30 días de locura
Desde el día de la victoria sobre Italia estoy confundido. No sé qué pensar de la selección nacional. No sé si enrollarme en el discurso del “ya se pudo” porque hay muchos lastres que arrastramos (como selección y como país). No sé si en verdad deba olvidarme del contexto para dejar que ruede el balón. El hecho es que tengo ansiedad de que empiece la fiesta, pero no quiero apartarme del todo.
Yo vivo del futbol. En esto trabajo. A mi me pagan por seguir partido a partido. Pero a cambio no puedo dejarme ir. No puedo hacer fiesta de los partidos del Tri porque estoy trabajando (¡qué paradoja!). No debo (sí puedo) hacer vida bohemia en estos 30 días de fastuosos juegos de coliseo porque tengo que cubrir mi cuota laboral.
Para mi el futbol es lo más importante de lo más importante en mi vida profesional. Pero como aficionado, ha sido complicado. Hablo de cómo me va en la feria. Comparto con ustedes un sentir que no es el general. Por extrañas razones no fui convocado al equipo en donde yo juego para asistir a Sudáfrica. Eso no me tiene contento. Tal vez si me tiro al festejo y vea este campeonato como un aficionado más podría encontrar ese entretenimiento que en mi caso se volvió obligación (aunque siempre disfruto mi trabajo).
El futbol se hace literatura después del silbatazo final y por eso trasciende. Hay tramas diversas, personajes perfectamente trazados, contextos, escenarios. En esta copa del mundo buscaré escribir con la tripa, con lo que me haga sentir. Mezclaré todos los sentimientos. ¡Al diablo con los esquemas! Quiero faltar al trabajo como muchos y embriagarme de futbol. Quiero olvidarme de lo que pase a mi alrededor y dejar que en la hierba se cuente la historia del mundo. Como dicen los de ESPN, 90 minutos no alcanzan. Para solucionar este dilema están los mundiales, 30 días de locura e irresponsabilidad.
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