Diego no terminó su obra en el estadio de la Ciudad
Universitaria. Él quiso llenar los taludes con sus murales para que todos los
asistentes se vieran reflejados en su obra monumental. Porque el genio
utilizaba su talento para crear espejos de las formas, de las tradiciones, de
los detalles que describían a las masas que poblaron a su lado los lugares en
donde vivió. Pero su muerte no le dejó terminar el proyecto completo. Sólo "La
Universidad, la Familia Mexicana, la Paz y la Juventud Deportista" se
fusionaron con el edificio volcánico del Pedregal, cuatro conceptos que se han
tambaleado en nuestro país y en los que hoy debemos poner énfasis. Porque ésta es una buena y sencilla fórmula para salir adelante en estos tiempos de
pesadilla. Hay que seguirle apostando a la Universidad, para que las familias
mexicanas tengan la paz y la juventud mexicana se refugie en el deporte para
sanar el pensamiento de una sociedad temerosa y ensimismada. Diego Rivera quiso
dejarnos un espejo más grande en esa joya arquitectónica pero murió un 24 de noviembre
de 1957 y ya no le alcanzó el tiempo.
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