Marinus, el General
Laguneros del desierto
El dedo del corazón
El caballero eterno
¿Quién custodia la entrada de Wembley? Esa escultura en bronce con sus seis metros de altura debe simbolizar algo muy profundo. Es inspiracional. Evoca a un futbolista inmaculado. Un grandioso defensor. Un héroe inmortal. El primer inglés en levantar la Copa del Mundo. El hijo predilecto del este de Londres. La mayor leyenda de West Ham United. Un tesoro nacional. Amo de Wembley y señor del fútbol. Un capitán extraordinario. Un caballero eterno. Sir Robert Frederick Chelsea Moore.
Bobby Moore nació el 12 de abril de 1941 en Barking, al este de Londres. Tan cerca de Upton Park que fue inevitable que fuera un Hammer con todo lo que esto implica. En el West Ham se enroló cuando dejó la infancia y a los 17 años ya estaba sustituyendo a su mentor cuando este padeció por la tuberculosis. Si alguien le enseñó al muchacho como defender fue Big Mal. Malcom Allison fue generoso con el rubio y supo que sería su pupilo el que ocuparía su lugar de ahí en adelante. El 8 de septiembre de 1958 debutó contra el Manchester United. Desde entonces Upton Park y sus huestes se le entregaron por siempre. Quinientos cuarenta y cuatro actuaciones y 24 goles con los hammers en la época dorada de un equipo más acostumbrado a mantenerse que a ganar.
En Wembley sería su consagración. En aquel partido desgraciado para los alemanes, inolvidable para los ingleses. Intensidad pura, polémica que cala en el recuerdo pero al final quedó en el marcador un cuatro a dos para los súbditos del imperio.
Estuvo en México en 1970. Junto a su selección entrenó en las maravillosas canchas del Reforma Athletic Club. Fue contra Brasil donde dio un gran partido. La forma en cómo le quitó el balón a Jairzinho sintetiza lo que fue. Por eso otro rey lo volvió a consagrar. Pelé lo abrazó e intercambió sus ropas con el gran capitán que se iba derrotado en esa tarde inolvidable.
En 1981, el director de cine, John Houston, alineó a Bobby Moore en un equipo de fantasía al lado de Pelé y Osvaldo Ardiles. Con Silvester Stallone como arquero, y Michael Cane como capitán de aquella oncena que se enfrentó a los nazis en un duelo que acabó en un Escape a la Victoria.
La revolución de los ultras
Hosni Mubarak ha soltado el poder ante el reclamo aplastante del pueblo. En 26 días la revolución egipcia logró terminar con su larga dictadura. El movimiento fue detonado por el despotismo y la miseria. Se gestó en las redes sociales de Internet y, según el filósofo isaraelí Avishai Margalit (miembro del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton) nació en los campos de futbol del Al Ahly, el equipo de los barrios más populares de Egipto.
Para vencer a la represión y a la fuerza que sostiene los sistemas totalitarios de los países árabes fue necesario tener mártires que inspiraran esa idea de libertad. Había que utilizar la tecnología y montarse sobre una masa social que tuviera estructura y capacidad de transmitir el mensaje, en medio de una situación crítica de choque contra las fuerzas militares y policíacas del estado, al mismo tiempo que había que hacer frente al bando rival, a los fieles al sistema y al propio Mubarak. Una masa acostumbrada a ser una enorme célula de miles de almas con algo en común, que es territorial y desquiciadamente fraterna. Fue ahí donde los ultras del Al Ahly hicieron su parte.
El Al Ahly es un equipo gigante. Siete de cada 10 egipcios son seguidores declarados y en el mundo se cuentan alrededor de 50 millones de aficionados. Su historia ha rebasado el siglo desde que un grupo de estudiantes lo conformaron para poder juntarse y manifestar, con cautela, su posición en contra del control imperial de los británicos. El club, desde 1910, decidió no aceptar socios que no fueran egipcios. Sus vitrinas están llenas de trofeos. Son amos absolutos de las estadísticas del futbol local. Además disputan una encarnizada rivalidad con el Zamalek Sporting Club, un simbólico equipo de El Cairo asociado, por sus factores de identidad, con Mubarak y lo que este significaba.
El barrio de Zamalek está en una isla en medio del Nilo. Es un barrio elite en un ancestral país de súbditos. En contraste, la palabra árabe Al-Ahly lo envuelve todo: familia, tradiciones y nación. En este clásico podemos sintetizar las causas de la revolución egipcia. En las pasiones desbordadas de las gradas se manifestaban las dos formas de pensar del pueblo. Este equipo también es bien conocido por ser una de las entidades más sofisticadas y mejor organizadas de Oriente Próximo, además de que esgrime una postura moral en todas sus transacciones comerciales, por lo que se le conoce también como “el club de los valores”. Por eso cuando se enfrentan estos dos equipos de El Cairo lo tenían que hacer en campo neutral y mandaban traer árbitros del extranjero para garantizar el desarrollo del juego. Todo lo rojo pertenece al Al Ahly, todo lo blanco al Zamalek. El estruendo de las masas avisó con antelación que el hartazgo estaba próximo a explotar.
Por su parte, Dave Zirin, columnista de Sports Illustraded, dice que "la entrada de los clubes de fútbol en la lucha política también significa la entrada de los pobres, los marginados y la masa de los jóvenes en Egipto, para los que el fútbol era su única salida".
La revolución egipcia, entonces, ha tenido en el futbol un catalizador social. Dentro del caos que profesan las barras bravas o los ultras hay un orden establecido que cobra fuerza cuando hay una idea que cohesiona al grupo en pos del bien común, que se anhela según las circunstancias.
Entre Maniáticos y Hordas del Mal
Bosnia Herzegovina vivió tres veces el infierno. Las dos guerras mundiales y los crueles enfrentamientos de Sarajevo marcaron a un pueblo que sigue viviendo un severo conflicto de incompatibilidad de caracteres entre bosnios, serbios y croatas. Musulmanes, ortodoxos y católicos. Durante estos acontecimientos el futbol ha sido una de las pocas fuerzas de cohesión que les ayuda a superar el horror, pero también lo que se vive en las gradas es un factor de riesgo que cimbra la inestabilidad de la nación.
Sus equipos más populares son el FK Željezničar y el FK Sarajevo. Ambos integran una Liga Premier conformada por 16 equipos. El primero es una escuadra multiétnica de los ferrocarrileros fundada en 1921; el segundo fue armado por el partido comunista para fines de control en 1946. Los pobres contra los privilegiados del sistema generaron un clásico, aunque hoy en día ambos equipos tienen aficiones multiétnicas y de todas las clases sociales. Sus seguidores ultras nos muestran un perfil de lo que aquella sociedad puede estar proyectando. Unos se hacen llamar los Maniáticos y otros las Hordas del Mal.
Terminemos esta historia hablando del que consideran su mejor futbolista de todos los tiempos. Asim Ferhatovic. Jugó con el FK Sarajevo y así se llama el estadio donde juega la selección de local. En su nombre, una banda de rock compuso una canción, sin embargo, además de rendirle homenaje, cuenta la leyenda urbana que la letra es una crítica póstuma al Mariscal Tito, que dominó a Yugoslavia durante décadas ante el descontento de muchos.
A pesar de estar entre maniáticos y hordas del mal, el futbol en Bosnia Herzegovina significa un valioso factor de coincidencia para una nación a la que le cuesta trabajo convivir en paz.
Sindelar en do mayor
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Hagi, el arumano
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Para ser un Hagi había que correr el riesgo de atravesar los dominios otomanos para postrarse en la montaña sagrada de Jerusalén, siguiendo así la tradición de una de las familias que conforman un pueblo gitano celoso de sus formas. Los arumanos han habitado por cientos de años las tierras bañadas por el Danubio. Su pasado ancestral se presta para todo tipo de leyendas sobre sus orígenes. Y sus misterios les dan un mágico sentido a todo lo que gira a su alrededor.
El apellido real de los Hagi se perdió por siempre y aceptaron la forma en como de ellos se expresaban los turcos. Un hagi es aquella persona que debe ser respetada y elogiada. Y a uno de los nietos de esta familia lo llamaron Gheorghe, aunque todos le dicen Gica, Gica Hagi, el rey de los Cárpatos.
Nació un 5 de febrero de 1965, en Sácele, una comunidad del puerto de Constanza, a las orillas del mar negro y al norte del Danubio. Sus abuelos llegaron desde Macedonia y ahí se quedaron, en Rumania, para siempre. Gica comenzó a jugar futbol desde muy niño. Era un chico pobre en un país cubierto con la cortina de hierro. Su abuelo Gheorghe le hizo su primer balón con una vejiga de cerdo. El pequeño pateaba descalzo, con la pierna izquierda, con una naturalidad prodigiosa. Luego tuvo una pelota de trapo, otra hecha con crin de caballo y a los seis años, su madre le regaló de cumpleaños un balón de verdad.
En 1973 la familia dejó el pueblo. El trabajo en el campo era duro y estéril. Encontraron en la cercana Constanza la única opción viable para salir adelante. Fue en las calles del puerto rumano donde a Hagi lo vieron jugar. El menudito arumano soñaba con ser como Iordanescu o como Dimitru, los héroes del Steaua de Bucarest.
Su talento natural llamó la atención de los visores del club local (Farul Constanza) y a los 10 años ya sabían de su existencia. Pero pasarían los años, entre estos el reinado de Nadia Comanecci en la gimnasia, para que Gica se convirtiera en héroe nacional.
En ese periodo a Rumania la dominó un hombre infame. Nicolás Causescu, un dictador de manual de estudio, tenía todos los defectos de un tirano, y también controlaba el deporte y en particular gozaba con el futbol. Hagi empezó con el Farul Constanza en 1982. Pasó al Sportul Studentest al año siguiente, mientras se inscribía en la universidad para estudiar economía (carrera en donde obtuvo su título en 1992). Hasta que el aparato burocrático encontró la forma de reclutarlo en su ejército a través del legendario Steaua de Buscarest. En 8 años anotó 141 goles, en 223 partidos. Con los militares ganó tres veces la liga rumana, dos veces la copa nacional y una Súper Copa de Europa. Fue ahí donde su nombre empezó a sonar.
Los tiempos en que cayeron los muros, las cortinas de hierro y el propio Causescu, coincidieron con el gran momento de Hagi. El arumano brilló con su selección en tres copas del mundo. Decían que él era medio equipo. En 1994 se hizo inmortal. Los colombianos nunca olvidarán el zurdazo del número 10 y los argentinos, con el mismo Maradona en tribunas suspendido por usar sustancias prohibidas, cayeron ante las huestes del rey de los Cárpatos. Fueron los suecos quienes los dejaron a un paso de estar entre las cuatro mejores selecciones de la tierra en aquellos instantes.
Hagi estuvo con los grandes equipos españoles (Real Madrid y Barcelona) pero, a pesar de sus grandes cualidades, dejó solo el recuerdo de su fichaje. Un gol en la península, jugando para el Barcelona, simboliza sus andares por Iberia. Un gol gitano, en un escenario impredecible. En medio de la espesa neblina gallega, al momento del saque desde medio campo, Gica sorprendió al arquero del Celta de Vigo. No quedó otra más que celebrar y recordar para siempre la acción. También estuvo en Italia, con el Brescia, en segunda división y de su mano llegó a la Serie A.
En 1996, Hagi viajaría muy lejos de casa. El Atlante de México lo había convencido de firmar. Tenía 31 años. Necesitaba capitalizarse. La oferta era buena pero su propia historia cimbró las negociaciones un día antes de tomar el avión. Una contraoferta del Galatasaray de Turquía lo amarraría a su región para siempre. Si bien no iba a hacer el viaje tradicional de sus ancestros a Jerusalén, si podría ir al corazón del antiguo imperio otomano en busca del sustento de su apellido. Un hagi es aquella persona que debe ser respetada y elogiada, según los turcos. Y así fue como el Rey de los Cárpatos conquistó Estambul. En cinco años peleó en 132 batallas, marcó 55 goles. Fue cuatro veces campeón de Turquía y llenó las vitrinas del club con dos copas nacionales, una copa de la UEFA y una Supercopa de Europa.
Se retiró en 2001, a los 36 años, dejando en el campo su inspiración, su talento y el eterno recuerdo de una zurda sublime y un magistral regate que culminaban en goles inverosímiles. Que ahí queden las andanzas de Hagi, el arumano respetado y elogiado; Rey de los Cárpatos. El mejor futbolista rumano de todos los tiempos.