Pasó más de medio siglo para que aquel gol del milagro,
personificado por Helmut Rahn, y designado, en una metáfora, como el momento
verdadero del nacimiento de la República Federal de Alemania, cobrara sentido. “Der
boss” (el jefe) nunca fue el alemán de molde, con rasgos helados ni con el
estereotipo del nazismo que acompañó a los derrotados en la guerra durante
décadas. El gol metafórico, el segundo de los dos que marcó en la final, sirvió
para que una nación se perdonara a sí misma y resurgiera ante la atenta mirada
de los vencedores, pero el perfil del personaje vendría manifestándose mucho
tiempo después, por lo menos en un campo de futbol. De forma directa, sus genes
integrarían la Mannschaft de la actualidad (inicios de la segunda década del
siglo XXI).
La irregularidad del bohemio goleador no le gustaba a
Herberger . Si los telegramas eran parcos, aquel con el que le convocó Sepp a
la selección nacional llevaba sólo las palabras necesarias para que Helmut viajara
en avión, desde Montevideo hasta Berna, e integrara, de último momento, el
equipo campeón del mundo, en 1954.
Era un tipo solitario, muy tranquilo, amarrado al lugar
donde nació (Essen, a las orillas del rió Ruhr), descendiente de mineros,
bebedor, fumador, con cara regordeta e inflada, poseedor de un humor lacónico
que le hacía pronunciar palabras breves pero ingeniosas. Como muchos de los
héroes del futbol, era un antihéroe en la vida real. Pero a la gente le gustaba
que él era como ellos. Porque se lo podían encontrar por la noche, en la
taberna o en algún lugar común, y le podían dar una palmada en el hombro a ese
futbolista que al día siguiente los maravillaba con su desempeño en el estadio,
o bien, que acabara chocando su automóvil en un accidente de tránsito con
consecuencias al terminar las tertulias.
Nunca vivió de la fama. Si acaso aceptaba las cervezas que
le invitaban en las tabernas mientras relataba, en corto, como había vivido
aquel par de goles que les anotó a los húngaros imbatibles hasta ese día.
Cuando la gesta del 54 se llevó a la gran pantalla en “El milagro de Bern”, Helmut
no quiso participar como asesor de la película y se hizo a un lado. Los
escritores tuvieron que perfilar al jefe como el amigo de un niño que se
convirtió en el padre sustituto del muchacho, quien ya le había guardado luto a
su verdadero progenitor, desaparecido en el frente ruso, durante la segunda
guerra mundial.
Amigo y padre (sustituto) de un niño que significaba la
esperanza de una nación devastada y condenada por el mundo. Eso representaba
Rahn en la película, con todos sus defectos. Porque lo pintaron como un tipo
rebelde, respondón, alegre, inquieto, ansioso y bebedor. Puskas dijo que
aquellos alemanes “jugaban echando espuma por la boca”, insinuando un posible
dopaje que desató un escándalo muchos años después. Pero la figura de Rahn
nunca perdió ese cariño popular que despertó con sus goles y con su forma de
ser.
Después de aquella selección del milagro, en donde Herberger
seleccionó a aquellos que cumplían a rajatabla con sus estándares, a excepción
de Rahn, la Mannschaft adquirió un estilo poderoso y rígido. El equipo jugaba
al futbol como si fuera una maquinaria. Hombres con una fortaleza
sobresaliente. Disciplinados. Guerreros. Mentalizados. Fríos. Calculadores. Ese
era el sello de los equipos nacionales alemanes, aunque por ahí se llegó a
colar un personaje que trató de emular a Rahn: Gerd Müller llegó a romper la
marcialidad futbolística de los germanos pero también rompió redes sin
consideraciones y logró el segundo título mundial, en casa, veinte años después
del milagro.
En 1990 Alemania levantó su tercera Copa del Mundo con su
estilo basado en ese poder y determinación. Y en 2006 volvieron a ser sede del
mundial y a partir de entonces los apellidos de los integrantes de la
Mannschaft reflejaron la multiculturalidad de una nación que de nueva cuenta
lidera en todos los sectores del planeta. Jugadores de origen polaco, turco, tunecino,
español y ghanés integran el equipo nacional. Es aquí en donde se da un
relevante y romántico enlace genético entre Helmut Rahn y el significado de una
nación que nació, dice la metáfora, con el gol del milagro. Jerome Boateng,
hijo de padre ghanés y madre alemana, es sobrino nieto de “der boss”. Si la
primera metáfora provocó que Alemania se perdonara a sí misma de las
atrocidades del nazismo, esta segunda metáfora, la de los genes de Rahn, consolida
el rumbo de una nación que vuelve a romper sus moldes rígidos, por lo menos en
el terreno de juego.
Helmut Rahn nació el 16 de agosto de 1929 y murió el 14 de
agosto de 2003. Pretextos más que suficientes para recordar al jefe en la
quincena del octavo mes.
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