La metáfora del equipo del pueblo


A esta ciudad le sigue faltando el Atlante. La metáfora lo asocia con el obrero, con el albañil, el zapatero, con el vendedor ambulante, con el chofer, el maestro, el abarrotero y con el globero del parque que jugaba a los albures con el merenguero. Atlante es o era el equipo del pueblo. Así nació en las calles de Sinaloa y Valladolid de la colonia Roma, en el Distrito Federal y forjó su leyenda desde 1916.

Atlante representa el mestizaje y el urbanismo desmedido de una ciudad inmensa. Y por supuesto que también padeció todos los problemas que un capitalino en desgracia pudiera haber sufrido. Pero gracias a estas carencias logró salir adelante y consolidó su identidad.

Dice la leyenda popular que sus colores, azul y grana, eran los que menos resaltaban la mugre y la tela vieja. Sus andanzas en los campos de juego fueron épicas. A final de cuentas, eran un grupo de prietitos disputando un match contra elegantes futbolistas vestidos a la usanza europea. Fue un equipo endémico y particular que no pudo concebirse de otra forma si hubiera nacido en otro lugar.

Atlante fue la visión incluyente del México de ayer. Hasta un general del ejército mexicano salvaguardó los intereses del equipo del pueblo. Fueron campeones en la época romántica y en la moderna. Grandes jugadores, mexicanos y extranjeros, se consagraron vistiendo el azulgrana. Fue un equipo que se arraigó gracias a su leyenda pero que dejó su lugar de origen por una infinidad de problemas, como aquellas familias que deben cambiarse de casa por no tener para pagar la renta. Una realidad muy típica de la vida urbana. De la gran ciudad buscó acomodo en la periferia hasta que emigró muy lejos en busca de prosperidad.

Fue así como los Potros acabaron en Cancún, la gran joya del turismo mexicano. Y el Atlante, con todo y su patrimonio histórico, ahora está llenando un hueco en una región ávida por construir sus propios factores de identificación cultural. La ciudad de México lo sigue extrañando. Sus fieles seguidores no le perdonan el abandono pero se mantienen a distancia añorando lo que también a ellos les ha pasado por la cabeza: irse a un lugar en donde la vida pinte más tranquila.

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