En aquel entonces –los primeros días de junio de 2002- el periodista Roberto Zamarripa (hoy subdirector editorial de Reforma) fue enviado a cubrir la primera Copa del Mundo celebrada en el lejano oriente. El sorteo lo puso en Sendai como compañero inseparable del equipo nacional mexicano encabezado por Javier Aguirre. En el espectacular estadio de Miyagi había que enfrentar a Ecuador. Que sea el propio Zamarripa el que nos cuente como fue la llegada de los mexicanos y el recibimiento que los japoneses tuvieron con los nuestros. Ojalá que toda esa gente esté con bien. Ojalá que esta tragedia no hubiera pasado nunca. De nada sirve mencionar que el moderno estadio fue devastado por el tsunami. De haber sabido, a lo mejor se hubieran dejado más sonrisas en ese viaje.
Adopta Miyagi a México
Por
Roberto Zamarripa
(08-Jun-2002).-
Señor Futbol/ Enviado
SENDAI.- El personal del hotel New World, formado en la puerta principal, repite como si rezara: "Ben-ve-ni-do, ben-ve-ni-do". Llevan cuatro meses en las clases de memorización de palabras en español y hoy, el día que llegan sus invitados, las lecciones empiezan a olvidarse.
Marisela Watanabe, mexicana, de la colonia Cuitláhuac en el Distrito Federal y con quince años ya de vivir en Japón, les dice con paciencia: "bienvenido, bien-venido". Afuera, unos cuarenta niños de la escuela Yoshinari de Sendai, aguardan también la llegada de los seleccionados mexicanos que vienen a jugar a esta provincia del noreste japonés, en contra de Ecuador.
Un grupo de niños viene con la playera guinda y calzones cortos blancos mientras el otro porta la camiseta blanca y el pantalón azul con guinda. Los porteros, cuatro, traen todos suéteres verdes con shorts negros. Vienen de su juego sabatino. La mayoría tienen las rodillas negras, con las costras de tierra y el sudor pegado a los cachetes.
Sato, el número 10, y considerado por su entrenador OIshijima como el mejor del grupo, quiere ver a Cuauhtémoc Blanco. Pelado a la brush, dientón, de orejas grandes y ojos vivos, Sato dice que cuando sea grande quiere ser dos cosas: una, abogado, y la otra, jugar en el Inter de Milán. Al momento que aparece el camión con los seleccionados, procedentes de su campamento en Fukui, Sato brinca entre sus compañeros para poder ver. Es de los más bajos de estatura y la emoción del grupo provoca una pelotera en el pequeño espacio asignado para los niños por la policía japonesa que cuida a los futbolistas como si fueran jefes de Estado.
El camión se estaciona treinta metros delante de donde están los niños. Ellos, agitan sus banderas tricolores de papel con el águila impresa al revés. Gritan "Meshico, Meshico", pero los jugadores no parecen percatarse de su presencia.
Marisela Watanabe está en la puerta con un ramo de girasoles que entrega a Javier Aguirre. Ella fue designada por la gerencia del hotel para recibir al equipo mexicano y decirles de la manera correcta: "Bienvenidos". Durante varios meses acudió a sesiones de trabajo con el personal del hotel para enseñarles español.
"¿Cómo son los mexicanos? ¿Son alegres? Me preguntaban cada que venía. Yo les dije que sí que son muy alegres, que les gusta la fiesta", dice Marisela, casada desde hace más de una década con un empresario japonés vendedor de juegos de mesa, de billares y de mesas de pin-pon.
Entre ambos instalaron también una tienda de regalos donde venden productos mexicanos y siendo ampliamente conocidos en la ciudad, la gerencia del hotel acudió en auxilio porque los mexicanos iban a llegar a Miyagi durante el Mundial.
Ya llegaron. Y para no errarle le pidieron a Marisela que le diera unas palabras de bienvenida y de paso los girasoles, flores de moda en el verano japonés.
La efusividad de Aguirre es tal en su arribo que las flores pasan de las manos de Marisela, a la del entrenador y de ahí al utilero en menos de diez segundos. Los jugadores responden los murmullos de sus anfitriones, "ben-ve-ni-do, kamestá, surte en juego", en el esfuerzo por hacer sentir a los mexicanos como si estuvieran en su casa.
El comedor está adornado con sombreros de charro y dos platones de talavera -de esa que tiene su denominación de origen en competencia-, una virgen de cerámica, dos sarapes y de fondo, música de Pedro Infante con uno de los discos que en su momento debió haber roto récord de ventas, el que contiene Las Mañanitas.
"¿Y a los mexicanos puede decírseles, hola y no se molestan?", le preguntaron a Marisela cuando les daba clases de cómo son los de la tierra de Juan Rulfo.
"Yo les comenté que a quién no le gustaba que lo saludaran. ¡Claro que a los mexicanos les gusta que les digan hola!", cuenta Marisela.
Los jugadores de la selección bajan del camión con cara de hartazgo. Viajaron más de una hora del campamento de Fukui al aeropuerto. Luego otra hora de vuelo hacia Sendai y después una hora más del aeropuerto al hotel en esta ciudad.
Pasan rápido y hacen como que no oyen las esforzadas frases de los empleados del hotel y los gritos de los niños. Toda la delegación porta un traje oscuro, camisa blanca y corbata amarilla. Jorge Campos, Oscar Pérez, Manuel Vidrio, los Gabrieles De Anda y Caballero, Ramón Morales, Osvaldo Sánchez, parecen gentiles.
Quienes pasan sin decir nada son Francisco Palencia y Luis Hernández. Cuauhtémoc Blanco, con el nudo de la corbata a medio desamarrar, rompe el enfado: "puedo ir a comprar un perro acá enfrente para no sentirme solo", dice a un auxiliar.
En una pared del hotel fue colocada una enorme manta también pintada de tricolor que tiene abajo un letrero que dice en español: "recibimos más de dos millones de mensajes en la Prefectura de Miyagi de apoyo a la Selección de México. Aquí reproducimos algunos". Amontonados, con las firmas revueltas y los lemas en desorden, están los augurios de éxito de la afición de Miyagi.
A decir de los gestos de los niños de Yoshinari o de personal del Hotel Nuevo Mundo, la gente de Miyagi apoyará plenamente a México. La hospitalidad no parece tener límites y si Cuauhtémoc hubiera dicho en serio lo del perro le tendrían listos tres de distintas razas para que escogiera.
El Gobierno de la Prefectura de Miyagi hará un homenaje a los mexicanos horas antes del partido. Miyagi es una Prefectura situada al noreste del archipiélago japonés, a 300 kilómetros de Tokio, con una población estimada de dos y medio millones de habitantes.
Han adoptado a la selección mexicana y volcado su simpatía con letreros en las calles y expresiones de afecto en los medios de información locales. Al homenaje ofrecido por la Prefectura no asistirán los jugadores ni el cuerpo técnico, quienes deberán concentrarse en el partido contra Ecuador, sino que acudirá el embajador mexicano en Tokio, Carlos de Icaza quien encabezará por cierto una amplia comitivia diplomática al partido contra el equipo sudamericano.
El embajador de Icaza acudió al partido anterior de México contra Croacia el pasado lunes. Compartió el palco con la representación diplomática croata y sorteó un incidente cuando los europeos colocaron la bandera de cuadros rojiblancos encima de la bandera mexicana. Siendo un partido de futbol, todo se arregló con discretas muecas de enfado y algunas palabras corteses de "a ver si quitan su bandera de ahí", que resolvieron el dilema. Al parecer las relaciones con Ecuador se encuentran en mejor nivel.
"¿Y es cierto que el chile es muy picante?", inquirieron en su momento los muchachos del hotel a Marisela. Ella trajo de su dotación anual latas de chipotle y de jalapeños, porque los empleados decían que necesitaban probar ese alimento.
"Se les salían las lágrimas a los pobres, pero querían conocer el sabor de los chiles", confía Marisela.
Ella ha intentado corregir las dificultades que los japoneses tienen al pronunciar la erre. Le ha costado trabajo pero dice que hay progresos.
"¿Y los mexicanos, son puntuales?", le preguntaron a Marisela.
- Sí, claro que sí, les respondí. ¡Hay que echarle porras a país!.
Aunque repara: "bueno, les aclaré que nada más los citen quince minutos antes para no tener problemas".
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