Tango en el Centenario

En un poblado de Sonora, llamado en aquel entonces, Estación Ortiz, ubicado a 60 kilómetros al norte de Guaymas, y que era, precisamente, una estación del ferrocarril que corría del puerto a Hermosillo, nació Oscar Bonfiglio Martínez, el 5 de octubre de 1905. Hechos de armas y pasajes heroicos, casi siempre contra los yaquis y en donde su padre, el general Manuel Bonfiglio García, estuvo asignado, marcaron la historia de Estación Ortiz y del personaje de este relato, quien se convirtió en soldado del ejército mexicano por herencia y tradición. Escogió las manos como su arma de guerra. Fue un eficaz intendente de las fuerzas armadas y en los cuarteles militares aprendió a resguardar la meta en las canchas de futbol.

Bonfiglio no tenía la estampa de los corpulentos guardametas. Medía un metro con setenta y cuatro centímetros. Tenía una figura regordeta. Pero ponía la valentía y el honor por delante. Le decían Yori. Así se refieren los indios yaquis de Sonora cuando hablan de los mestizos, del hombre blanco, de los  que no piensan como yaquis.

Revolucionario

Para ser soldado, y unirse a la revolución como él mismo puntualizaba, tuvo que estudiar en la ciudad de México. Era el año de 1920 y posiblemente encontró en el futbol una conexión indirecta con sus genes paternos italianos, que ya le habían heredado la vocación castrense. Su padre había sido el pagador oficial de las tropas de Álvaro Obregón, en plena Revolución Mexicana. Y el hijo acabaría prestando sus servicios a la patria en dos frentes distintos: el militar y el deportivo.

Don Manuel, el general, también fue un apasionado del futbol y con sus dotes administrativas, estructuró las oncenas militares en las que jugó su hijo y hasta estuvo dirigiendo a los oficiales, en cuestiones técnico-tácticas, cuando participaron en el campeonato de 1923-1924. Oscar, a la postre también general, defendió la meta de los equipos de la milicia como el Esparta, el Cuenta y Administración, el Guerra y Marina,  el SON-SIN (anagrama de Sonora-Sinaloa). Todos estos equipos le darían forma, tiempo después, al Marte. 

El SON-SIN, integrado en su totalidad por militares (casi todos sonorenses y sinaloenses), jugó una sola temporada. Al ser soldados, los integrantes tenían que presentarse a servicio en distintos puntos de la república. Bonfiglio quedó asignado al Distrito Federal y el Asturias lo integró a sus filas en 1925. Ese año pelearon, palmo a palmo, el campeonato con el América. En el mes de marzo, cuenta Don Juan Cid y Mulet en su Libro de Oro del Futbol Mexicano, que ambos conjuntos se enfrentaron y “el América igualó al Asturias, en un juego en el que hubo bronca y fue causa de que se retirasen de la Federación, el España, el Aurrerá, y el Asturias. En virtud de los hechos mencionados, el América obtendría el título por primera vez”. Al año siguiente, la disputa por el título volvió a ser tan cerrada como la que acabamos de mencionar y los asturianos tampoco pudieron coronarse. El 8 de septiembre de1927, Oscar Bonfiglio defendió la meta asturiana cuando enfrentaron al Real Madrid, en México. Hizo todo lo posible, pero los merengues perforaron seis veces las redes del Yori.

Órdenes supremas

En 1928, el mayor Bonfiglio recibió un par de órdenes del alto mando. La primera fue incorporarse de inmediato a las filas del Marte, el equipo de los generales. Los mejores futbolistas militares se combinaron con talentosos futbolistas jaliscienses y conquistaron el campeonato de 1929. La segunda fue una misión especial: integrar la primera selección olímpica mexicana y competir en los Juegos Olímpicos de Amsterdam.

El viaje duró 24 días y el primer partido fue contra España, el miércoles 30 de mayo, en el estadio Oude. Yermo anotó tres; Luis Regueiro, otros dos; Marculeta y Mariscal se apuntaron uno cada quién. Juan “Trompo” Carreño marcó el primer gol en juegos olímpicos para México, en una jugada generada en un tiro de esquina, al minuto 81. El cable informativo de Asociated Press relató que “México fue derrotado por siete goals contra uno, aunque se defendió con gallardía hasta los últimos minutos. El portero Bonfiglio defendió como un héroe”. Después se perdió con Chile y antes de volver de Europa, la selección olímpica disputó doce partidos amistosos.

El hincha del sombrero

Ahora vayamos al estadio de Pocitos. El Primer Campeonato Mundial de Futbol está por iniciar en Uruguay. Eran las tres de la tarde del 13 de julio de 1930. Hacía frío y llovía. La poderosa Francia esperaba en el campo. No había esperanzas para un representativo que, según la prensa mexicana, sufría del “taquismo”,  o mejor dicho de un hábito alimenticio no adecuado para deportista alguno. Pasaron 19 minutos antes de que Lucient Laurent anotara el primer gol en la historia de la Copa del Mundo. Fue Bonfiglio el primero en dejar pasar al invitado.

Cayeron otros dos tantos antes de llegar a la mitad del juego. Y al minuto 70 otro mexicano también entró a la lista de los “primeros”. El famoso “Trompito” Carreño, metió el del honor y el primero de México en mundiales. Cuatro a uno fue el marcador final. Días después, el rival fue Chile. Tres a cero en contra pero esos goles fueron a la cuenta del arquero orizabeño, Isidoro Sota.

Para el 19 de julio ya habían terminado de construir el estadio Centenario. Argentina esperaba su turno y ese día, frío también, llovieron goles. Seis albicelestes, tres mexicanos. Pero aún en la derrota, disfrutemos la hazaña del soldado mexicano que recibió los disparos de la artillería enemiga. De esta gesta hay dos versiones.

La argentina: A falta de árbitros en la primera Copa del Mundo, Ulises Saucedo, entrenador de la selección boliviana, dirigió el encuentro. Argentina tenía una ventaja de tres tantos contra cero cuando se marcó una dudosa falta dentro del área. En un acto de caballerosidad deportiva, el defensa Fernando Paternoster tiró el balón a las manos de Bonfiglio.

La mexicana: A los 23 minutos se marcó la pena máxima en contra de México. Era el cuarto de la albiceleste. Fernando Paternoster preparó el disparo y Bonfiglio evitó lo esperado. Esta jugada quedó grabada en la memoria de los presentes, en especial, la de un hincha del rival. Carlos Gardel, el rey del tango, sorprendido de la gallardía del arquero mexicano, al terminar el partido acudió al vestidor ocupado por la selección derrotada para felicitar a Bonfiglio.

- ¿Pídame lo que usted quiera?, le dijo Gardel al “Yori”.
- Cánteme uno de sus tangos, le contestó Bonfiglio.

A capela empezó Gardel a recitar el favorito del mexicano: Volver.

El nivel futbolístico de México fue catalogado como primitivo aunque con un indomable entusiasmo de sus hombres. Y así volvieron a casa, sin laureles de victoria pero con una página en el libro de la historia. Oscar Bonfiglio siguió jugando con el Marte hasta que en 1932, Juan Terrazas, jugador del América, le fracturó la tibia y el peroné. Nunca pudo recuperarse y se retiró en 1933. Según el libro América. El mejor de la historia, escrito por Panchito Hernández (q.e.p.d.), Bonfiglio perteneció al equipo entre 1926 y 1927. También hay un dato perdido que señala un último partido del Yori, en el que defendió el marco de los cremas, en 1938.

General Bonfiglio

Como militar llegó a ser general de división y aprovechando las misiones que la patria le encomendó nunca se desligó del futbol. Dirigió fugazmente al Guadalajara y a la selección Jalisco. También fue presidente de la Liga regional jalisciense. Fundó un poderoso equipo amateur, formado por obreros, que se llamó Fabril. Así mismo, fue el principal impulsor del desarrollo de uno de los equipos mas famosos del bajío: la Trinca Fresera de Irapuato. Cuando los Azcárraga compraron el Club América, lo invitaron a ser presidente del equipo. Dijo que no y recomendó a Guillermo Cañedo.

El general Bonfiglio atestiguó los mundiales desde 1930 hasta el de 1986 celebrado en México. Un año más tarde, el 4 de noviembre, murió tranquilo y en paz a los 82 años. Dicen sus nietos que basta con oler el aroma del tabaco fino para sentir su presencia, seguramente así lo haremos cuando una bocanada de humo se nos cruce en el camino.

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