Cuando el Sao Paulo fue refundado el 16 de diciembre de 1935 anunciaron una buena nueva. Dijeron que el futbol es un arte y que ellos tenían otra concepción del juego. En dos portentosos jugadores cayó la responsabilidad de predicar con los pies lo que se había anunciado. Arthur Friendenreich, El mulato de los ojos verdes, primero y Leónidas Da Silva, El diamante negro, después, cautivaron a un publico que creyó para siempre en ellos.
Una camiseta blanca con dos bandas horizontales, una roja y otra negra fue su distintivo desde entonces. Esos colores significan la unión de las razas. El blanco simboliza a los europeos, el rojo a los nativos de América y el negro a los que llegaron de África.
Sao Paulo es la ciudad de los millonarios, su cielo es surcado por la mayor flota de helicópteros particulares que se pueda imaginar. Y su futbol es asunto sacro en donde también residen el Corinthians y el Palmeiras. Por eso el Morumbí es un territorio bendito, aunque recientemente fue excluido para ser contemplado como sede de la próxima Copa del Mundo del 2014 porque no el club no le dio garantías financieras a la FIFA.
En Brasil, el Sao Paulo es el tercer equipo más popular. Tiene 22 campeonatos regionales y seis campeonatos brasileños, lo que lo coloca como el único hexacampeón del Brasileirao. Tres copas Libertadores, dos Intercontinentales, 3 campeonatos mundiales de clubes y en toda la nación que baña el Amazonas no hay vitrinas con tantos cetros conquistados en torneos globales.
Sao Paulo es un soberano que ha tenido súbditos ilustres como Careca, Cafú, Falcão, Denilson, Müller, Kaká, Cerezo, Zizinho, Gerson, Raí y Rogério Ceni.
Su estructura es la más completa del país y hoy en día, el cuadro estelar del Sao Paulo está compuesto sólo por brasileños.
El tricolor es un equipo que se siente amado, que ve en su pasado la grandeza de su presente y que carga con honor la responsabilidad de ser paulista dentro del país donde el futbol es fiesta, pero sobre todo arte.
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