El molde roto del futbol paraguayo


Cuando los Dioses se enfrascan en discusiones los humanos creamos los mitos. Alguna vez Alfredo di Stéfano llegó decir que un semidios fue mucho más que el mismo Pelé. El Rey no le respondió y la historia del admirado personaje inmortalizado en las memorias de la Saeta Rubia acabó por convertirse en la piedra angular del futbol de Paraguay.

Arsenio Erico fue un coleccionista de motes. El Saltarín Rojo, El Hombre de Goma, El Paraguayo de Oro, El Hombre de Mimbre, El Mago, El Aviador, El Duende Rojo, El Diablo Saltarín, El Rey del Gol, Mister Gol, El Hombre de Plástico, El Virtuoso, El Semidios de Avellaneda. Pero también es recordado como el mayor anotador de goles del futbol argentino. Los Diablos Rojos de Independiente lo tienen en sus rincones más sagrados y es venerado por todo aquel que tiene la misión de reventar las redes de los rivales.

Nacido un 30 de marzo de 1915 en Asunción (Paraguay), fue un descendiente de italianos cuya cepa nutrió las filas del Nacional en un lapso de 30 años. Entre 1909 y 1942 muchos Erico pasaron por el club pero sólo uno resultó inmortal. Debutó con el Albo a los 15 años y siguió jugando mientras sus parientes y paisanos se enfrascaban en la Guerra del Chaco, en contra de los bolivianos. El menor no podía ser alistado en las fuerzas armadas y se la pasó jugando en un equipo de la Cruz Roja para obtener fondos que iban directo al sustento de las tropas. Jugaban en los otros países vecinos con los que no había pleito (Uruguay y Argentina) y los argentinos lo detectaron de inmediato. River Plate e Independiente pujaron para contratarlo. Avellaneda se lo quedó y hasta lo rescató de ser conscripto.

Con 19 años debutó contra Boca sin hacer daño. Al siguiente fin de semana inició su larga lista de goles. A Chacarita Juniors le hizo el primero de 293 goles que lo tienen consagrado como el máximo romperredes del futbol argentino, ahora alcanzado por Ángel Labruna, a quien una investigación documental le otorgó un gol más, 67 años después del supuesto hecho. Pero Erico fue un atacante de más de cuarenta goles por torneo y sus tantos le abrieron el camino a Independiente para ser campeón por vez primera, y de inmediato bicampeón. Anuncia el romanticismo que aquellos Diablos jugaron al nivel del Real Madrid de Di Stéfano y del Brasil de Pelé en 1970.

Arsenio Erico marcaba tantos como quería y como podía. Jugaba como un saltimbanqui. Saltaba de forma descomunal e intentaba remates retando a la ortodoxia. Dijo alguna vez el argentino Cástulo Castillo, poeta y compositor de tangos, que pasará un milenio sin que nadie / repita tu proeza / el pase de taquito o de cabeza / Y todo lo hacía con elegancia de bailarín.

Para 1942 tuvo desacuerdos con los hombres de pantalón largo. Eso le sirvió para volver a su patria y le bastó un año para salir campeón con su Nacional Querido, aunque su participación fue más de espíritu que de tantos. Volvió a Independiente y anotó su último gol en 1946. Fue entonces cuando las lesiones le contaron los minutos y con el peso de su fama el club sacó tajada de la venta de una leyenda. Huracán lo contrató y se le vio jugar sólo siete veces. Nunca pudo anotar. Volvió a Paraguay para retirarse con el Nacional. La medicina contra el olvido la tomó convirtiéndose en entrenador. Sólo quedan anécdotas y una estadística que no guarda copas en las vitrinas de los equipos a los que dirigió.

Se casó a los 45 años con una argentina, hija de españoles. No tuvieron hijos. Vivió el resto de su vida en Buenos Aires. En 1970 se le brindó un homenaje en vida en Asunción. Jugaban las selecciones nacionales del Paraguay y de la Argentina. Y el más virtuoso de los futbolistas guaraníes se topo con esa paradoja que siempre le acompañó. Jamás vistió la casaca nacional. En el mundial del 30, tenía apenas 15 años, y desde los 19 jugó en la Argentina, y como en ese tiempo los que actuaban afuera no podían jugar por la selección, el fútbol paraguayo nunca pudo alinear a su máxima figura, en su equipo nacional.

Para 1977 un problema circulatorio le provocó la amputación de su pierna izquierda. Murió el 23 de julio de ese año en Buenos Aires, el paro cardiaco fue fatal. Independiente organizó el sepelio y una multitudinaria caravana lo llevó al cementerio de Morón. Desde entonces Paraguay reclamaba los restos de su héroe. Un héroe que le ha dado nombre al pequeño estadio del Nacional y que simboliza la pasión de una de las tribunas del principal estadio del futbol paraguayo. Fue hasta el 26 de febrero de 2010 cuando Erico llegó a su mausoleo, construido para él, en el estadio Defensores del Chaco.

Por aquellas fechas, el periodista paraguayo José María Troche asentó con categoría que “no hay nombre más grande ni más glorioso, en el fútbol paraguayo todo, que el de Arsenio Erico. Su nombre resume, en sí mismo, todas las bondades del futbolista paraguayo nacidos y por nacer. En su nombre legendario se aúnan los talentos de los más grandes, pues, al decir del poeta porteño Carlos de la Púa, 'el día que nació Erico, se rompió el molde'".

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