El hijo del capitán

Hay varios ángulos para poder conocer la Ucrania independiente. Uno de estos vértices parte de la historia del hijo de un capitán del regimiento de tanques de ataque del Ejército Rojo. Este niño nació soviético y así lo educaron hasta el día en que la URSS se desintegró y volvió independiente al país de los cosacos. En su biografía se reflejan sus entornos, su educación,  sus esperanzas, sus anhelos, su metamorfosis. A través de su conducta se pueden leer esos mensajes que un porcentaje importante de los ucranianos comparte con él, porque él, es un héroe nacional. Y esta distinción es literal. En diciembre de 2004, se le otorgó la medalla al “Héroe de Ucrania”, la mayor condecoración que puede ser concedida a un ciudadano individual por el gobierno de ese país.

Educado para ser soldado como su padre, pidió un balón de regalo, cuando apenas tenía dos años. Futbol en el verano, hockey en invierno. Pesca con su padre en el mar Negro. Nació el 29 de septiembre de 1976, en Dvirkivshchyna, una villa rural, de las muchas granjas colectivas que habían sido impuestas en el granero de Europa, mediante un espantoso genocidio (una hambruna provocada y conocida como Holodomor), durante el régimen de Stalin.  Ahí vivió hasta 1979 y logró convivir con abuelos y bisabuelos, quienes guardaban, celosamente, la cultura y los sentimientos de su región. Después se mudó a Kiev y vivió en un pobladísimo barrio de la ciudad llamado Obolon. Su fisonomía presenta el fenotipo del eslavo oriental. Siempre risueño y cariñoso. Sonriente. Apegado a su familia. Su apellido está asociado al pie, de forma indirecta. “Shevts” significa zapatero y “enko” es un diminutivo que acompaña al patronímico. Hijo del zapatero, podría significar Shevchenko. Un apellido muy ucraniano.

Era como la corriente de un río entre las piedras

El Dinamo de Kiev, fiel a la tradición soviética de proyectar su ideología a través del deporte, tenía ojos por todos los llanos de Ucrania y frente al edificio, donde vivía Andriy, había un campo de tierra que le robaba las horas. No era un superdotado en su técnica, pero sí un imperioso dominador del juego que se explotaba a sí mismo, partiendo de sus habilidades. Por eso, cuando Oleksander Shpakov lo descubrió, le insistió, con ahínco, al capitán Nikolaj Shevchenko para que le permitiera fichar al hijo, de tan sólo nueve años de edad. Hubo una reacción en cadena en la familia. El padre no quería un futbolista en la familia. A la madre, Luvob, maestra de kinder, se le complicaba tener que atravesar la ciudad, en un viaje de 40 minutos, para llevarlo al campo de entrenamiento. Y el niño insistía con el balón bajo el brazo. Todos sabían que ya dominaba el juego, a pesar de que no regateaba.

¿Cuáles fueron las cualidades del niño que despertaron el interés de Shpakov? Su capacidad para jugar en todas partes. Su determinación, su competitividad, y el incontenible deseo de controlar el balón.  Shpakov comprendió el asunto de la tradición familiar y le ofreció al capitán una alternativa contundente: el niño sería formado como futbolista bajo la más estricta disciplina, tipo militar, de entrenamiento. La familia, entonces, contaría con un soldado-futbolista. Un mes después de la firma del acuerdo, hubo otra reacción. Chernobyl cimbraría el recuerdo de los ucranianos, sería un presagio del colapso soviético y representaría un capítulo que a Shevchenko no le gusta recordar, aunque sus biografías estén repletas de referencias a que es uno de los tantos supervivientes.

Con el Dinamo de Kiev vivió su adolescencia, marcada por la caída de la Unión Soviética y la independencia de su país. Ocupó uno de los 500 cuartos del legendario Kontcha Zaspa, un complejo deportivo que había sido modelo del sistema socialista.  Alexander Lysenko fue su entrenador en esos campos de tierra que marcaron sus inicios y siempre definió a su futbolista haciendo una metáfora:  “Para los defensas, era como la corriente de un río entre las piedras”. Imparable a campo abierto, implacable en el área. Poderoso. Inteligente y contundente.

Debutó a los 17 años. Yoszef Szabo lo metió a jugar contra el Sakhtar Donest, el 28 de agosto de 1994.  El chico ucraniano, en libertad plena para gastar su dinero en lo que estuvo prohibido a sus antecesores, se compró un Mercedez Benz y fue el propio Szabo quien le quitó las llaves del auto después de verlo volar sobre la máquina. Su entrenamiento seguía siendo marcial, en eso nunca le falló el Dinamo a su padre.
Después llegaron los tiempos de Valeri Lobanovsky, el padre protector del futbol ucraniano. El legendario entrenador marxista de las selecciones soviéticas que representaban a 15 repúblicas alineando a 11 jugadores ucranianos.  El cuartel se volvió aún más rígido. En aquel entonces, Sheva fumaba de 30 a 40 cigarrillos por día. Algo habitual en los jóvenes, pero a Loba no le gustaba trabajar con jóvenes convencionales, por más que lo soviético estuviera caduco. El entrenador le quitó el vicio con un método extremo. Le dio a beber una solución hecha con nicotina concentrada hasta que el asco hizo efecto en el organismo del muchacho, quien, nunca más, volvió a tomar un cigarrillo. También incrementó las facultades físicas del joven goleador, que ya se había parado en escenarios internacionales como el estadio de San Siro, sin pensar, siquiera, que allí iría a parar.

A partir de aquí, el mundo conocería a la perla de Ucrania, al Ronaldo del Este. El Dinamo de Kiev conquistó el pentacampeonato de forma consecutiva y ganó tres copas nacionales. El equipo Bilo-Syni (blanquiazul) sorprendió en la Champions League.  Andriy apenas tenía 22 años y cargaba todo ese palmarés.  Por eso Silvio Berlusconi se lo llevó al Milán AC y pagó más de 20 millones de euros por él.

Sheva 7

¿Qué clase de futbolista había comprado el magnate? Imaginen  a un delantero (1.80 m y 80 Kg) entrenado como un soldado del Ejército Rojo. O sea, un jugador al estilo de los clásicos soviéticos pero con el alma del cosaco exigiendo libertad. Una maquinaria poderosa motivada por el sentimiento puro de jugar al futbol en donde él quisiera.  Los siete años en Milán fueron apoteósicos. Cada que saltaba al campo se persignaba y besaba una cruz plateada con el número siete grabado en el centro. Se tatuó un dragón, símbolo chino del año de su nacimiento y del año en que llegó al cuadro. Se llevó a toda su familia a vivir con él. Al capitán lo operaron del corazón y convaleció en Italia. Se hizo amigo de Armani y esté lo convirtió en modelo para sus diseñosSe enamoró de la exnovia de uno de los hijos de Berlusconi y se casó con ella. Tuvieron familia: un niño y una niña. 

Es compadre de Il Cavaliere. De inmediato lo compararon con Beckham, aunque él nunca ha sido exhibicionista. Aprendió a hablar italiano. Se dejó crecer el cabello. También aprendió a jugar golf. Montó una fundación de asistencia para niños. Con tanta autoexigencia, le daban crisis de insomnio cuando no anotaba goles pero cuando los anotaba, la parte lombarda, devota de San Siro, se ponía a sus pies. Fue el primer extranjero en consagrarse Capocannoniere, en su priemera temporada. Ganó la Champions League en 2003 y en cuanto pudo, fue a la tumba de Lobanovsky para dedicarle la proeza. Alcanzó el Scudetto y le otorgaron el Balón de Oro en 2004, el primero para un ucraniano libre, porque los de Proteasovy y Blokhin están marcados por la bandera soviética. Marcó 127 goles en 208 encuentros disputados en el calcio y justo, cuando dejó la península para irse al Chelsea, le tocó enfrentar a Italia, en el partido más importante de la historia de Ucrania, durante los cuartos de final de la Copa del Mundo Alemania 2006. Aquella selección sumó siete puntos. Todos le llamaban Sheva para simplificar su largo apellido ucraniano, pero sheva significa siete en hebreo. El siete de su camiseta y los magníficos siete años que pasó como rossonero. Volvería de nuevo a Milán, pero no fue lo mismo. El ciclo del siete se había cerrado.

De regreso en Kiev

Como la mayoría de los ucranianos, todo lo referente a la Unión Soviética, como diría el periodista argentino Pablo Aro Geraldes, tiene el sinónimo de “nunca más”. Si bien fue dejando la escuela poco a poco, jamás ha dejado de leer y de ver cine. Desde luego que conoce los versos del gran Taras Shevchenko, el poeta de la libertad, sin relación alguna a pesar del apellido, y del que se expresa con exactitud: “Su poesía es fuerte y dulce a la vez. Fue el primero en usar la lengua ucraniana en la literatura, en lugar del ruso, idioma del Imperio opresor. Tengo una gran admiración por él. Era el poeta de la identidad nacional, un artista único que en el exilio escribía poemas de amor a su tierra, la pasión de nuestro pueblo y sobre todo por la gente más pobre. Todos los ucranianos nos reconocemos en él” (extraído de Andriy Shevchenko: Capitán Frío, de Aro Geraldes, El Gráfico, 1999).

Fue un ruso el que lo compró  aquel 1 de junio de 2006. Roman Abramovich se llevó a Shevchenko al Chelsea lo hizo con un gesto deslumbrante.  Pagó 36.3 millones de Euros, la cifra jamás pagada hasta entonces por una contratación en Inglaterra. Pero Stamford Bridge no le sentó bien al hijo del capitán. Las lesiones, las discrepancias con Mourinho, la falta de entendimiento con Ancelotti acabaron fraguando uno de los fracasos más grandes, según calificaron, en su momento, los ingleses.  Sólo 9 goles en 47 partidos. Tal vez a su alma cosaca y ucraniana no le gustó el gesto deslumbrante del magnate del país del “nunca más”.

Pasó por Milán antes de volver a Kiev y hoy, con el cabello raso, parece de nuevo ese soldado-futbolista que salió de Ucrania para difundir la buena nueva de la libertad. Jugará la Euro en casa. Podría ser su último gran evento aunque nunca descarten lo inaudito. 

4 comentarios:

Gontxo dijo...

Fantastico artículo. No conocía gran parte de lo que narras. Sin duda Shevchenko es un grande.

Enrique Ballesteros dijo...

Muchas gracias, un abrazo.

Cas dijo...

Siempre vas un paso adelante Quique y por supuesto la emotividad de la que hablaba salta a la vista. Excelente complemento para el video de Nike. Saludos y un abrazo.

Enrique Ballesteros dijo...

Gracias Cas, un abrazo.