El célebre tercer arquero de la selección mexicana del
mundial de 1986 fue un hombre nacido en plena selva cañera de Zacatepec
(Morelos) y en esa copa del mundo, esta tierra exótica estuvo representada por
dos de sus hijos, ambos guardametas de primera línea. Si Pablo Larios fue el
gran protagonista de aquella selección de Bora, Ignacio Rodríguez Bahena (12 de julio de 1956) también tuvo su lugar en la historia. En tiempos de la revolución bien hubiera
pasado como uno de los lugartenientes de Emiliano Zapata. El sol lo crió en ese
lugar donde el astro rey se deja caer a plomo y curte las pieles de los
lugareños que son bravos por naturaleza y futboleros a muerte.
Don Isaac Wolfson (q.e.p.d), en su libro “Los porteros del
futbol mexicano”, nos platica que Nacho se dio a conocer en un torneo relámpago
llamado “de nuevos valores”, celebrado entre los meses de julio y agosto de
1978. Cada equipo participante debía alinear a cinco novatos en cada juego. Los
Leones Negros ganaron la competencia pero lo relevante de este certamen fue la
presentación “en sociedad” de dos grandes arqueros mexicanos: Olaf Heredia y
Nacho Rodríguez.
Una leyenda viviente, un hombre que sabía todo sobre el arte
de hacer los goles le dio toda la confianza para enfrentar al mundo bajo el
marco de los cañeros del Zacatepec. Horacio Casarín fue el entrenador que lo
puso a jugar y es un hecho que nunca olvidará aquella tarde de septiembre,
cuando se estrenó jugando contra Tigres, con el mismo sol que lo crió, como
testigo de honor. Ganaron cuatro a uno, y ese uno, su bautizo de cuero, corrió
a cargo del peruano Gerónimo Barbadillo.
El joven morelense jugó todos los minutos de los 38 partidos
de aquella temporada 1978-1979. Sólo dos cancerberos lo habían logrado: él y
Miguel Marín (Cruz Azul). Como apunte que ilustra muy bien el contexto, en ese
torneo llegaron a México dos porteros argentinos: Ricardo La Volpe, para el
Atlante; y Héctor Miguel Zelada, para el América. Rodríguez mantuvo su meta
bien custodiada en su primera temporada. Recibió un promedio de 1.16 goles por
partido y detuvo un tiro penal.
La siguiente temporada mantuvo sólido su puesto. Sin
embargo, el otro hijo del sol, Pablo Larios, venía empujando fuerte. En 1981
decidió enrolarse con el Morelia y en ese tiempo tuvo una racha de cinco
partidos sin recibir gol y fue llamado a la selección nacional por Raúl
Cárdenas, para observarlo. Para su
fortuna, él no tuvo participación en el fracaso tricolor del premundial
disputado en Honduras.
Con los Canarios duró una sola temporada y se fue al Atlante,
en donde alternó con Rubí Valencia, con Pedro Soto y con Mateo Bravo. Ahí tuvo
sus mejores momentos, con un par de rachas de imbatibilidad que duraron cuatro
jornadas y un título de campeón de la Concacaf. Su estilo conservador, su
constancia, su seriedad y su profesionalismo le otorgaron un lugar en la
selección mexicana que disputó el mundial de 1986. Bora lo consideró como
tercer portero y fue solidario con Larios y Olaf.
En 1989 se anuncia la llegada de Zelada al Atlante y Nacho
toma sus cosas y parte para jugar con los Tigres. Con la llegada de Comizzo al
conjunto de San Nicolás de los Garza, lo hacen un lado pero se mantiene en la institución hasta
la temporada de su retiro, la 1993-1994.
Nacho Rodríguez, el tercer portero de la selección mexicana
mundialista en 1986, jugó 380 partidos y recibió 483 goles (1.27 tantos por
partido, en promedio). Se retiró el 4 de septiembre de 1993, en un duelo
Tigres-Correcaminos. Muchos años más tarde, este hijo consentido del sol,
viviría grandes momentos como entrenador de los Correcaminos en la liga de
ascenso, en donde mantiene sus credenciales y también ese gran mostacho.