Vergara es un personaje que ilustra lo que podríamos definir como el sueño mexicano. Proveniente de una familia de clase media de Guadalajara pudo apenas terminar el bachillerato y antes de cumplir 30 años ya había sido mecánico, traductor de textos, vendedor de autos y tuvo una taquería de carnitas preparadas por él y un restaurante italiano. Para entonces llevaba media vida trabajando sin parar y pagó las consecuencias exponiendo su organismo al sobrepeso. Al buscar su propia salud encontró la fórmula que lo hizo tener una de las 200 empresas más poderosas de México con más de un millón de vendedores en el mundo.
Cuando Vergara llegó al futbol, los antiguos cimientos del Club Guadalajara se cimbraron. La nueva manera de administrar y dirigir al equipo fue un cambio radical que no ha sido asimilado en su totalidad. Y así el club más popular de México se convirtió en una marca comercial expuesta al escrutinio nacional.
El magnate habla, promete, se equivoca, pero siempre cumple. Sus formas estremecen y hasta escandalizan a los puritanos pero despiertan curiosidad y simpatías en aquellos que comparten la idea de que el futbol mexicano tiene estructuras vetustas y alejadas del ritmo que marca el espectáculo mundial. Sin embargo él tampoco tiene la fórmula precisa para lograr el equilibrio entre el negocio y el buen futbol.
Jorge Vergara es un hombre convencido de ciertas ideas que lo hacen encontrar su propia paz. Su práctica del Feng Shui es evidente así como su negativa a usar calcetines. Según su teoría esas prendas corrompen el termostato de los pies. Podría ser esa, entonces, la forma en cómo se conecta con el universo. Con la plena sensación de tener la tierra bajo los pies.
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