Una joya rojiblanca
La genética de Javier Hernández Balcazar (1 de junio, 1988) le marcó el destino. Hijo de futbolista, nieto de futbolista. El Chicharito tenía que ser futbolista.
Todo su mundo era de gajos. Jugó en la calle, en la escuela, en los videojuegos. Entró a la escuelita de Chivas a los siete años y a los 10 ya estaba reclutado en las fuerzas básicas.
Sacrificó su adolescencia por vocación y sufrió la pena de no haber sido convocado para la selección sub-17 campeona del mundo en el 2005. Su consuelo llegó casi un año después, el 9 de septiembre de 2006, cuando debutó frente al Necaxa anotando un soberbio gol. Javier había entrado a suplir a Omar Bravo, que ya había marcado dos tantos, y así se expresó de aquel momento, instantes después del juego. "Gracias a Dios se me cumplió el sueño. Me falta mucho por recorrer. Este gol se lo dedico a toda mi familia".
Alegre, juguetón y muy llevado, se describe a sí mismo este delantero que está llamado a ser parte muy importante del Rebaño. Cada vez que el equipo lo ha necesitado en el campo le ha respondido perforando las redes. Tiene hambre de ser alguien. Tiene sueños, tiene ancestros que lo impulsan a continuar con la tradición futbolera de las familias de sus padres.
El peso de su estirpe también le trajo momentos complicados que supo afrontar. Decían que estaba en el equipo por ser hijo y nieto de leyendas pero su calidad era más que evidente porque es un hecho que la cancha desnuda los defectos sin consideración.
Desde luego, en un país que carece de delanteros, Javier Hernández es una joya.
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