El último viaje de Juller

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En Auschwitz (sur oeste de Polonia) murieron cuatro millones de personas. Cuando los rusos liberaron el campo de concentración, el 27 de enero de 1945, tan sólo encontraron 2,819 sobrevivientes, entre los que el personaje de esta historia, desgraciadamente, no está incluido.

Los soldados nazis ignoraban quien era ese hombre que perdió su identidad por ser judío. Era Julius Hirsch, uno de los más notables futbolistas alemanes de principios del siglo XX. En ese campo de concentración parecía que convergían todas las vías ferroviarias del este de Europa. En esos trenes solo se podía viajar hacia la desgracia, con los números tatuados en el brazo, como si fueran el ganado de una bestia que creyó en la pureza de la raza.

Juller, como le llamaban todos, era más alemán que el mismo Hittler porque nació en Achern, al sur del país, el 7 de abril de 1892, a las nueve de la mañana con treinta minutos. Fue el más chico de seis hermanos, en una familia de notables comerciantes.

Cuando el joven Hirsch conoció el futbol, este deporte no era tan popular en Alemania. Por lo tanto, él forma parte de una generación pionera que se encargó de hacer del balompié, una de las pasiones de la nación germana.

Julius defendió los colores del Karlsruhe FV (KFV). A los 17 años obtuvo la titularidad en el ataque, por el lado izquierdo, y se convirtió en parte fundamental de los títulos regionales del equipo, así como del cetro nacional que conquistaron en 1910. Sus logros lo llevaron a la selección nacional, en donde formó un tridente ofensivo junto a Fochs y Fürderer, recordado como el trío tormenta. En un partido contra Holanda, anotó cuatro goles, en un empate cardiaco a cinco. Participó en los Juegos Olímpicos de 1912, celebrados en Estocolmo, en donde Alemania perdió en semifinales.

También jugó para el Spielvereinigung Fürth y volvió a ser campeón nacional. Pero la primera guerra interrumpió su impecable trayectoria. Su patriotismo lo llevó a las trincheras y al término del conflicto fue condecorado con medallas al mérito y al valor. En tiempos de paz, volvió a enrolarse con el KFV y entró a trabajar en una prestigiada fábrica de juguetes. Sus mejores tiempos en las canchas habían pasado.

En 1933, extrañas ideas de pureza y superioridad agitaron al mundo. Los judíos alemanes dejaron de ser alemanes. Fueron señalados y segregados. Con el estallido de la segunda guerra mundial se activó una licencia masiva para matar y a los campos de exterminio llegaron los trenes de la muerte. En uno de estos viajó Juller en 1943. Tenía 52 años. Nadie lo reconoció. De nada sirvió su pasado porque desde antes los clubes en donde jugó le dieron la espalda. Al entrar a Auschwitz, desapareció. Lo exterminaron.

Esta atrocidad se recuerda año con año. Es muy grande la pérdida y los consuelos insuficientes. El futbol alemán ha tratado de enmendar su propia historia y desde hace un lustro se entrega un premio en honor de Julius Hirsch, para aquel equipo o futbolista, que actúe en favor de la tolerancia y en contra del racismo.

Recordar a un futbolista cuando se habla del holocausto estremece y obliga a tomar conciencia de la esencia de un juego que siempre busca incluir, ser universal, tolerante y respetuoso.

1 comentario:

Master of Doom dijo...

Recordar no solo al jugador de futbol sino a la persona que por nacer judío se le persiguio hasta exterminarlo con el fin de nunca más se repita este crimen de odio hacia otro ser humano.
Hay que erradicar esos brotes de xenofobia en donde quiera que se presente, asi sea alla en Europa o aca en México, como fue en partidos pasados en tierras de la Comarca Lagunera.
Saludos