Indómito



Su confianza en sí mismo espanta. La falta de sumisión hace que se le señale como un indómito. Discute, pelea, habla, exige. Guarda rencores cuando siente que le han humillado. Administra su ira para liberarla en cada jugada que acaba en gol. Samuel Eto’o ha sido el referente del futbol africano del siglo XXI. Es quien lleva a cuestas el sello de “el mejor” por encima de otros que también han dejado el continente por sus portentosas facultades para jugar en los selectos clubes europeos que los vuelven millonarios de un día para otro.

En Camerún es un héroe nacional. Lo idolatran por ese espíritu que lo tiene como el único futbolista de la historia que ha logrado conquistar dos tripletes consecutivos (liga, copa y torneo internacional). Primero con el Barcelona, luego con el Inter de Milán. Pero sobretodo porque representa aquello que la miseria y las carencias vuelven inalcanzables.

Eligió el balón como regalo en vez de una bicicleta. Idolatró a Roger Milla, quien arrojó una playera a las tribunas que le fue a caer a él. Por eso a los 12 años Samuel se convirtió en futbolista profesional en la segunda división de Camerún con el Avenir Douala. No había tiempo que perder. En un lustro estaría presente en su primera copa del mundo. Él fue el único nacido en la década de los 80 que asistió a Francia en 1998. El Real Madrid ya lo había sacado de su país y le había ofrecido el mundo que desde niño vio para arriba sin embargo a los poderosos del club merengue les guarda coraje por no haberlo dejado ser. En cuatro años de pertenencia jugó  seis partidos. Lo prestaron al Leganés de la segunda división, también al Espanyol, y luego lo mandaron a una isla en donde hoy es una leyenda. En Mallorca pudo desatar esa ira contenida. Como una fiera indómita anotó una cuarta parte de sus goles totales hasta el día de hoy. Con ese referente Barcelona lo compró por 24 millones de dólares y en Cataluña nunca se olvidarán sus tardes de gloria mezcladas con sus desplantes, su glamour, su temperamento y su odio rotundo a los merengues. Doscientos partidos, 130 goles, tres campeonatos de liga, una copa del Rey, dos supercopas de España y dos ligas de campeones de Europa es el legado del camerunés. Sin embargo Pep Guardiola vislumbró una posible sobredosis de triunfos y halagos en el camerunés y decidió excluirlo del resto de la historia.

Eto’o acabó sintiéndose moneda cambio y firmó con el Inter de Milán. Estuvo al mando de José Mourinho, a quien le había soltado un improperio en una trágica tarde donde el Barcelona de Rikjard había caído en Stamford Bridge. El portugués finalmente domó a la fiera y utilizó para sus fines el coraje del atacante. En Italia ganó su segundo trébol consecutivo. Nadie más había logrado lo que él. Dos tripletes consecutivos.

Si en el campo derrocha pasión, el amor es en su totalidad para su familia, para sus hijos. Con ellos lo da todo. Es su mundo aparte, en donde no permite las proximidades. Fuera del campo nunca ha negado su gusto por la moda. Parte de su ego está canalizado en sus accesorios. Desde sus ostentosos automóviles hasta los detalles que cuida a la hora de vestir. Cada que vuelve a casa, su estilo contrasta con la realidad africana. Es muy querido en su tierra. Como seleccionado nacional tiene una medalla olímpica de oro y ha sido campeón del continente. Tanta fama lo cargó de responsabilidades. Su peor pesadilla fue el día que falló desde los once pasos y su país quedó fuera de la Copa del Mundo del 2006.  

Tiempo después un viejo león acabaría reclamándole. “Aún no ha respondido a la expectación” soltó la leyenda. Por un momento, Samuel puso en duda su participación en el mundial de Sudáfrica. Aquel rugido vino de Roger Milla, su ídolo, quien le lastimó sus recuerdos sagrados que de niño fueron su inspiración. Su tercer mundial llegó, anotó un gol pero Camerún no pasó de la ronda de grupos.

La metáfora cómoda lo encajona en el cuento de la Cenicienta, pero eso dejémoslo en manos de Disney. La biografía de Samuel, escrita por él mismo, dice que fue un niño muy querido por sus padres. Nació el 10 de marzo de 1981. Si bien tuvo algunas dificultades en su vida, nunca sufrió los horrores que sólo en África se pueden vivir. Guarda el triste recuerdo de un hermano mayor que murió a los nueve meses y toma su recuerdo para honrar una vida que no pudo ser disfrutada. En cierta forma él vive por los dos. Cuenta que es descendiente de la etnia bassá, una de las más numerosas de su país, y que siempre ha sentido orgullo por su cultura. Dicen que Camerún es una escala de todo lo que en el continente negro se puede encontrar y Samuel Eto’o, en el silogismo, podría ser un crisol de lo que debe ser el futbolista africano.

Basta con mirar el cartel de la pasada copa del mundo. Ese perfil, aunque no es de él, acaba siendo como él. Así mira África al mundo representado por un balón. Desde luego que interpretaciones hay muchas. En la mirada hay esperanza, anhelo, súplica, ilusión. “Vivir es hallarse frente al mundo, con el mundo, dentro del mundo, sumergido en su tráfago, en sus problemas, en su trama azarosa”, diría Ortega y Gasset. Por eso el afiche mundialista acaba pareciéndose a Samuel Eto’o, el indómito, quien está frente a ese mundo y a través de sus ojos, muchos lo están viviendo.

Con sus 30 años de edad encima ya tiene 18 de trayectoria profesional. Preside una fundación para la protección de niños y jóvenes africanos.  Eto’o es un hombre generoso, inteligente, ocurrente, egocéntrico, ambicioso, familiar, cariñoso, impulsivo. Sabe que su peor defecto es no olvidar ni perdonar. Es un ser humano como todos, pero con el que se identifica un continente entero por esa natural manera de mantenerse indómito.

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