Una foto de George Best es, quizás, la última lección que la vida pudo darle; está tendido en una cama, entubado, resignado a morir y pidiendo que la prensa despliegue en sus titulares el último sentir del chico de Belfast: No muera como yo…
¿Cómo recordar a George Best a cinco años de su predecible final? ¿Qué significado tiene su paradójica vida?
Esta historia es cruda, es la de un borracho que jugaba al futbol como los ángeles. Un héroe, un modelo de la juventud de los sesentas, un mito, una leyenda, un referente. El chico rebelde irlandés que vio la vida con las distorsiones del fondo de las botellas y los vasos vacíos que deja el alcoholismo, siempre compatible con todas las actividades del ser humano.
El futbolista bendecido con la naturalidad del gol fue la inspiración de muchos que muy probablemente dejaron que Best saciara lo nunca hubieron podido atiborrar por sí mismos.
Mujeres, autos y alcohol, los deseos prohibidos, en lo moral y lo económico, por el mundo común y corriente. El futbol, el juego del hombre que es inspiración para aquellos que han optado por identificarse con los jugadores que les comparten la gloria. Ese fue el mundo de Georgie Best.
Pero qué guarda la historia sobre Best el futbolista. Nos dice que nació el 22 de mayo de 1946. Que lo descubrieron Matt Busby y Bob Bishop. Que debutó a los 17 años. Que tuvo 37 partidos internacionales con su selección y nunca pudo asistir a un mundial. Que jugó en Inglaterra, en las dos Irlandas, en Escocia, en Sudáfrica, en Estados Unidos y en Hong Kong. Que se consagró con el Manchester United cuando un gol suyo les dio su primera orejona y fue entrañablemente querido en el Fulham. Que jugó más de 700 partidos en su vida profesional y anotó más de 250 goles.
Su historia, la personal, nos relata que fue el mayor de seis hermanos. Que fue un niño con méritos académicos. Que jugaba al rugby pero se inclinó por el futbol para rebelarse a su padre. Que su madre murió a los 55 años por problemas de alcoholismo. Que se casó dos veces. Que tuvo un hijo legítimo llamado Calum. Que pasó las Navidades del 84 en la cárcel por conducir ebrio y agredir a un policía. Que le tuvieron que hacer un transplante de hígado cuando destruyó el suyo.
Muchos dicen que la vida de Best fue un sueño truncado, pero su sueño le duró mucho tiempo. Jugó casi 20 años y aunque los críticos coinciden en que brilló con plenitud sólo tres años. Pelé, Cruyff y Maradona están de acuerdo en que en esos momentos fue el mejor del mundo. Después sólo fue un futbolista de destellos, con un gran capital instalado en la memoria de todos. Por eso la FIFA lo considera uno de los 100 mejores de la historia.
Sus frases lo definen. El quinto Beattle dijo que si hubiese nacido feo, no habríamos oído hablar de Pelé; que en 1969 dejó las mujeres y la bebida y que fueron los peores veinte minutos de su vida; o que había gastado mucho dinero en mujeres, alcohol y automóviles y que el resto de su fortuna lo había despilfarrado. Su discurso nunca llegó a más.
Murió el 25 de noviembre de 2005. El día de su funeral, el cielo lloraba por su ángel caído. Treinta mil personas le dieron el último adiós.
Best fue una celebridad mediática, un hombre con una enfermedad incurable, un personaje de contracultura, un símbolo sexual, y vivirá eternamente en la historia del futbol. Logró lo que quiso, porque si bien es cierto que clamó en sus últimos instantes: no muera como yo, nunca advirtió un contundente no viva como yo.
Próximo jueves 25 de noviembre en El otro lado del balón (radio Estadio W, 18:00 horas en El Laberinto).
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