La bestia negra, asesino, nazi despiadado, más odiado por
los franceses que el propio Hitler (según una encuesta aplicada en 1982),
demoledor de dientes, rompevértebras, traidor, poseso, visceral, iracundo,
catalogado como uno de los futbolistas más peligrosos de la historia. Él mismo
confesó que previo a un partido bebieron jarabe para la tos, cargado de
efedrina, para salir al campo como leones rasurados o máquinas implacables. Si Gary
Lineker hubiera leído su libro antes de pronunciar su célebre premisa sobre los
el balompié, la oración hubiera rezado de la siguiente forma: “El futbol es un
deporte en el que juegan once contra once y en el que al final ganan los
alemanes” + “porque andan de putas y son fervientes consumidores de píldoras e
inyecciones”. Persona non grata para los señores de pantalón largo, delator
para muchos de pantalón corto. Descarado y cínico para las esposas de camaradas
y rivales por promover el sexoservicio de calidad para aquellos futbolistas que
adolecen del síndrome de la abstinencia en concentraciones prolongadas. En el
viejo oeste el cartel hubiera ofrecido el millón de dólares por este sujeto
llamado Toni Schumacher, porque son esos sentimientos los que llegó a despertar
este alemán que jugó y perdió dos finales de Copa del Mundo, y que por una
entrada severa en la disputa del balón con el francés Battiston (jugada que el
mismo árbitro no juzgó como falta), pero sobretodo por sus revelaciones
vertidas en un libro, fue rebajado de la élite del futbol germano. Expulsado de
la selección nacional y despedido de su equipo, a quien le había dedicado
quince años de su vida.
Líder nato, fiel sirviente del corazón. Predicador de los
osados ejemplos. Dicen que Harald Anton Schumacher (6 de marzo de 1954, Düren,
Alemania) mientras se iba haciendo futbolista trabajaba en una herrería,
forjando el hierro y su espíritu a martillazos. Defensor de la teoría del
sufrimiento, alguna vez extendió su brazo y le dijo a su esposa que apagara su
cigarrillo en él. Para ganar hay que sufrir asegura siempre sin consideraciones:
"El secreto del éxito está cuando estás muerto de cansancio. Estás KO pero
dices OK". Es uno de esos eslabones generacionales que amarran las épocas
con soldadura eterna. Se hizo llamar Toni en honor a uno de sus héroes, Toni
Turek, arquero campeón del mundo cuando el milagro de Berna, justo en el año en
que el otro Toni nació.
Empezó a jugar en 1972 y se retiró cuatro años antes de
terminar el siglo XX. Después de Sepp Maier, le tocó a él comandar la retaguardia
absoluta de la poderosa Alemania durante 76 ocasiones, incluidos los dos
mundiales que perdió y la Eurocopa de 1980 que conquistó. Cancerbero del
Colonia, del Schalke 04, del Fenerbahçe de Turquía, del Bayern Munich y del
Borussia. Ganador de dos Bundesligas, tres Copas Alemanas y una Liga Turca.
En 1987, y sin ningún plan de retirarse, publicó su polémico
libro titulado “Anpfiff”, que en español significa comienza el partido. El
texto es un corte de caja de cómo le había ido en la feria desde que inició
hasta el mundial de 1986. Si los franceses le seguían odiando ahora fue en casa
donde lo deshonraron con el desprecio y cuando se fue jugar a Turquía le dieron
ganas de volverse turco, no era para menos.
Fue ese gran personaje el que hizo química con la afición mexicana en 1986. Carismático y simpático, con la locura en el brillo de los ojos. Desde que los alemanes cantaron aquella canción “México, mi amor”, Toni atrajo reflectores. Y aunque en el vestuario rompía madres contra el técnico Beckenbauer o contra Rummenige, en la cancha del estadio La Corregidora mostró su gran personalidad y sus feroces formas de defender lo suyo. Fue este hombre el que atendió en primera instancia los calambres que le dieron a Hugo Sánchez en San Nicolás de los Garza, en plenos cuartos de final. Fue uno de los futbolistas más peligrosos de la historia quien consoló, con grandes dosis de ternura, a sus rivales mexicanos cuando los dejó fuera. Eso no se olvida nunca, por lo menos a los que también nos sentimos consolados aquella tarde.
Fue ese gran personaje el que hizo química con la afición mexicana en 1986. Carismático y simpático, con la locura en el brillo de los ojos. Desde que los alemanes cantaron aquella canción “México, mi amor”, Toni atrajo reflectores. Y aunque en el vestuario rompía madres contra el técnico Beckenbauer o contra Rummenige, en la cancha del estadio La Corregidora mostró su gran personalidad y sus feroces formas de defender lo suyo. Fue este hombre el que atendió en primera instancia los calambres que le dieron a Hugo Sánchez en San Nicolás de los Garza, en plenos cuartos de final. Fue uno de los futbolistas más peligrosos de la historia quien consoló, con grandes dosis de ternura, a sus rivales mexicanos cuando los dejó fuera. Eso no se olvida nunca, por lo menos a los que también nos sentimos consolados aquella tarde.
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