Arlindo Dos Santos Cruz se mueve, todos los días, a través
del subterráneo. Trabaja, desde hace mucho tiempo, como entrenador de los
equipos de instituciones gubernamentales ligadas a la procuración de justicia.
Cada año, cuando mayo se va consumiendo, regresa al templo que despertó con su
disparo. Se sumerge en sus entrañas para saltar a la cancha a recordar, una y
otra vez, el inolvidable primer
gol que se anotó en el estadio Azteca.
El medio destructor y el medio creativo, esas eran las
funciones de Arlindo dentro del campo. Se quería comer la cancha entera. Era el
dinamo de sus equipos. Explotó las ventajas de ser chaparro y le dio grandes
satisfacciones.
“Fue un golasazazo”, dice Arlindo. “Le puse toda mi técnica
individual. Fue un gol que merecía el estadio Azteca”. Según él, no hubo un gol
más bonito en su carrera. Por eso celebró corriendo por toda la cancha. Besó su
medalla religiosa de la guadalupana y agradeció al creador por haberle cumplido
lo que había soñado la noche anterior. Después de ese gol, América lo prestó al Pachuca y al Toluca.
Ahí terminó su carrera. Pero su vida siguió su curso y es muy posible que se lo
puedan encontrar en los vagones del metro, en el que se desplaza, todos los
días, para ir a trabajar.
2 comentarios:
La mejor historia de 3 pesos que he leído en mi vida. Aplausos.
Muchas gracias, abrazo amigo.
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