Entre los toques de balón, José Luis, el mayor de los
cuatro, toma la palabra. “Como sobrenombre en el futbol le decían Pichojos, un
apodo que hasta la fecha nos preguntamos de dónde vino”. Carlos, otro de los hijos, puntualiza el dato. “Hasta a mis
hermanas les dicen las Pichojas, las Pichojitas. Y Pichojos es por los ojos,
pinches ojos”.
Luis Pérez González nació el 25 de agosto de 1908 en Ahualulco
del Mercado, Jalisco. Cuenta su historia que empezó a jugar con el Guadalajara
junto a su primo Tomás, a quien en realidad le decían Pichojos y que a la
muerte de éste en un accidente, Luis acabó heredando el mote porque él tenía
los ojos pequeños y rasgados también.
El Pichojos fue un futbolista muy delgado, de baja estatura,
pero superdotado de cualidades técnicas. Dicen las crónicas antiguas que fue un
extremo izquierdo de primera línea. Mario, el hijo menor, mundialista,
exjugador del Necaxa y del América, y hoy director técnico, hace un apunte
sincero y con reverencia. “Yo hubiera querido tener once jugadores con esas
características”.
Llegó al Distrito Federal con la selección Jalisco a finales
de los 20 y se quedó a formar parte del Germania. Pero sus grandes tardes
fueron con el Necaxa, en donde salió campeonísimo junto a sus diez hermanos. En
las fotos viejas de aquellos años es muy sencillo ubicarlo. Basta con buscar al
menudito futbolista que jugaba con una boina blanca. Rodolfo, uno más de los
hijos del Pichojos, recuerda este asunto. “Había un español, que cuando jugaba
el Necaxa contra alguno de los españoles, por cada gol que mi papá metiera le
regalaba dos boinas. Entonces tenía mi papá su colección de boinas por ahí”.
El Pichojos fue seleccionado nacional en el mundial de
Uruguay 1930 y también viajó hasta Roma en 1934, para disputar la extraña
eliminatoria definitiva contra Estados Unidos. Rodolfo recuerda que su padre
ponía a bailar a toda la selección en las travesías por barco. “Sacaban las
guitarras y cantaban esa famosa canción del “monito de alambre”, que dice: el que no lo baile, el que no lo baile, que
vaya a chi…huahua al baile. Y ahí tienes a todos bailando en el barco”.
Su gran legado fue su forma de vivir la vida. Y su gran
ilusión que sus hijos siguieran sus pasos. José Luis lo tiene muy claro. “Esos
genes de mi padre fueron tan importantes que los cuatro hermanos terminamos
jugando en primera división”.
El Pichojos se retiró del futbol cuando el Necaxa se negó a
participar en el primer torneo profesional del futbol mexicano. Para 1943 entró
a trabajar a la desaparecida Compañía de Luz y Fuerza, en el departamento de
conexiones medidores. Fue una persona muy alegre, rodeado de amigos, de
compadres. Le gustaba cantar, le gustaba bailar y organizaba comidas inolvidables
que estrecharon los lazos fraternos de los suyos para siempre. Todos recuerdan
los preparativos de las fiestas. “Duraban dos, tres días… le traían pulque de
Tacubaya, le traían barbacoa…”
Al alcanzar el medio siglo de vida, comenzó a perder la
vista. Las cataratas en ese entonces eran incurables. Fue a Mario a quien le
tocó servir a su padre en los momentos difíciles. “Yo era el lazarillo de mi
papá cuando salía de su trabajo en la Compañía de Luz. Yo teniendo diez, once
años. Iba yo hasta su trabajo y lo traía a la casa”.
Murió a los 55 años y no le dio tiempo de ver a sus cuatro
hijos coincidir en la primera división mexicana, incluso, Mario, también fue
mundialista como él. Los cuatro herederos de esta leyenda seguirán teniendo a
su padre como ejemplo. Todos lo recuerdan con emoción y con nostalgia, pero con
esa alegría que brota de repente como si fuera una pícara gambeta con destino
al gol.
1 comentario:
muy buena historia, Saludos desde tijuana.
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