Arpad, príncipe magiar

Todo aquel que se llame Arpad carga con un linaje histórico en Hungría. Ese nombre evoca a los ancestros, tiempos remotos de los magiares liderados por el gran conquistador que guió a su pueblo desde las frías aguas del mar del norte hasta lo que hoy es tierra húngara, 900 años después de Cristo. Un milenio más tarde, a México llegó uno de esos Arpad y conquistó un territorio usando una pelota de futbol.
Arpad Fékete Priska nació el 5 de marzo de 1921 y en 1935 ya jugaba al futbol profesional en el Ujpest de Budapest. Así, con un balón a sus pies, padeció la segunda guerra en Europa. Formó parte de las reservas de la fuerza aérea húngara pero nunca combatió. Al llegar la paz, el reparto de las tierras del este iba cercando al pueblo magiar con una cortina de hierro. Así lo sintió Arpad y decidió partir, usando como visa al futbol. Se fue a Rumania, al Carmen de Bucarest, en 1945 y de ahí hasta Italia. Fue jugador del Como, del Cagliari, del SPAL 1907, del Nápoles y del Cerdeña. Siempre en las líneas de ataque en donde a codazos se rompen narices en pos de un gol. Finalmente, en 1954 acabó jugando en Francia, con el Olimpia de Montpellier, en donde le dijo adiós al futbol y a su amada Europa.
Llegó como entrenador a Estados Unidos, a un equipo de italianos veteranos en Nueva York y hasta la gran manzana lo fueron a buscar un grupo de mexicanos que dirigían un equipo que ya sabía ser campeón y que quería más. Don Evaristo Cárdenas, quien tenía grandes referencias de los entrenadores magiares gracias a Jorge Orth, convenció al húngaro de trabajar en México, en un equipo de puros mexicanos. Cuenta Arpad que el contrato de intención fue redactado por Don Evaristo en una caja de cerillos, una formalidad nunca antes vista pero que ha quedado como una anécdota inolvidable en la memoria de Fékete.
Y llegó en 1957. Conoció a los míticos campeonísimos y bautizó al entreñable Anacleto Macías, masajista y utilero del Guadalajara, como Tolan. “Este hombre corría como Tolan”, recuerda Arpad viendo la foto de su viejo amigo. El apodo fue en honor a Eddie Tolan, un velocista estadounidense que fue héroe en los olímpicos de 1932.
Fékete cambió la forma de entrenar del equipo. Lo hizo más en forma y redujo, considerablemente, los voluminosos abdómenes de algunos de los rojiblancos.
Esa temporada el equipo lució muy sólido pero Arpad no conocía bien el entorno del futbol mexicano y el Zacatepec, con Nacho Trelles al frente, ganó el campeonato.
La revancha no tardó en llegar. Los dos siguientes títulos fueron para Chivas así como el campeón de campeones.
En 1960 llegaron noticias malas desde Hungría y Arpad tuvo que viajar de emergencia. No logró arreglarse con el equipo y fue cesado. Dirigió al Nacional un año pero uno de los rivales del Guadalajara, el Oro, equipo de los joyeros de la ciudad, no dudó un segundo en hacerse de los servicios del húngaro y para el torneo 1961-1962 se consagró. El Oro le arrebató un campeonato histórico al Guadalajara en el último partido de la temporada. Arpad guarda el balón de aquella noche y un centenario que los joyeros le fabricaron con su efigie en el anverso.
Después, Fékete se convirtió en uno de los entrenadores más prestigiados del circuito mexicano. Nunca dejó de trabajar. Siempre estuvo activo, temporada tras temporada, desde 1957 hasta 1990, cuando, casualmente, se retiró del banquillo con el primer equipo que dirigió en México: el Rebaño Sagrado.
Pero escribió su historia con grandes equipos como Pumas, León, Tigres. Dirigió a la selección mexicana por un breve periodo en 1963. Y con los años sumó tanta experiencia que siempre apagó los grandes incendios de los equipos en problemas. Fue llamado el Bombero Fékete y heroicamente apagaba las llamas que consumían la ilusión del futbol en donde la sombra del descenso se alimentaba de cenizas.
Esta este príncipe magiar vivió en la Perla de Occidente hasta que emprendió ese último viaje rumbo a la tierra de las leyendas.

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