sello de “el mejor” por encima de otros que también han dejado el continente por sus portentosas facultades para jugar en los selectos clubes europeos que los vuelven millonarios de un día para otro.

En Camerún es un héroe nacional. Lo idolatran por ese espíritu que lo tiene como el único futbolista de la historia que ha logrado conquistar dos tripletes consecutivos (liga, copa y torneo internacional). Primero con el Barcelona, luego con el Inter de Milán. Pero sobretodo porque representa aquello que la miseria y las carencias vuelven inalcanzables.

Eligió el balón como regalo en vez de una bicicleta. Idolatró a Roger Milla, quien arrojó una playera a las tribunas que le fue a caer a él. Por eso a los 12 años Samuel se convirtió en futbolista profesional en la segunda división de Camerún con el Avenir Douala. No había tiempo que perder. En un lustro estaría presente en su primera copa del mundo. Él fue el único nacido en la década de los 80 que asistió a Francia en 1998. El Real Madrid ya lo había sacado de su país y le había ofrecido el mundo que desde niño vio para arriba sin embargo a los poderosos del club merengue les guarda coraje por no haberlo dejado ser. En cuatro años de pertenencia jugó  seis partidos. Lo prestaron al Leganés de la segunda división, también al Espanyol, y luego lo mandaron a una isla en donde hoy es una leyenda. En Mallorca pudo desatar esa ira contenida. Como una fiera indómita anotó una cuarta parte de sus goles totales hasta el día de hoy. Con ese referente Barcelona lo compró por 24 millones de dólares y en Cataluña nunca se olvidarán sus tardes de gloria mezcladas con sus desplantes, su glamour, su temperamento y su odio rotundo a los merengues. Doscientos partidos, 130 goles, tres campeonatos de liga, una copa del Rey, dos supercopas de España y dos ligas de campeones de Europa es el legado del camerunés. Sin embargo Pep Guardiola vislumbró una posible sobredosis de triunfos y halagos en el camerunés y decidió excluirlo del resto de la historia.

Eto’o acabó sintiéndose moneda cambio y firmó con el Inter de Milán. Estuvo al mando de José Mourinho, a quien le había soltado un improperio en una trágica tarde donde el Barcelona de Rikjard había caído en Stamford Bridge. El portugués finalmente domó a la fiera y utilizó para sus fines el coraje del atacante. En Italia ganó su segundo trébol consecutivo. Nadie más había logrado lo que él. Dos tripletes consecutivos.

Si en el campo derrocha pasión, el amor es en su totalidad para su familia, para sus hijos. Con ellos lo da todo. Es su mundo aparte, en donde no permite las proximidades. Fuera del campo nunca ha negado su gusto por la moda. Parte de su ego está canalizado en sus accesorios. Desde sus ostentosos automóviles hasta los detalles que cuida a la hora de vestir. Cada que vuelve a casa, su estilo contrasta con la realidad africana. Es muy querido en su tierra. Como seleccionado nacional tiene una medalla olímpica de oro y ha sido campeón del continente. Tanta fama lo cargó de responsabilidades. Su peor pesadilla fue el día que falló desde los once pasos y su país quedó fuera de la Copa del Mundo del 2006.  

Tiempo después un viejo león acabaría reclamándole. “Aún no ha respondido a la expectación” soltó la leyenda. Por un momento, Samuel puso en duda su participación en el mundial de Sudáfrica. Aquel rugido vino de Roger Milla, su ídolo, quien le lastimó sus recuerdos sagrados que de niño fueron su inspiración. Su tercer mundial llegó, anotó un gol pero Camerún no pasó de la ronda de grupos.

La metáfora cómoda lo encajona en el cuento de la Cenicienta, pero eso dejémoslo en manos de Disney. La biografía de Samuel, escrita por él mismo, dice que fue un niño muy querido por sus padres. Nació el 10 de marzo de 1981. Si bien tuvo algunas dificultades en su vida, nunca sufrió los horrores que sólo en África se pueden vivir. Guarda el triste recuerdo de un hermano mayor que murió a los nueve meses y toma su recuerdo para honrar una vida que no pudo ser disfrutada. En cierta forma él vive por los dos. Cuenta que es descendiente de la etnia bassá, una de las más numerosas de su país, y que siempre ha sentido orgullo por su cultura. Dicen que Camerún es una escala de todo lo que en el continente negro se puede encontrar y Samuel Eto’o, en el silogismo, podría ser un crisol de lo que debe ser el futbolista africano.

Basta con mirar el cartel de la pasada copa del mundo. Ese perfil, aunque no es de él, acaba siendo como él. Así mira África al mundo representado por un balón. Desde luego que interpretaciones hay muchas. En la mirada hay esperanza, anhelo, súplica, ilusión. “Vivir es hallarse frente al mundo, con el mundo, dentro del mundo, sumergido en su tráfago, en sus problemas, en su trama azarosa”, diría Ortega y Gasset. Por eso el afiche mundialista acaba pareciéndose a Samuel Eto’o, el indómito, quien está frente a ese mundo y a través de sus ojos, muchos lo están viviendo.

Con sus 30 años de edad encima ya tiene 18 de trayectoria profesional. Preside una fundación para la protección de niños y jóvenes africanos.  Eto’o es un hombre generoso, inteligente, ocurrente, egocéntrico, ambicioso, familiar, cariñoso, impulsivo. Sabe que su peor defecto es no olvidar ni perdonar. Es un ser humano como todos, pero con el que se identifica un continente entero por esa natural manera de mantenerse indómito.

No hay futbol sin Clásicos


Los Clásicos son la expresión máxima de la rivalidad. Son partidos imperdibles en toda la extensión de la palabra. Es un reto de formas y fondos. Son los ángulos opuestos que se confrontan para imponerse durante el tiempo que duren las treguas previamente pactadas en los calendarios de la temporada. Las fórmulas son las de la vida diaria. Los ricos contra los pobres. Los poderosos contra los débiles. Liberales y conservadores. Creyentes de una religión contra los creyentes de la otra. Son pleitos entre vecinos. Son formas de sentir, de vivir. Es cultura viva y materia prima de la creatividad. En Europa se les llaman derbis, nosotros les decimos clásicos.

En el futbol hay clásicos en los cinco continentes del planeta. Por lo menos hay más de doscientos que ofrecen argumentos para considerarlos tales.

Los italianos son los que celebran más duelos que nadie.

Los bolivianos se conforman con uno sólo que siempre tiene a The Strongest como protagonista en contra de quien le busque. Su rival actual es el Bolívar y al encuentro le dicen el clásico paceño porque se juega en La Paz, a 3650 metros sobre el nivel del mar.

Los argentinos promueven su superclásico entre Boca y River como una de las cosas que se deben ver antes de morir.

Los brasileños simplifican su mayor rivalidad llamándole el Fla-Flu. Flamengo vs. Fluminense.

Los españoles tienen clásicos peninsulares y también insulares. Aunque el clásico español entre Real Madrid y Barcelona se sigue en vivo en más de ochenta países.

Los escocés resguardan el pleito más antiguo de la historia cobijados por la fe. Celtic y Rangers son oponentes desde 1888.

En Hungría tienen un derbi de tres equipos: Ferencváros, Honvéd y Újpest

En Rusia quedaron las viejas rencillas del politburó y aun se enfrentan el  CSKA Moscú contra el Spartak Moscú, asociados con la KGB y el Ejército Rojo .

Y en Serbia disputan un derbi Eterno entre los irreconciliables Estrella Roja y Partizan.

En Chile hay clásicos entre pequeñas patrias: Palestino, Unión Española y Audax Italiano.

Y en Colombia los narcos amarraron las navajas para siempre entre Cali, Medellín y Bogotá.

Los estadounidenses encargaron sus clásicos al departamento de mercadotecnia. El duelo entre el Galaxy y las Chivas USA tiene nombre patrocinado de un fabricante oriental de autos. (Honda Superclassic)

En Egipto, el clásico confrontó durante años al equipo del pueblo en contra del favorito del dictador. El Al Ahly y el Zamalek tienen que jugar en campos neutros y con árbitros extranjeros para garantizar equidad. Con la caída de Mubarak habra que ser testigo de este duelo bajo condiciones distintas, aunque la rivalidad ha quedado sellada para siempre.

Y en Chipre existen cuatro derbis para una nación que no alcanza ni el millón de habitantes.

Los mares, las regiones, las ciudades, los puntos cardinales le ponen apellido a la mayoría de los clásicos. Terminemos este recorrido en México en donde se cuentan seis clásicos y uno más extinto que reside en los libros de historia.

El más antiguo es el Tapatío entre Atlas y Guadalajara. El joven es América contra Cruz Azul. Monterrey se parte en dos, literalmente, cuando juegan Tigres y Rayados. América y Pumas disputan el clásico capitalino. España contra Asturias fue un superclásico que desapareció hace sesenta años. Y en peligro de extinción está el clásico añejo que disputan Necaxa y Atlante. Posiblemente el 16 de abril se escriba su última edición en Cancún. Pero son Águilas y Chivas los que parten al país en dos en el Clásico Nacional. Ambos tienen prácticamente el mismo número de seguidores, con una abismal diferencia: todo aquel que no le va al América lo odia y les place ver caer siempre al equipo que está considerado como el privilegiado de todos los sistemas, aunque en muchas ocasiones sólo lo sea en el imaginario popular.

Conocer las rivalidades deportivas de los países nos permite conocer una diminuta parte de la dinámica social de los mismos. Esperemos que el futbol siga siendo una forma de expresión que busque catalizar todos los sentimientos, negativos y positivos, por el bien de todos.

El protopartido de futbol más antiguo del mundo


A un suceso deportivo entre dos instituciones históricamente rivales -dentro de una ciudad o región- se le conoce como clásico. También se le llama derbi y en esta semana de carnaval, podemos encontrar una versión del origen de esta denominación. Para eso nos tendremos que desplazar hasta el pueblo inglés de Ashbourne, precisamente en el condado de Derby. Ahí se celebra el partido de futbol más antiguo del mundo. El Royal Shrovetide Football o el Futbol de Carnaval.

Todo inicia el martes de carnaval, a las dos de la tarde, en el centro del pueblo. Se canta “Dios salve a la Reina”. Las metas, colocadas en la orilla del río, están separadas por cinco kilómetros de distancia. Se juega en calles angostas. Se forcejea. La masa devora el balón que se pierde de vista aunque se intuye donde puede estar. La melé cobra las osadías. Siempre hay lesiones. El contacto es total. Es un futbol donde la fuerza de la masa es lo que importa.

Lo único que está prohibido es matar, desplazar la bola en algún vehículo motorizado, guardar el balón en alguna bolsa o saco. No pasar por cementerios, iglesias o jardines memoriales del pueblo. Tampoco es legal jugar después de las 10 de la noche. Por lo demás, hay que hacer hasta lo imposible por llevar un pesado balón hasta la meta propia y golpear con él, tres veces, el punto marcado con una rueda de molino. El pueblo se divide en los de arriba y los de abajo, norte y sur. Mil personas forman una masa que disputa la posesión del esférico durante dos días.

El pueblo de Ashbourne puede ser una de las cunas del futbol moderno. Esta forma de juego se remonta hasta el siglo XII y está directamente relacionado con el soule, una ancestral práctica de los celtas. Dicen las leyendas que el primer juego se celebró con la cabeza de un tirano. El futbol masivo llegó a ser tan violento que fue prohibido una y otra vez. Pero en el siglo XIX se encontró la forma de dominar el caos. La fórmula fue cambiar la fuerza de la multitud por la habilidad personal. Se escribieron reglamentos en los colegios. Pero al final de cuentas, el futbol de carnaval acabó siendo la base de dos estilos que quedaron bien definidos: el rugby y el futbol asociación.

A pesar del cisma, esta forma pura de futbol persiste hasta nuestros días y desde 1928 se le otorgó el título de real. En aquel entonces el príncipe de Gales (después conocido como el rey Eduardo VIII) dio el saque inicial y participó en el juego. Un golpe en la nariz le provocó una hemorragia. En el 2003, otra vez el príncipe de Gales, ahora encarnado por Carlos, volvió a distinguir esta ancestral tradición. Desde 1891 llevan el récord de todos los partidos. Los anotadores pasan a la historia como verdaderos héroes. Durante los últimos 120 años, el futbol de carnaval sólo ha sido suspendido en dos ocasiones. En 1968 y en 2001, ambas veces por un brote de fiebre aftosa.

Dicen que en el condado de Derby todo es multitudinario y competitivo. Sus carreras de caballos son de gran categoría y por supuesto que este futbol en estado puro debe sustentar el título que se le otorga a los partidos que ponen en juego las rivalidades más encarnizadas del mundo. Irónicamente Derby no tiene una rivalidad futbolística dentro de la ciudad, pues hay solamente un club importante: el Derby County F.C. En fin, un pequeño detalle de la caprichosa historia.


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Nota: la edición 2011 del Royal Shrovetide Football  se llevará a cabo este martes 8 y miércoles 9 de marzo.