Esta es una
foto de mediados de los años cincuenta. Son las reservas del América con una
leyenda del boxeo mexicano que se entrenaba con los equipos de futbol para
mantenerse en forma y para divertirse sin usar los puños. Búsquen bien en la
fila de abajo y se encontrarán un Ratón, a Don Raúl Macías.
Todo se lo
debía a su manager y a la Virgen de Guadalupe. Así siempre agradeció todos los
inolvidables momentos de su vida. Aquellos que tienen el don de mover y conmover
multitudes adquieren la mágica categoría de los ídolos. Cada vez que peleó este
hombre menudo, México se paralizó. Las abuelas rezaban y se vendían más
veladoras que de costumbre.
Hizo 200
peleas en el terreno amateur de las que sólo perdió tres. Cuando se volvió profesional,
subió a la palestra para enfrentar 60 pleitos. Tuvo en un puño la gloria y el triunfo, la fama y
el cariño. Pero fueron dos reveses definitivos que ni él ni el pueblo olvidaron
jamás. A los 24 años colgó los
guantes y el campeón, para mantenerse en forma, decidió jugar al futbol.
El le iba al
legendario Marte, el equipo de los generales. Pero fue con el América en donde
se involucró con seriedad, sin pensar siquiera en buscar una oportunidad de alinear
con el equipo mayor. Era la época de los últimos americanistas que no cobraban
del bolsillo de la familia Azcárraga. Una época en donde los cremas ganaron dos
Copas México y Lalo González Palmer se coronaba como campeón goleador. Es
precisamente este último quien aseguraba que el Ratón le echaba muchas ganas al
asunto. El argentino Mario Pavés alguna vez dijo que Macías jugaba bien y antes
de hacerle frente para quitarle el balón había que pensarlo dos veces para no
caer en la partida de madre, ante los puños del púgil. José Buendía recalcó que
era buen rematador de cabeza a pesar de su corta estatura. Pero el ídolo
siempre supo que lo suyo, lo suyo fueron las trompadas
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