El 28 de
mayo de 1972 un corazón enorme se detuvo. Ya había pasado una noche tormentosa
en el hospital del Centro Médico de la capital del país. Lejos de su puerto
jarocho sabiendo que hasta sus playas lejanas, algún día y de nueva cuenta,
tenía que volver. Luis de la
Fuente de Hoyos ya había vencido a la muerte en espíritu, sólo su cuerpo
cansado se entregaría a ese sueño eterno que se les interrumpe sólo a aquellos
que se vuelven leyenda.
No se puede
concebir el pasado del futbol mexicano sin la figura del Pirata. Él fue el
contrapeso de una época intensa en la que llegaron a México, jugadores de los
más notables. En la mente de los viejos, que ya son pocos los que le vieron
jugar, siempre se antepone su recuerdo. Su portentosa fuerza. Su disparo letal
con diestra y siniestra. El resorte descomunal a la hora de disputar el balón
por aire. Su inteligencia futbolística y una personalidad firme e intimidante.
Quién de los chamacos de la palomilla, que jugaban a ser marinos a bordo del
“Arturo” y el “Tampico”, un par de barcos de cabotaje propiedad de la familia
de la Fuente, se imaginaba que el más pirata de la tripulación acabaría siendo
un hombre de pasto, aunque el mar siempre le despertó el deseo implacable de
irse muy lejos, para luego volver. Fueron sus amigos quienes le pusieron
Pirata.
Luis de la
Fuente es un héroe cuya historia gloriosa ha sido contenida sin explicaciones.
Seguramente hubo gente incómoda ante su plena dignidad. En grados superlativos
siempre se habló de las juergas y parrandas, de su vida bohemia. Aunque para
haber jugado veintidós años, en México y para tres equipos extranjeros (de España,
Paraguay y Argentina) se necesita fuerza de voluntad y un indómito anhelo de
trascendencia.
Nació el 17
de enero de 1914, tres meses antes de la heroica defensa del puerto de
Veracruz, y en 1931 ya le había metido un gol a Oscar Bonfiglio, el arquero
mundialista de la selección mexicana. Aunque en ese intervalo de tiempo se
había quedado huérfano de padre cuando tenía cinco años, por eso emigró a
Santander (España), en donde su tío Luis lo educó hasta los nueve. Volvió al
puerto y pateó su primer balón en las calles jarochas y con la adolescencia
entrando lo mandaron a la ciudad de México, al internado de San José de Tacubaya.
El ir y venir se hizo costumbre.
Sus equipos
fueron el Aurrerá, el Real Club España, el Racing de Santander (España), el
América, el Atlético Corrales (Paraguay), el Vélez Sarsfield (Argentina), el
Marte y sus amados Tiburones Rojos del Veracruz. En todos los equipos dejó
huella y le recuerdan. Fue campeón de liga con el España, con el Marte y con el
Veracruz. Ganó la Copa México con el América y con los Tiburones.
Se asegura
que Agustín Lara compuso la célebre
canción “Veracruz” pensando en el Pirata.
Yo nací con la luna de plata
nací con alma de pirata,
he nacido rumbero y jarocho
trovador de veras,
y me fui lejos de Veracruz.
Veracruz, rinconcito
donde hacen su nido
las olas del mar
Veracruz, rinconcito
de patria que sabe sufrir y cantar
Veracruz, son tus noches
diluvio de estrellas, palmera y mujer.
Veracruz, vibra en mi ser,
algún día hasta tus playas lejanas
tendré que volver...
Y sí,
siempre volvió con su alma de pirata, rumbero y jarocho.
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