Un día de gloria


En la historia están los rasgos de nuestra identidad. Cada fecha representa un instante mitificado que genera determinadas conductas. En el futbol se aprecian algunas de estas y más cuando juega la selección. Por supuesto que los colores de la bandera, pero sobre todo el himno nacional, desencadenan emociones.

Las guerras y batallas han inspirado el heroísmo de los pueblos. Las victorias han determinado quien escribe la historia; y los vencidos se conforman con un día de gloria. Algo parecido pasa en los campos de futbol.

México enfrentará a Francia el 17 de junio en Sudáfrica. Un rival que nos pesa históricamente. Un país con el que hemos tenido choques intensos en la política, en la economía, en la cultura, y por supuesto que en la disputa del balón.

La celebración del 5 de mayo en el Peñón de Los Baños, al oriente de la ciudad de México, o en Puebla, o en muchas ciudades de los Estados Unidos simbolizan, cada año, uno de estos días de gloria para nuestro país. Se le ganó una batalla en Puebla a los franceses en 1862. Se resistió el ataque del ejército más poderoso del mundo y el General Zaragoza, como había vaticinado desde la madrugada previa, obtuvo ese día de gloria que pronunció en su discurso. Ese mismo día, dice la historia oficial, el himno nacional mexicano, olvidado algunos años, se interpretó para conmemorar la victoria.

Tan sólo 68 años después, el 13 de julio de 1930, Juan Luqué de Serrallonga, entrenador español de la selección mexicana arengó al equipo emulando a los héroes de Puebla. Si Zaragoza los pudo vencer, nosotros también, les dijo en el vestuario. Con Francia iniciaba México la primera copa del mundo. Sólo el Trompo Carreño tuvo su día de gloria al convertirse en el primer anotador mexicano en un mundial.

En 1954, el 19 de junio en Suiza, el equipo mexicano se volvió a topar con Francia. El día de gloria estuvo a punto de escribirse. La selección se levantó de un dos a cero, pero a dos minutos del final, los héroes acabaron, como casi todos los de la historia nacional, martirizados.

Vendría una batalla más, de nuevo un 13 de julio pero de 1966, en Wembley. Otra vez los galos, otra vez la búsqueda de la gloria.

Ahora vienen de nueva cuenta los recuerdos que lejanos parecen. Por cuarta ocasión Francia estará frente a México en un mundial. ¡Qué más da!, esperemos que sea un día de gloria.

Cerebro Novo


Vamos a recordar a uno de los héroes rojinegros que le dieron al Atlas el único título de liga en toda su historia. Sus goles le reservaron un lugar de privilegio en las estadísticas. Fue el tercer mejor anotador del club en aquella inolvidable temporada 1950-1951. Juan José Novo, un inteligente interior izquierdo, llegó desde Argentina y se enroló con San Sebastián, equipo distinguido en aquellos años cuarenta, en la ciudad de León, Guanajuato. Su plan era a corto plazo. Un par de temporadas y de vuelta a casa, pero se enamoró de Angélica; se casó, tuvo ocho hijos, todos mexicanos, y nunca más volvió al barrio de Avellaneda, en donde nació un 10 de febrero de 1922.

Novo jugó con Huracán (Argentina) y con Wanderers (Uruguay) antes de llegar a México en 1946. Con los Santos de San Sebastián pasó tres temporadas y en 1949 llegó al Atlas de Guadalajara.

A esa generación rojinegra se le atribuye el título de la “Academia”, por su forma exquisita de tratar al balón, y por tanto él fue uno de sus catedráticos.

A Juan José le decían "Cerebro" por su capacidad de orquestar el juego. También lo llamaron “Chinchilla” por su habilidad y rapidez, aunque esté mote le enfadaba.

El anhelado título del 51 llegó en el mes de abril. Fue la primera vez que un equipo de Jalisco salía campeón y para remachar, los Zorros definieron su campeonato derrotando al odiado Guadalajara.

No mucho tiempo después, en 1952, Atlas decidió mexicanizarse y despidió a todos sus jugadores extranjeros, a aquellos hombres que dejaron escuela.

Juan José Novo volvió a León y encontró acomodo en el equipo esmeralda que había escrito ya sus páginas doradas, y jugó al lado de grandes leyendas como Carbajal, Battaglia y Marcos Aurelio.

En Léon terminó su carrera a mediados de los cincuenta y comenzó a trabajar en el comercio del fino calzado que se producía en la ciudad, particularmente en la fábrica de su compadre Battaglia. Y así pasó el resto de su vida hasta que el Alzheimer lo fue desconectando del mundo.

Sus ocho hijos atesoran sus recuerdos y le rinden homenaje siempre, en especial cuando los colores rojo y negro inspiran una nostalgia muy particular.

Transmitido el 29 de abril de 2010.

Con el futbol exigieron independencia

Cada que juegan los Verdes de Santiago, un equipo de tercera división, los viejos se sumen en los recuerdos de su larga historia y nunca olvidan un capítulo que los orilló a exigir su libertad cuando apenas eran un pueblito de trabajadores textileros que dependían del municipio vecino de Cuautepec.

Santiago Tulantepec de Lugo Guerrero está en el estado de Hidalgo, cerca de Tulancingo.

Con la fábrica textil de Santiago llegó la prosperidad a finales del siglo XIX. Después un catalán, Conrado Muntané, trajo el juego de pelota y la selección vasca - el famoso Euskadi que participó en la liga de 1938-1939- fue la inspiración de los colores del equipo que formaron en esta tierra que se refresca con las transparentes aguas de sus manantiales.

El pueblo dependía en todos los sentidos del municipio de Cuautepec, por cierto lugar de nacimiento del célebre Miguel “Piojo” Herrera, pero a los santiaguenses no les parecía que tuvieran voz pero no voto en ningún asunto, aunque lo que más les enojaba era que si habían nacido en Santiago, en el acta de nacimiento se redactara que eran oriundos de Cuautepec.

Todos los problemas sociales, económicos y políticos de fondo, se catalizaron en el futbol. Los Verdes de Santiago se volvieron invencibles y fue en un partido dominguero de 1943 cuando se partió la historia. Santiago jugó en Cuautepec, vencieron a los vecinos y se armó un zafarrancho que dejó a los visitantes con ojos moros. Así emprendieron el regreso al pueblo y exhibieron lo que les habían hecho por ser mejores en el futbol. Fue la gota que derramó el vaso. Ese domingo exigieron su independencia de un municipio con el que había enemistades profundas.

El 1 de abril de 1944, por órdenes del Congreso del Estado, el gobernador José Lugo Guerrero otorgó la municipalidad a Santiago Tulantepec. Desde luego que el futbol no fue la causa, pero sí el detonante de la independencia del pueblo.

Por eso es tradición jugar futbol. Incluso los de Santiago casi alcanzan la gloria en el torneo de los barrios a mediados de los ochenta, al quedarse a un paso de la final. Y desde hace algunos años, la franquicia de tercera división pertenece al ayuntamiento.

Cada vez que los Verdes juegan y ganan, a todos se les ensancha el corazón y por supuesto que nunca olvidan de lo que fueron capaces de hacer por el honor y el bienestar del pueblo.

No te pierdas esta historia en Futbol en Serio, Punto. Jueves 22 de abril de 2010, 21:00 horas. TDN, canal 501 de Cablevisión, 517 de Sky y canal 70 en Santiago Tulantepec.

Sangenís, arquero suicida


Nació en Marsá, Cataluña, provincia de Tarragona, España, el 18 de junio de 1917. Fue hijo único. Llegó a México a los 21 años huyendo de la Guerra Civil. Nunca pudo volver a ver a sus padres.

Fue un portero que dominaba el area. Decia que “el portero no tiene que fintar cuando va a salir a los pies del contrario sino que cuando el jugador agacha la cabeza para avanzar con la pelota, es el momento oportuno de lanzarse a la bola y casi siempre se gana”.

En sus inicios le paró un penal a Martín Vantolrá, quien nunca le pudo meter un gol. Primero jugó con el Marte, después con el Atlante y luego con el España, en donde salió campeón en 1942 y 1944. También logró el Campeón de campeones y la Copa México.
Tuvo tres hijos: Violeta, Yolanda y Enrique. Fue entrenador del España y del Llanes de la Liga Española.

Le decían el suicida. Murió de un infarto mientras dormía en 1989.

Un ídolo y su legado

Hace un lustro que murió el ídolo y su leyenda parece estar alejada de la dinámica social del país en donde fue ejemplo de vida. Las virtudes de Horacio Casarín lo llevaron a ser el modelo del deportista ideal, del hijo excelente, del amoroso y fiel esposo, y del generoso padre, en un México que construyó su discurso en base a la familia católica tradicional durante los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Todos estos valores fueron potencializados con los más de trescientos goles que anotó y con la entrega que siempre tuvo al vestir todos los colores que portó.

Hijo de un militar de cepa, aprendió en casa la disciplina y el servicio. Siempre sonriente. Bondadoso. Honorable. Atento. Cortés. Como diría Albert Camus, todo lo que supo de la moral y de las obligaciones de los hombres se lo debió al futbol.

Casarín debutó siendo un chamaco con los gigantes de la época. La cofradía de los once hermanos cuyo recuerdo persiste hasta nuestros días. Y ahí comenzó su larga carrera que duró veinte años. En el retiro, fue empleado bancario hasta que se convirtió en entrenador y después el destino le robó los recuerdos, luego a su querida esposa y al final la vida misma, un 10 de abril del 2005.

Dicen que antes de Horacio no hubo nunca nadie que ocupara las alturas de los ídolos y después de él, la historia coloca a Enrique Borja, quien al igual que Casarín, mantenía los parámetros establecidos por la dinámica social vigente.

El último gran ídolo está aún activo y dice mucho de cómo han cambiado las percepciones del México actual. Cuauhtémoc Blanco es ese personaje. Sus valores distan mucho de los de Horacio y sus virtudes se miden con la pelota en los pies.

Blanco es ejemplo de valentía, de coraje. Es un rebelde que desafía al poder y al control, pero no es un modelo social. Es un ídolo mediático, es un virtuoso del juego y sus circunstancias.

A cinco años de la partida del primero de los héroes no nos queda más que recordarlo conociendo su historia, colocándolo en el lugar y el tiempo que le correspondió vivir, y contarle a las nuevas generaciones lo que llegamos a saber de él. Seguramente algún día, el ídolo será la inspiración de alguien con quien tenga coincidencias, dentro y fuera del terreno de juego.

Este jueves presentaremos un especial sobre Horacio Casarín en Futbol en Serio, Punto. TDN 21:00 horas.

Indios no pudo con el peso social


Con el ascenso de los Indios de Ciudad Juárez, en 2008, se habían modificado los límites del mapa futbolístico de la primera división. A unos cuantos metros de Texas, con otro uso horario, con una dinámica social distinta, con el narcotráfico y las pandillas azolando, el estadio olímpico Benito Juárez conjuntó a los diferentes sectores de la ciudad fronteriza para clamar por un cambio de rumbo.

Noventa minutos cada quince días bien servirían, en primera instancia, para divertirse y por lo menos, para entregar un mensaje distinto en los medios de comunicación. Lejos de hablar del temor, se pudo hablar de proezas. De estar condenados a lo peor, triunfaron con goles y con voluntad. Todo eso permeó en una sociedad que nunca ha bajado los brazos, que acepta su propia realidad y que aun no encuentra la clave para alcanzar la tranquilidad y se sigue preguntando a quién le conviene que Juárez esté convulsionado.

El temor inducido sirve para controlar, para someter. Es perverso pero así funciona desde siempre. Se llegó a decir que mientras jugaba el equipo los índices delictivos disminuían considerablemente, pero no era así: se han registrado alrededor de cinco mil muertos de 2008, año del ascenso, hasta la fecha.

Lo cierto es que las tribunas del estadio sufrían las ausencias de aquellos que iban un día y a las dos semanas no volvían más. O que hasta los propios capos andaban por ahí entreteniéndose.
Este escenario nos dice como el futbol pudo haber sido un gran catalizador social para la región. La identidad de los juarenses se dejaba ver en el comportamiento de sus aficionados.

Los contrastes en ciudad Juárez son evidentes. Sol y sombra, ricos y pobres. La bravura de los fronterizos es uno de sus distintivos. Echados para adelante, hartos de lo que pasa y se dice de ellos. Con ironía y agudeza las porras y barras futboleras tomaron nombres con sentido particular: los hijos de la penumbra era el grupo de las clases pudientes y el Cartel el de las populares. Un público siempre exigente, a veces insultante, que se volcaba con todo porque una victoria significaba más que tres puntos. Era no paralizarse ante el miedo. Por eso era interesante leer el mensaje de las gradas.

Sin embargo, sobre la hierba se escribieron otras historias. El equipo que llegó a semifinales fue desarticulado y comenzaron los problemas. Ahora se sabe que doce jugadores fueron extorsionados o recibieron amenazas de muerte. Se dejó de ganar y la racha fue fatal. 27 jornadas pasaron sin celebrar, 27 semanas sin poder hacerle frente a su propia gente que acabó en la orilla de la desilusión.

Contra Atlante, hace unos días, todo terminó, las palabras sobran. Indios perdió la categoría, perdió la ciudad, perdió la gente.

Este jueves 8 de abril, Francisco Ibarra, dueño de los Indios de Ciudad Juárez, estará en Futbol en Serio, Punto. 21:00 horas.